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Cuba, Miami, Disidencia, Exilio

Disidencia, Miami y la herencia totalitaria

Algunos opositores cubanos que viajan a Miami creen que ha llegado el momento de hacer realidad aquel grafiti berlinés de 1989: “Adiós dinosaurios, bienvenidos cocodrilos”

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Ni Miami es siempre tan intransigente como la pintan, ni en ocasiones tan tolerante como debiera. Olvidar que es una ciudad generosa con exiliados de los más diversos orígenes resulta una injusticia.

Quizá la clave del problema radica en esa tendencia a los extremos que aún domina tanto en Cuba como en el exilio, donde falta o es muy tenue la línea que va del castrismo al anticastrismo, palabras que por lo demás sólo adquieren un valor circunstancial en muchos casos. Suele ocurrir, con impertinente frecuencia, que furiosos castristas —de allá lejos y hace tiempo— son ahora furibundos anticastristas aquí.

No se trata, sin embargo, de criticar el recorrido —a veces oportuno, otras sincero— por el camino de Damasco transformado en Estrecho de la Florida. La conversión es saludable, siempre que sea sincera, y sobre todo si se abandonan tras ella los modos totalitarios de pensamiento, que no responden al sentido del camino —derecha e izquierda— sino al perenne empecinamiento de imponer ideas y modos de vida.

Igualmente nefasta es la vieja práctica —reverdecida tras el triunfo de Donald Trump— de ciertas figuras de la oposición cubana, con pretensiones de contribuir a la práctica política de este país; de soñar con influir en su rumbo —aspiraciones vanas que nunca han pasado del triste papel de comodín al uso—, e incluso de dictar pautas de conducta. Ese colaboracionismo disfrazado de intenciones patrióticas no hace más que reflejar una vieja tradición isleña, que siempre trata de hacerse sentir en el continente más cercano, o de pasado colonial proyectándose en la metrópolis. Más en este momento y en esta ciudad, donde creen llegada la oportunidad de ocupar puestos facilitados por la biología. Como rezaba aquel grafiti berlinés de 1989: “Adiós dinosaurios, bienvenidos cocodrilos”.

El problema con estos patrones es que resultan poco útiles a la hora de plantearse el futuro de Cuba. Los cubanos nos hemos destacado en agregar una nueva parcela al ejercicio estéril de ignorar el debate, gracias a practicar el expediente fácil de despreciar los valores ajenos. Aquí y en la isla nos creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como si sólo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos.

El encuentro de la diversidad de criterios ha quedado pospuesto. La apuesta reducida al todo o nada. Antes que discutir o aceptar diferencias, abogar por la uniformidad. Para agravar aún más la situación, los que la practican se equivocan en lo que —con otros argumentos y una exposición menos estrecha— habría que aceptar como válido en buena medida, y defienden con falsedades lo que es cierto.

Por décadas, el maniqueísmo de La Habana ha definido el pensamiento binario en Miami. Ese exigir una definición en blanco y negro se hizo práctica común en Cuba después del triunfo de Fidel Castro. Por un tiempo —por demasiados años— el exilio adoptó este principio no solo como táctica: fue su razón de ser. Lo curioso es que muchos partieron hacia Estados Unidos precisamente —entre otros motivos— para abandonar esa rigidez, y practicar el rechazo a subordinarse a una inquisición versallesca.

Lo que sigue vigente en la mente de algunos llamados “anticastristas”, opositores con corro solo en Miami y artistas del cuento disidente, es el afán en ejercer el monopolio del pensamiento opositor. Este texto no se detiene en nombres, pero sí en actitudes que una y otra vez se han reportado por la prensa, figurado en declaraciones, mensajes y comentarios. Limitar el empeño de los opositores cubanos a tales controversias, simples peleas o griterías y confusiones, es tan nocivo como tratar de disminuirlas.

Triste el hecho de abandonar Cuba, o viajar fuera de la isla con el supuesto objetivo de abogar por la libertad y la democracia, para terminar convertido en caja de resonancia.


Este artículo o columna aparece también en El Nuevo Herald.


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