Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Cuba, Economía, Política

¿Economía o política?

El dilema entre los cambios políticos y los cambios económicos: ¿quién determina a quién?

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En reciente artículo del profesor cubano radicado en Puerto Rico, Alexis Jardines, publicado en la sección Séptimo Día, El Nuevo Herald, bajo el título “¿Quién levantará el embargo revolucionario?”, del 17 de mayo de 2015, este trata de ensayar la tesis de que los cambios políticos son los que introducen luego los cambios económicos.

El profesor Jardines, cuando reflexiona como filósofo tal como él afirma en su artículo, supone que esa es la estrategia del gobierno cubano y que Obama está equivocado al creer, igual que Marx y los marxistas, que los cambios económicos, “en última instancia”, determinan los cambios políticos.

En cambio, el profesor Jardines yerra al repetir las tesis de reconocidos filósofos marxistas occidentales del siglo XX de la Escuela de Frankfurt, en especial el profesor alemán Theodor W. Adorno —quien por cierto vivió en Estados Unidos— y el ensayista, también alemán, Walter Benjamin, ambos de elevada inspiración ilustrada, sumándose así, también, otros grandes y reconocidos revisionistas de la estatura política de la pensadora y líder polaca Rosa Luxemburgo, el marxista húngaro Lukács, el italiano antifascista Gramsci, y el filósofo e historiador polaco del marxismo, Lezek Koławkowski.

A esta lista habría que agregar al epistemólogo estructuralista francés, historiador de la locura, Michel Foucault, el actual filósofo político lacaniano de estudios culturales, Slávoj Žižek, y los abiertamente declarados anti-marxistas y postpositivistas antihistoricistas, Isaiah Berlin y Sir Karl Popper, este último destacado por su influencia en el antimarxismo más feroz del siglo XX, y por su intransigente antideterminismo histórico.

Todos ellos no hacían más que repetir, explícita o tácitamente, la tesis del sociólogo anti-marxista de fines del siglo XIX y principios del XX Max Weber, un genio del pensamiento social europeo, quien defendía la idea de que los cambios económicos eran introducidos por nuevas estrategias y formas de organización políticas y religiosas a lo largo de la historia cultural de las naciones.

Aunque la doctrina democrática de Weber, surgida durante la República de Weimar, falló en desconocer la razón que asistía a los clásicos del marxismo: Marx, Engels, y Lenin. Los dos primeros, en la concepción de la Liga de los Comunistas y la predicción del alcance del comunismo científico en los países más industrializados de Europa, y del materialismo histórico y dialéctico como las doctrinas que sacarían al hombre de su pre-historia, y el tercero de los clásicos, Lenin, nos guste o no, en la construcción del socialismo en la Unión Soviética que situaba en la nueva política económica y en el plan quinquenal, asistiendo así, a su concepción del socialismo, “los soviets más la electrificación”.

También, y más importante aún, cabe aclarar, lo que resulta llamativo, el temor confesado por Weber a su esposa Marianne —como está recogido en la biografía de esta sobre el economista y sociólogo alemán— de una Alemania asfixiada económicamente, ya que el propio Weber temía que se cultivaran en esa asfixia los gérmenes antidemocráticos de su autodestrucción, después de la I Guerra Mundial.

Aquella Alemania oscura que él temía, dio paso finalmente —y a despecho de los más grandes ideales progresistas de entonces— al peor de los sistemas políticos de la faz de la tierra, el nazismo. Contra esta desgracia había advertido el presidente norteamericano de entonces, Woodrow Wilson, quien sin ser marxista supo señalar que Alemania había salido muy mal parada económicamente del Tratado de Versalles y buscaría una salida política a esta asfixia económica, salida buscada en la figura de Adolfo Hitler. De ese pujar político ya sabemos de sus consecuencias trágicas para el siglo XX.

En cuanto al tema de las estrategias políticas y económicas de la Cuba contemporánea, y es irónico reconocerlo —por el amplio conocimiento del pensamiento historiográfico, político y filosófico cubanos que el propio profesor Jardines detenta—, que este se equivoca cuando asegura que la tesis del cambio económico depende extraordinariamente de la esfera política, y que, cito sus palabras: “la intención del gobierno cubano seguirá siendo controlar la economía”.

Si esto no es una tesis marxista que alguien me rectifique. Es marxista y althusseriana en su más profunda estrategia ideológica. Incluso, y aunque resulte contradictorio, dadas sus diferencias ideológicas, y aunque haya que reconocer, que accidentalmente, intercambian puntos de coincidencia en el análisis teórico, un reconocido activista político de la izquierda norteamericana y crítico visceral de la política exterior del gobierno de Estados Unidos, el lingüista de M.I.T., Noam Chomsky, subscribe una posición semejante al otorgar un valor definitivo y decisivo a las tácticas estatales de control económico.

En su última intervención para Euronews, Chomsky explicó que en realidad con el fin del embargo y la reanudación de relaciones bilaterales de Estados Unidos con Cuba el verdadero objetivo de Obama no era la apertura como tal de relaciones comerciales con Cuba, sino salvar a Estados Unidos de su aislamiento biopolítico en el hemisferio y en especial en América del Sur donde Cuba ejerce una marcada influencia y una ascendencia política reconocida internacionalmente sobre todo con la proliferación de lo que se ha dado en llamar socialismo del siglo XXI.

Así que el profesor Jardines se equivoca nuevamente al no contemplar esta posibilidad, que a Obama lo que menos le interesa es la reapertura política de Cuba, sino que lo que busca en la reapertura de sus relaciones con Cuba es consolidar su influencia a nivel continental. Si para este objetivo es necesario reajustar tácticamente y a conveniencia de los intereses de la política exterior norteamericana, la posición política de Cuba, Obama intentará hacerlo, pero no es su objetivo primordial. Y en este caso Obama no actúa siguiendo a Marx sino a Weber. Busca carisma y legitimidad en el continente.

Otra idea pasada por alto, al parecer por el profesor Jardines, es que el embargo del “cubano de a pie”, como él le llama, seguirá existiendo en una anhelada Cuba poscastrista, luego que históricamente han sido aquellos mejor situados en la estructura social los que podrán ejercer mejor sus estrategias en el seno de esa misma estructura política o de estructuras políticas e ideológicas semejantes, que por su vecindad o isomorfismo terminan siendo muy familiares, o al menos no ajenas a las exigencias contextuales, y así, por tanto, beneficiarios de igual manera, de las prebendas económicas que dimanen de esa nueva estructuración.

Esa estructuración no es un proceso abstracto, implica actores sociales, que sabemos, por las tesis del liberal británico Anthony Giddens, que esa estructura no se sostiene sola sino que depende en primera instancia del sujeto que la retroalimenta, a través de la acción comunicativa entre las partes en diálogo, una gramática de la cooperación subscrita por un filósofo social posmoderno como Habermas, desde los reductos actuales de la ya mencionada Escuela de Frankfurt.

La movilidad social que esta siendo elicitada en ese escenario cubano contemporáneo, es escasa en ese sentido, y un régimen caricaturesco, “cuasi hindú”, de castas, parece perpetuarse. Ejemplos anecdóticos de nuestra más reciente historia sobra mencionarlos, como la pomposa y sobre exagerada recepción de encumbrados enemigos políticos del pasado castrista camuflados en las pieles de la ideología opuesta, quienes a pesar de ese corroborado pasado comunista, hoy son recibidos, debido a esa misma heráldica, por el gobierno norteamericano y por la comunidad histórica de exiliados cubanos anticastristas, como aberrados travestis políticos de ese vasallaje.

Sin duda alguna, la misma jerarquía, de los siempre beneficiados por su linaje, se reproduce inalteradamente. Son, de ese modo, por conveniencia oportunista, o de realpolitik, que es lo mismo —apenas graduados en la escuela moral y táctica de Kissinger— recibidos y aplaudidos en la alfombra roja de las nuevas estrategias biopolíticas.

Quiero concluir que he intentado, en estos últimos dos párrafos, responder honestamente como cubano. y haber reflexionado modestamente como lector.


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