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El Bicentenario chileno y otros festejos similares, pero distintos

En realidad, si los festejos de los bicentenarios pasaron sin excesivas repercusiones se debió a su carácter eminentemente nacional

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El sábado por la noche circuló en algunos medios una fotografía muy sencilla, pero elocuente, que reflejaba en su integridad la profunda naturaleza de los festejos chilenos del bicentenario de su independencia. Pero la foto decía mucho más de su sociedad, de su clase política y de la forma en que unos y otros entienden en Chile la política: la política como conflicto, la política como medio pacífico y ordenado para resolver las disputas, existentes y por existir, y no como guerra civil, la política, en definitiva, vivida no como un enfrentamiento polarizado entre buenos y malos, entre patriotas y antipatriotas o entre leales y traidores.

La fotografía en cuestión era muy sencilla y mostraba, por este orden y de izquierda a derecha, a todos los presidentes chilenos desde el inicio de la transición a la democracia ondeando pequeñas banderas de su país: allí estaban Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Sebastián Piñera, Michelle Bachelet y Patricio Aylwin. Juntos y en armonía se veían a dos políticos demócrata cristianos, dos socialistas y uno, el actual presidente, de centro derecha.

Más allá de las circunstancias de los distintos festejos de los bicentenarios celebrados en el último año y medio a lo largo y a lo ancho de América Latina, más allá del mayor o menor fervor popular depositado en los actos, hay un detalle que merece la pena ser destacado en el caso chileno y que lo diferencia de buena parte de los demás: la posibilidad de que unos y otros sean partícipes de los mismos valores y de una manera similar de comprender la democracia, donde el que está enfrente sea sólo un adversario político y no un enemigo a aniquilar en una batalla a vida o muerte, en una batalla donde se juegue el destino de nosotros o el de ellos. De modo tal que la pretensión legítima de la oposición de querer ganar las elecciones sólo sea un lance de la política y no un intento de golpe de Estado o de magnicidio.

Comparemos brevemente la imagen del festejo chileno con la inauguración por Cristina Kirchner de la Galería de Patriotas Latinoamericanos alojada en la Casa Rosada de Buenos Aires. Según sus palabras “Aquí están todos: nuestras grandes victorias y también algunos amargos fracasos. Pero sin los unos ni los otros, tal vez hoy no estaríamos conmemorando el Bicentenario… Todos ellos en los últimos 200 años abonaron con su vida y sus ideales una América del Sur más democrática”.

En la galería están los retratos de José Martí y Ernesto Guevara, donados por el gobierno cubano; Simón Bolívar, Antonio José Sucre y Alcalá, Manuela Sáenz y Francisco de Miranda recibidos de Hugo Chávez; Bernardo O´Higgins y Salvador Allende, por los chilenos y Tupaj Katari y Bartolina Sisa por Evo Morales. De El Salvador llegó un retrato de monseñor José Arnulfo Romero y de Paraguay una imagen del mariscal Francisco Solano López. También hubo presencia mexicana y colombiana.

El gobierno argentino, por su parte, decidió incluir a José de San Martín, Juan Manuel de Rosas, Manuel Belgrano, Eva Perón, Juan Domingo Perón e Hipólito Yrigoyen, junto al del mexicano Benito Juárez, quizá por haber sido el primer presidente indígena de América Latina, un título que intenta usurpar Evo Morales. Fueron muchos los argentinos que echaron en falta la presencia de figuras señeras de la historia nacional, como Mariano Moreno, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento o Raúl Alfonsín, figuras claves en la historia argentina, aunque partícipes de un relato divergente al que se quiere imponer en la galería.

Es evidente que toda selección es incompleta por naturaleza y que en ésta, por ejemplo, hay muchos personajes que deberían estar y no están y otros que están y, sin embargo, sobran. Por ello es muy importante el criterio de inclusión. Y en este caso, como en tantos otros festejos de los bicentenarios primó la exclusión sobre otras consideraciones patrióticas, comenzando por la exclusión no de los rivales políticos sino de los enemigos, la exclusión de los traidores a la patria, de quienes primaban, teóricamente sus intereses personales o de grupo por encima del bienestar general o del interés nacional.

En Bolivia, por ejemplo, la imagen de los ex presidentes compartiendo protagonismo con Evo Morales es impensable, sobre todo si se tiene en cuenta que todos quienes lo precedieron en el uso del poder y están vivos están siendo encausados penalmente y pende sobre ellos la amenaza de serlo si ya no lo están. En Venezuela, la podrida burguesía no tiene cabida en la escenografía nacionalista y bolivariana montada por el régimen. La exhumación de los restos de Simón Bolívar, para probar su envenenamiento por parte de los colombianos, es sólo un ejemplo chabacano de una situación algo más que absurda.

Volvamos un momento a la Galería de Patriotas y a las palabras de Cristina Kirchner. Hay en su mensaje una idea que se repite allí donde gobiernan los populismos y es que la independencia es un proceso inacabado, lo cual no sólo es una falsificación histórica sino una manipulación de la realidad, que insiste en el hecho de que entre 1810 y nuestros días hubo un gran vacío, que sólo pudieron cubrir los actuales dirigentes gracias a su labor abnegada, desinteresada y patriótica. Ellos son los elegidos de turno, los responsables de situar definitivamente a América Latina en el lugar que les corresponde. Y entre todos ellos, sabido es el gran aporte, teórico y práctico, de Ernesto Guevara a la democracia latinoamericana.

En realidad, si los festejos de los bicentenarios pasaron sin excesivas repercusiones se debió a su carácter eminentemente nacional. El nacionalismo, uno de los principales aportes en la construcción de las nuevas identidades nacionales hace casi 200 años atrás, se sostuvo gracias al enfrentamiento con los vecinos. Y esa realidad todavía permanece, pese a los innegables avances producidos en el proceso de integración regional, un proceso que sin embargo enfrenta obstáculos muy serios, en su mayoría provenientes del interior de la región y no de fuera, como se nos quiere hacer creer.

Los festejos de los bicentenarios no alcanzaron en ningún momento altura continental, salvo algunos episodios de turismo presidencial, que permitió a algunos mandatarios compartir con sus colegas las fiestas patrias. Pero lo que se dice construir un proyecto común, un festejo latinoamericano compartido por unos y otros, fue una tarea imposible. De ahí la importancia del ejemplo chileno, donde se ve claramente que pese a las diferencias de pensamiento en sus elites dirigentes la alternancia siempre es posible y que allí no sobra nadie ni nadie debe ser excluido, a priori, por sus ideas del proyecto de construcción nacional y de la búsqueda de un futuro mejor para sus gentes.



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