El discurso de Trump
Fue la “noche de Trump”, en el sentido de que el Presidente avanzó en su propósito de asumir al republicanismo en su totalidad y de calmar temores dentro de su partido
La buena noticia es que el presidente Donald Trump, al dirigirse a ambas cámaras en el tradicional discurso sobre el Estado de la Unión, no se limitó a un burdo acto de campaña. La mala, que en muchos momentos sus palabras no fueron más allá de un mitin electoral glorificado.
El punto de diferencia lo establece el predominio de promesas y buenas intenciones sobre el anuncio de fórmulas concretas, la ausencia de una mayor profundización o la falta de detalles.
Pero en ello el actual mandatario no se ha apartado demasiado a lo realizado por algunos de los que lo precedieron en el cargo, así que tiene a su favor una realidad más o menos aplastante: lo que debía ser un planteamiento realista sobre las condiciones del país y los planes para avanzar en la solución de los problemas nunca se ha librado del pecado de no ir más allá, casi siempre, de una declaración partidista.
Trump, y luego de algo más de un mes de un inicio borrascoso tras su llegada a la Casa Blanca —para decir lo menos—, ha asumido su labor presidencial.
Ello, indudablemente, es saludable. Se ha anotado un punto y seguro en los próximos días sus índices de aceptación subirán en las encuestas.
Sin embargo, ese logro lo ha obtenido solo por contraste. No se ha mostrado belicoso ni se ha perdido en pequeños detalles. Es más, ha condenado esa actitud que él mismo ha practicado frenéticamente. Ha debido de convencer a los republicanos —no solo a su base más radical— que en última instancia no hay motivos para duda y que su elección fue la adecuada. Es decir, desempeñó su papel con vista a la totalidad del Partido Republicano. Y eso, dentro de la dinámica política, no le quedó mal.
Tuvo a su favor de que el acto en el Congreso mostró, al menos en apariencia, que no ha cedido en su empeño de transformar el republicanismo y hacerlo avanzar —más allá de la ideología estrecha que han mostrado algunos de sus miembros actualmente más prominentes— hacia un derechismo nacionalista y en ocasiones pragmático. No es que dicha tendencia estuviera excluida de los fundamentos de dicha organización y que el lema de “América primero” o el aislacionismo sean creaciones de Trump, pero cuando se toma como referencia a la última administración republicana las diferencias son notables.
Ha sido un discurso bien escrito y bien leído, pero no por ello deja de producir grandes interrogantes. Hay que agregar que tales incógnitas no deben considerarse un aspecto negativo, quizá todo lo contrario en determinados momentos, y la trascendencia de sus palabras solo se conocerá en los próximos meses. Entonces sabremos cuánto de lo expresado se ha quedado en declaraciones del instante. Pero también añadir que de lograrse tal transformación los republicanos de entonces (ahora) ya no serían los mismos de hoy. Esto se refiere en particular a una preservación del Medicare, el Seguro Social y un sistema de servicios médicos para toda la población que con independencia de creación y nombre logre tal objetivo.
Lo primero es destacar que ha sido un discurso marcado por un tono positivo y sin estridencias —algo a esperar en un público y lugar que no busca, aunque no siempre evita la algarabía—, pero ello ya se había adelantado que ocurría antes del evento.
Lo segundo, y más importante, es que el plan anunciado define la intención de llevar a cabo una labor presidencial enfocada en lo que el mandatario considera son los principales problemas del país y no marcada por una agenda ideológica.
En esto radica una de las principales interrogantes, porque está por ver si los aplausos en algunos momentos del presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, no pasaron de pura cortesía en ocasiones (en una al menos Ryan se contuvo en un primer momento y luego se unió al grupo por solidaridad o simplemente por la presencia de las cámaras).
Aunque lo principal que despierta la duda son algunos de los objetivos formulados por Trump, que en ocasiones repiten lo dicho durante su campaña y que ahora tendrían que pasar a concretarse.
Durante las primeras semanas de su mandato el gobernante ha estado cumpliendo algunas de sus promesas de campaña mediante decretos. A veces ha causado rechazo y en otras, polémica, pero ese ejercicio ha sido relativamente fácil.
Sin embargo, de ahora en adelante los retos serán mayores. En especial los que tienen que ver con la tan repetida sustitución de la Ley de la Protección de Pacientes y Asistencia Asequible (ACA). Aquí Trump utilizó un lenguaje moderado, lejano de lo acostumbrado a oír durante sus arengas de campaña, pero no por ello la esencia de lo que estaba diciendo se alejó mucho de sus alocuciones en los mítines.
Es decir, se limitó a citar ejemplos puntuales para criticar una ley en su conjunto, aludió a reuniones y promesas que aún no se saben si se materializarán —como la reducción de los precios de medicamentos y la vuelta al programa de algunas aseguradoras— y a plantear la obligatoriedad de dar seguro pese a precondiciones de salud, alternativas de elección de planes y médicos, así como de licencias por el nacimiento de hijos a las trabajadoras. Es decir, erradicar lo “malo” del Obamacare y dejar lo “bueno”, sin entrar en nombres.
Lo único es que tal objetivo resulta difícil de poner en práctica con un congreso dominado por los republicanos. De lo que dijo, solo puede inferirse su adhesión a la fórmula de los legisladores de dicho partido en favor de un crédito fiscal a los contribuyentes en sustitución de los beneficios de un plan de salud subsidiado por el Estado, lo que no deja de ser una pésima solución.
Sin embargo, Trump no hizo referencia específica al Medicare y al Seguro Social, y ello lleva a pensar que continuará apoyando lo afirmado durante la campaña, de no afectar tales planes, aunque tampoco reafirmó dicho compromiso.
En lo que respecta a una nueva legislación migratoria, que se había comentado era una de los temas a los que se referiría esta noche, tampoco hizo referencia alguna a una supuesta nueva ley, salvo la necesidad —para él— de establecer un sistema fundamentado en “méritos”, que admitiría solo a los que cuentan con los recursos financieros necesarios para mantenerse por ellos mismos, al igual que existe en otros países.
Solo que un otorgamiento de visas en base a tal requisito ya existe en este país, aunque con una flexibilidad que al parecer desaparecería (mala noticia, por otra parte, para muchos cubanos que aspiran a emigrar a Estados Unidos). No hay mucho nuevo que agregar, y aquí también Trump no pasó de repetir la misma táctica que utilizó en campaña —aunque de nuevo de forma más pausada— para enfatizar los crímenes y delitos cometidos por algunos inmigrantes ilegales que eludieron o violaron órdenes de deportación, incluso con iguales rostros. Aunque igual en este punto, la clave es que más allá de los hechos condenables y las lamentables víctimas, la dimensión del problema se define por las cifras, y estas fueron eludidas.
En esta mezcla de propaganda y golpe de audiencia no deja de situarse, lamentablemente, la explotación por parte de Trump y su equipo de la presencia en el evento de la viuda del oficial William Ryan Owens, un Navy SEAL muerto durante una incursión antiterrorista en Yemen. La prensa venía martillando desde el domingo en el hecho de que el padre de Owens se había negado a reunirse con el Presidente, cuando cada cual por su cuenta ambos llegaron a la Base de la Fuerza Aérea de Dover para recibir el ataúd que llevaba a su hijo. La noche del martes el mandatario buscó librarse de cualquier imagen desfavorable, surgida a partir de la divulgación de la negativa, como con anterioridad lo había hecho con esa muerte, sobre la cual ha responsabilizado a “los generales” que supervisaron la operación.
Tras las interrogantes, lo que deja entonces el discurso del mandatario es la impresión de una actuación concebida y elaborada con el objetivo de mostrar a la presidencia como representación, imagen o idea que sustituye la realidad, y no como un ejercicio de gobierno.
En cuanto a imagen presidenciable, fue la “noche de Trump” y un paso más allá de su discurso de aceptación de la nominación republicana para el cargo. En buena medida puede afirmarse que el Presidente avanzó en su propósito de asumir al republicanismo en su totalidad (también malas noticias para los dos que siempre estuvieron al fondo) y calmar temores dentro de su partido. Falta por ver cuándo comienza a pensar en ser el mandatario de todos los estadounidenses.
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