El dogmatismo instrumental
Seis años después, convendría hacer una reflexión sobre lo que ha supuesto el Proyecto Varela.
Un país englutido y avasallado por el dogmatismo de un sistema totalitario de partido único, controlador en régimen de monopolio de los medios de comunicación, sectores económicos —por ineficientes que estos sean—, centros de formación y cultura, etcétera, corre el riesgo de ver traspasado este rechazo al libre pensamiento, incluso a los contados resquicios de la sociedad que aspiran a conformar burbujas de aire libre.
Así, sectores de la oposición democrática y de la sociedad civil se han visto sometidos a sospecha por no haber secundado a pies juntillas iniciativas decididas y llevadas a cabo por otros grupos democráticos, sufriendo, además, los primeros el eco multiplicador de las calumnias que tienen su origen en el propio régimen.
De esta manera, el instrumento, una determinada estrategia para abrir una vía que lleve a Cuba a la democracia, se convierte en un fin, lo que lleva a anatemizar a quienes osan exponer sus dudas sobre la oportunidad de la iniciativa o sobre los riesgos que comporta.
Recientemente, hemos conocido que la estrategia va a ser relanzada. La noticia nos ha sido revelada con una fotografía de los impulsores en la que el Sagrado Corazón de Jesús figuraba entre ellos, lo que hace dudar sobre si se pretende con esta imagen dejar a un lado tanto a los demócratas cubanos no confesionales, e incluso a los demócratas católicos partidarios de separar política y religión, en la línea del Concilio Vaticano II.
Seis años después de su puesta en marcha, convendría hacer una reflexión sincera sobre lo que ha supuesto el Proyecto Varela, acerca de cuál era la situación política en marzo de 2001 y cuál es ahora, y sobre las consecuencias que ha tenido.
De alguno de sus defensores he escuchado que fue la causa que produjo, como reacción de la dictadura, el encarcelamiento de 75 demócratas y el asesinato "legal" de tres jóvenes.
"Nunca ha habido iniciativa política tan eficaz", sostiene un historiador. Si esa repugnante represión hubiera sido reacción de la citada iniciativa, que no lo creo, porque la brutalidad está en la esencia misma de toda dictadura, me parecería un coste humano excesivo para seguir en la misma situación, o peor, de falta de derechos y libertades.
Cuba y el caso español
Para el español que soy, que conoció la parte final del franquismo y la transición, resulta sorprendente la fe de determinados sectores democráticos en las leyes de la dictadura castrista y en su posibilidad de reforma.
Se equivocan en Cuba quienes creen que la democracia española fue consecuencia de la reforma del franquismo. Desde luego, la reforma de la dictadura nunca fue la estrategia de ninguno de los antifranquistas, quienes exigían la "ruptura democrática", sino que lo era de aquellos sectores franquistas aperturistas, encabezados por el entonces príncipe Juan Carlos, conscientes de la inviabilidad del franquismo sin Franco y deseosos de que un futuro cambio político no les excluyera.
De este modo, la vía formal legalista, con la aprobación por el Parlamento franquista, un año después de la muerte del dictador, de la Ley para la Reforma Política, coincidió con una contestación popular en la calle, en los centros de trabajo y en las universidades, en contra de la dictadura y sus sucedáneos.
España fue en esos años (1974-1977) el país de mayor conflictividad laboral de Europa. La comparación con la Cuba actual, donde la población se lamenta de su suerte pero sin establecer una ligazón entre su precaria situación y el ineficiente régimen que le conduce a ella, no se sostiene.
Ningún demócrata en aquellos años se habría atrevido a lacerar a los antifranquistas que no hubieran compartido las estrategias legalistas del presidente del Parlamento, Torcuato Fernández de Miranda ("de la ley a la ley"), tan poco demócrata como lo pueden haber sido Cánovas del Castillo o el propio general Weyler.
Para construir una Cuba de todos, a través de consensos con los sectores aperturistas del régimen, si los hubiera, llamados a tener algún día alguna alta responsabilidad, más valdría ir empezando a ejercer —como entrenamiento y buena práctica— el ejercicio de dialogar sin orillar a nadie y de acordar entre las distintas componentes de la valerosa sociedad civil y oposición democrática en Cuba.
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