El embargo al gobierno cubano como pretexto ideológico
Cuba y el debate Burke-Paine
Mientras Polonia luchaba para establecer un gobierno democrático, más de cien partidos políticos competían por poder personal y político. Lech Walesa sintetizó humorísticamente la situación señalando: “Cuando dos polacos se reúnen surgen tres partidos políticos”. Esa proliferación de ideas políticas es similar para los cubanos cuando discuten cómo lograr un cambio de régimen en Cuba. La política exterior de EEUU hacia Cuba, y específicamente el embargo al gobierno cubano, es a menudo la piedra angular de este debate.
Temáticamente, aunque lamentablemente no cualitativamente, el desacuerdo sobre el embargo no es diferente a los grandes debates en la filosofía política alrededor de las revoluciones americana y francesa llevados a cabo por Edmund Burke y Thomas Paine. El debate Burke-Paine es analizado detalladamente por Yuval Levin en su libro El gran debate (The Great Debate: Edmund Burke, Thomas Paine, and the Birth of Right and Left).
Tanto Burke como Paine eran hombres de ideas y de acción. Burke era un devoto defensor de las tradiciones heredadas de la Constitución inglesa que argumentaba brillantemente por una paciente y gradual reforma de las instituciones de su país. Por contraste, Paine creía fervientemente en el potencial del liberalismo de la Ilustración para promover la causa de la justicia arrancando de raíz los regímenes corruptos y opresivos y reemplazándolos con gobiernos que respondieran al pueblo. Como Levin señala en su libro, “Cada uno expresaba una peculiar y profunda visión del mundo enfrentada a la del otro, sobre algunos de los más importantes temas del pensamiento político liberal-democrático”.
Hasta recientemente siempre presumí que el debate sobre el embargo era una discrepancia sobre estrategia, es decir, sobre diferencias referentes a las modalidades del cambio político. De un lado, aquellos de nosotros que, como Paine, creemos que para lograr un futuro próspero y democrático en Cuba es necesario reemplazar el régimen opresivo con un gobierno que responda al pueblo. Del otro lado, aquellos que, como Burke, creen que las reformas pacientes y graduales de las instituciones del régimen comunista es la mejor estrategia para promover el bienestar del pueblo cubano.
Superficialmente, el debate sobre el embargo podría ser una discrepancia sobre tácticas, pero es una pugna mucho más profundamente enraizada en el pensamiento político-económico, ilustrando que la diáspora cubana no es un solo pueblo en ningún sentido político significativo. Parafraseando a Lech Walesa, cuando dos cubanos se reúnen emergen tres visiones políticas sobre Cuba.
Como los críticos del embargo señalan correctamente, esta política no ha logrado provocar un cambio de régimen en Cuba; eso no se discute. Pero los críticos, en una exposición casuística, nunca explican cómo su idea de una eliminación unilateral e incondicional de las sanciones económicas de EEUU lograría provocar tal cambio. Quizás porque un cambio estructural en el régimen cubano no sea un objetivo altamente valorado por ellos.
Tampoco es discutible de que bajo un sistema totalitario, donde toda la actividad económica está al servicio del Estado, las sanciones económicas circunscriben los recursos económicos disponibles para el régimen. El embargo de EEUU ha logrado eso. Por consiguiente, una eliminación unilateral e incondicional de las sanciones económicas ampliará inevitablemente, en algún grado, los recursos económicos del régimen cubano. ¿Por qué apoyar un cambio que fortalecerá a un régimen que oprime a sus compatriotas?
Aparentemente, mis amigos en el otro lado del debate no rechazan en su totalidad las políticas colectivistas del régimen de Castro. Eso no implica que apoyen a los Castro o la naturaleza represiva de su régimen. Estoy seguro de que no lo hacen. Pero sugiere que en algún nivel, y en alguna medida, están intelectualmente atraídos por el uso generalizado del poder coercitivo del Estado por personas auto designadas para llevar a la nación hacia sus ideas de lo que es una sociedad justa. Eso sugiere una genuflexión ideológica al colectivismo cubano.
Su visión política, como la de Burke, es moralizadora, gradualista y reformista. Recelan de una relación del ciudadano con su sociedad definida por el derecho individual a la libertad de elección. Están dispuestos a aceptar cambios económicos dictados por decisiones autoritarias sin reformas democráticas que permitan a la ciudadanía escoger libremente su camino. Esto es abominable para aquellos de nosotros que, como Paine, creemos que los derechos y libertades del individuo deben ser el centro de la vida política. He terminado por creer que, entre los cubanos, el embargo es solo el pretexto para este debate político más medular.
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