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México, Cuba, EEUU

El entendimiento EEUU-Cuba, según para cada quien: ¿y México?

En la cancillería mexicana seguramente deben estar considerando que el país se ha visto echado a un lado por sus dos vecinos más próximos

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Fresco aún el impacto con la noticia de algo que venía cocinándose en los fogones diplomáticos desde hace más de año y medio, y ahora es servido como plato fuerte de un almuerzo creole, es oportuno preguntarse qué efectos tendrá y cuáles expectativas crea para varios involucrados.

Como cubano residente ya la mitad de mi vida en México —y hace tiempo nacionalizado mexicano no puedo evitar una cierta equidistancia de las valoraciones polares en cuanto al inicio de conversaciones (en realidad, de momento, no hay más que eso), entre Washington y La Habana, y percibir cómo se ha recibido en mi país de adopción. Así, no entraré en ponderar las consecuencias y efectos del acuerdo inicial entre Cuba y Estados Unidos. ¿Es bueno para el gobierno de EEUU? Quizá, pero lo dudo. ¿Es bueno para los gobernantes en Cuba? Tal vez, muy probablemente. Desde un punto de vista, juzgando por lo que se ha dicho públicamente en estos dos últimos días (lo cual no significa en modo alguno todo lo acordado en discreta reserva), Cuba ha ganado más que EEUU. Ahora bien, quien definitivamente sí ha perdido en toda la línea ha sido México, sin dudas, al menos hasta este momento. Pero seguramente El Chavo del 8 —del recientemente desaparecido don Roberto Gómez Bolaños— recomendaría con suavidad: “Tómalo por el lado amable”.

La primera recepción, como todo con este tema, fue doble: el gobierno mexicano reaccionó con cierto estupor, lo cual indica, en primer término, que su diplomacia y sus servicios de inteligencia no funcionaron como era de desear; y posteriormente con tono lastimero algunas autoridades y opinantes se quejaron: ¿cómo Cuba y EEUU no contaron con los servicios de México, cordialmente expresados, reiterados y sostenidos durante todo el problema durante décadas? México había demostrado buena voluntad y un desempeño aceptable en los conflictos centroamericanos que culminaron con los acuerdos de Chapultepec, así que ¿cómo es posible que los gobiernos norteamericano y cubano hayan despreciado de hecho —ahora seguramente intercambiarán desagravios y frases corteses— los buenos oficios de la cancillería azteca? En dos palabras: sorpresa y frustración. A fin de cuentas, como diría El Chapulín Colorado, “fue sin querer queriendo”.

Los políticos pueden soportar muchas cosas —es su oficio— incluso ataques virulentos, menos que los ignoren, pues eso da muestra de su prescindibilidad. Y hubo en el subtexto hasta un tono levemente dolido, pues como dicen acá, México quedó “como novia de pueblo: vestida y alborotada”. En esta retórica ha salido a relucir hasta el añejo argumento de que “México fue el único país latinoamericano que solidariamente desde el principio no rompió con Cuba”, lo cual, por cierto, no fue exactamente así pues hay que matizarlo, según señala Carlos Tello Díaz en un interesante artículo, donde califica la relación entre México, Cuba y EEUU como un “ménage à trois”, establecido, “más que por principio […] por conveniencia, si bien por conveniencia mutua”.[1]

Pero, por otra parte, en el sector de eso que se ha aceptado llamar como “la izquierda mexicana”, la reacción fue jubilosa, exultante, triunfal, indubitable: “Cuba dobló al Imperio”. “Finalmente, David venció a Goliat”, no de una pedrada maciza y mortal, sino desgastándolo, cansándolo, enfrentándolo contra sus vecinos. Esa es una reacción previsible y hasta entendible. Muchos se apuntan ahora entre quienes desde fuera hicieron posible este cambio: todos quieren su hojita de la corona de laurel. Pero “que no panda el cúnico”, advierte El Chavo.

Una larga experiencia me ha permitido constatar que en México el tema cubano ha sido siempre un asunto más doméstico que foráneo, y he comprobado igualmente que a muchos mexicanos les apasiona e interesa opinar y dictaminar sobre “el problema cubano”, tal cual lo entienden y lo interpretan ellos, pero que no aceptan fácilmente, ni promueven demasiado, que los cubanos acá puedan también opinar sobre el mismo, mucho menos cuando sus criterios se les oponen, salvo contadísimas y muy honrosas excepciones. Te pueden escuchar cortésmente y con gran respeto, pero después pasan a su monólogo sin mayores reservas, y sin variar ni un milímetro lo que ya tienen establecido como parte de sus convicciones más profundas y estáticas. “Pa’ qué te digo que no, si sí”, acotaría El Chapulín.

Pero, quiero suponer que en la cancillería mexicana seguramente deben estar considerando hoy que la nueva situación afecta no sólo la imagen internacional de México, tradicionalmente y durante muchos años —ya no, hace demasiado tiempo— como un actor de primera línea en el escenario mundial y continental, desde la época de don Isidro Fabela y la invasión italiana de Etiopía, y la anexión de Checoslovaquia y don Gilberto Bosques, pues sin muchos miramientos —ninguno… se ha visto echado a un lado por sus dos vecinos más próximos, que han acudido a la cooperación de un país ubicado cerca del Polo Norte, y el otro un minúsculo estado de escasos cuatro kilómetros cuadrados en una ciudad europea. Porque, como diría Chespirito, “no contaron con mi astucia”.

No puede olvidarse que el actual canciller mexicano, José Antonio Meade Kuribreña, es ante todo un tecnócrata; un economista, no un politólogo (sus cargos anteriores fueron como secretario de Energía y luego secretario de Hacienda, en el gobierno panista de Felipe Calderón). Es exactamente lo opuesto a lo que fue el canciller Jorge G. Castañeda. Pero además, esto debilita considerablemente a México en sus relaciones con Estados Unidos: durante más de 40 años, el gobierno azteca utilizó su sostenido vínculo con Cuba como una carta de triunfo, una especie de comodín, que sacaba y agitaba admonitoriamente, con las suaves maneras nacionales, claro, ante la mirada del poderoso vecino y socio norteño, cuando surgía alguna fricción o diferendo en unas relaciones que nunca han sido fáciles, e incluso han llegado a ser tensas, sobre todo por temas de soberanía (1847 y 1914), asuntos migratorios (ilegales) y de seguridad nacional (narcotráfico y comercio de armas). Ahora, al comenzar a restablecerse de forma gradual y endeble aún, una relativa y todavía tenue relación directa entre Cuba y EEUU, México queda completamente fuera de este juego. Y eso no puede complacer ni a Tlatelolco ni a Los Pinos. Claro, podrán declarar resignadamente, como El Chapulín Colorado, “pues al cabo que ni quería”.

Pero si no fuera suficiente con lo señalado, hay al menos otros dos renglones que sí le dolerán, y mucho, a México: ambos son económicos, y a un canciller economista esto no le resultará nada grato.

No es nuevo que el turismo mexicano tuvo un auge notable a partir del cierre de Cuba como destino para los viajeros norteamericanos. Primero Acapulco, y luego otros sitios como Puerto Vallarta, Ixtapa-Zihuatanejo, Los Cabos y la llamada Riviera Maya (Cancún, Cozumel y toda esa franja en amplio desarrollo), fueron aprovechando las oportunidades que les ofrecía en bandeja de plata (o de coco, por tratarse de Cuba) el cierre de la Isla. Hoy el turismo representa para el país una de sus fuentes de ingresos más importantes (después del petróleo y las remesas). Esto lo advirtió hace años, entre otros, Héctor Aguilar Camín y declaró claramente que en ese renglón a México no le convenía una apertura en la Isla. Ahora, de nuevo como diría Chespirito, dando aviso de la estampida: “¡Que me sigan los buenos!”

Pero hay otro aspecto que afectará también los ingresos mexicanos: durante muchos años se creó un tortuoso pero eficaz sistema de triangulación para el comercio de productos estadunidenses a la Isla, que eran regulados —o de plano, impedidos— por las prohibiciones, y se acudió al expediente de involucrar intermediarios, fundamentalmente panameños y mexicanos, pero también de otras nacionalidades, quienes compraban las mercancías en EEUU —o en filiales en el extranjero de las compañías estadunidenses—, las ingresaban por sus aduanas, y luego las reexpedían hacia Cuba (esto implicaba el encarecimiento de los productos, pero también jugosas comisiones y ganancias para los mediadores).

Al plantearse ahora que Cuba podrá comerciar —en un futuro se supone que cercano— directamente con EEUU, obviamente este sector empresarial emergente perderá su razón de existencia, y deberá reciclarse, o plantear nuevos planes de negocios. Quizá esto se pueda compensar con el comercio de poderosos consorcios mexicanos como CEMEX y FEMSA, que ya se aprestan para aprovechar las próximas medidas aperturistas, pero desplazará a los medianos y pequeños intermediarios que existían hasta el momento, y concentrará el volumen de las grandes operaciones en las transnacionales, aplastando a los miembros de una clase empresarial mediana y pequeña. Así pues, aguantarse que “no hay de queso, nomás de papa”, se excusa El Chavo.

La relación emocional de los mexicanos con Cuba es muy curiosa. Aparte de la idealización material (el mejor ron, las mujeres más bellas, la “torta” por excelencia —desconocida en la Isla— es “la cubana”, que lleva todos los ingredientes…) “lo cubano” tiene un sitio especial en el imaginario colectivo azteca. Algo de frustración y como desencanto he percibido en textos que han circulado recientemente acá, como uno diciendo: “ahora que Castro tendrá dólares, entonces que nos pague todo el dinero que le dimos para el Granma y su revolución…” Puedo asegurar que al menos cinco personas me han jurado sobre la Virgen de Guadalupe que fueron ellos, cada uno, quien le facilitó el yate a Fidel Castro… y ninguno de estos se llama Antonio del Conde. Otros, muchos, demasiados, me ofrecen hasta firmar una declaración diciendo que tuvieron hospedados en sus casas —cada uno— durante meses a Fidel y sus expedicionarios. Si los sumamos, hubiera necesitado unos 10 años de estancia en el país, y podría haber dormido cada noche en una casa diferente. Casi todos los taxistas mayores de 70 lo llevaron en su auto. Muchos meseros le sirvieron café con leche y tostadas con mantequilla… En fin, ¿qué puedo agregar? México es mágico. Y lo cierto es que en muchos sectores acá no ha caído nada bien la noticia de que Cuba haya solucionado su problema de más de medio siglo sin haber tomado en cuenta a su “hermano” México. El despecho es uno de los peores reactivos humanos. “Pues al cabo que ni quería”, repetiría El Chavo del 8.

En resumen, puede que en Estados Unidos y en Cuba haya muchos que celebren la noticia con demasiada exaltación, pero en México no tanto. O para expresarlo con una expresión clásica y memorable: ni nos beneficia ni nos perjudica, sino todo lo contrario.



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