Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Inmigración, Exilio, Miami

El exilio es ara y también pedestal

Tientos y diferencias sobre las diferentes generaciones de exiliados e inmigrantes cubanos que viven en Miami

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La adopción de Miami como patria no deja de tener un carácter contradictorio. Los que llegaron durante la década de 1960 imponen una Cuba mítica como modelo para la nostalgia. Al tener que elegir entre esa imagen tergiversada y la situación que impera en esta ciudad —la añoranza para los primeros exiliados, la realidad de la Isla para los que viajaron en las últimas décadas— muchos sólo salvan los recuerdos personales.

En tales circunstancias, se antepone el hogar a las patrias espurias de la Cuba actual y el Miami que se empieza a conocer. A ello se une la saturación política que arrastran los llegados en las tres últimas décadas.

Esto explica en parte que quienes vinieron después del Mariel triunfen en actividades como la literatura y el arte, pero no en la política.

Ese apartarse de lo circunstancial, en favor de una mayor trascendencia, es un logro que no deja de implicar desventajas: el abandono de lo cotidiano, para que pueda ser administrado por políticos tradicionales, que en su mayoría deben su elección a votantes del llamado “exilio histórico”; políticos que pueden o no cumplir su función en mayor o menor grado, pero cuya actuación en muchos casos deja fuera los intereses de quienes han llegado en los últimos años.

Es bueno destacar que si bien, en cuanto al conocimiento de los aspectos negativos del régimen de La Habana, las diferencias obedecen más a matices que a conceptos, desde el punto de vista emocional los contrastes son más marcados.

Al mismo tiempo se da la paradoja que los miembros del llamado “exilio histórico” —quienes llegaron primero a Miami y tienen una edad más avanzada— tienden a interpretar cualquier hecho, desde una canción hasta la compra de una fruta, en términos políticos: ¿el cantante o compositor actuó en la Isla?, ¿ese producto viene de un país que tiene buenas relaciones con Cuba?

Quienes llegaron después son más pausados y no subordinan tanto sus afinidades al factor político, pero también arrastran un historial diferente. No solo en muchos casos son otras las prioridades, sino también son muy diferentes los recuerdos.

Por eso en esta ciudad hay un largo capítulo que ha ido desapareciendo en los últimos años, diluido en el tiempo: intentos de boicots —fracasados todos— de productos españoles, mexicanos y de otras naciones de acuerdo a incidentes de las embajadas de los determinados países en La Habana, visitas de jefes de Estado y declaraciones de ocasión.

No es que se haya producido un cambio en el terreno internacional, sobre la forma tradicional en Occidente —y en especial en Latinoamérica— de pasar por alto las violaciones de los derechos humanos en la Isla y sentarse a comer con cualquiera de los dos hermanos Castro o con ambos. La II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que se inicia hoy en La Habana indica todo lo contrario. Es como si a buena parte del exilio esta actitud de los mandatarios latinoamericanos no le importara o pareciera no importarle o hay una especie de resignación al respecto.

No es ajeno a esta actitud el hecho de que quizá uno de los mayores logros del gobierno de Raúl Castro ha sido la capitalización de los inmigrantes cubanos, para los fines económicos del régimen, sin tener que pagar un rédito político.

Como ha señalado el economista cubano Antonio Aja, director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, uno de los fines de la reforma migratoria es precisamente “capitalizar la migración en función de los intereses del país”. Solo que debía haber dicho más bien los intereses de los hermanos Castro y la élite gobernante.

Hay que aclarar además que la categoría de “exilio histórico” no es un absoluto, ya que una parte de sus miembros saltan por encima de una clasificación tan elemental, pero ésta no deja de ser ilustrativa a los fines recurrentes de explicar un escenario político en Miami.

Lo que ocurre en buena medida es que las generaciones llegadas después de 1980 vivieron tan saturadas de política en Cuba, que aquí en Miami han decidido que ésta no contamine todos los actos de su vida.

Es por ello que las diferencias políticas entre los exiliados ocurren no sólo en aspectos debatidos a diario, como la permanencia o no del embargo comercial sobre la Isla, sino en pequeños actos de independencia al asistir a un concierto de músicos que viven en Cuba.

Estas diferencias no son fáciles de percibir fuera de Miami por tres razones fundamentales: los miembros del exilio histórico dominan los medios masivos de comunicación, ellos aún constituyen la mayor parte de los ciudadanos cubanoamericanos con derecho a voto —aunque la pasada elección presidencial demostró que ese bloque comienza a dejar de ser uniforme y sin fisuras— y conforman el grupo social con mayor poder adquisitivo y empresarial en esta ciudad.

Avances sociales y políticos

En comparación con los logros políticos de los primeros exiliados, las generaciones llegadas después de 1990 demuestran un gran retraso. A finales de los 60, los cubanos participaban activamente en la política de la ciudad y del condado. En 1976, entraron de lleno en la contienda de la legislatura estatal, con aspirantes por ambos partidos. Da la impresión de que los nuevos inmigrantes tienen menos interés y capacidad en ese terreno.

En la actualidad, el relevo se produce dentro del marco establecido por los primeros refugiados —una primera, segunda y hasta tercera generación de cubanoamericanos, todos nacidos en este país—, no gracias a la incorporación de recién llegados.

Al principio, las candidaturas tuvieron que transformarse debido a la llegada de un gran número de inmigrantes. Ahora son los nuevos votantes quienes tienen que adaptarse a los candidatos.

A diferencia de quienes salieron primero de la Isla, el refugiado que se establece en esta ciudad a partir de 1980 encuentra una red de negocios cubanos y de empresas norteamericanas administradas por hispanos que les facilitan su inserción laboral —con mayores o menores ventajas, con un grado más o menos elevado de explotación— y hace posible que, en cierto sentido, sea menos “traumática” su nueva vida.

Es indudable que este hecho ofrece enormes ventajas en cuanto a idioma, costumbres y cultura, pero también aporta una limitación mayor: el recién llegado está obligado a adaptarse a una comunidad antes que a un país.

Ese es un desafío que no siempre se enfrenta, y muchos optan por una adaptación fácil, algo para lo cual, por otra parte, tienen experiencia de sobra desde Cuba.

La adaptación no solo como medio de sobrevivir, sino también como el camino más fácil.

Mientras tanto, la reforma migratoria llevada a cabo por el gobierno de Raúl Castro ha introducido una nueva variante a la condición de exiliado, donde las fronteras se han vuelto porosas y el ideal se ha transformado de un “llegar a tierras de libertad” a un arribar a un terreno de prosperidad. No hay nada reprochable en este objetivo, que en resumidas cuentas siempre ha estado presente en las esperanzas del exilio, solo que ahora la definición de esta meta resulta más evidente.

En resumen, que el exilio es ara y también pedestal.


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