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¿El fin de la historia?

Las 'reflexiones' de Castro sobre la historia de Cuba: último intento de legitimarse.

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El doctor Julio Ángel Carrera-Collado (Guanajay, 1923 – La Habana, 2005) enseñó por más de 20 años en la Universidad de La Habana. Su libro Historia del Estado y el Derecho en Cuba (Ministerio de Educación Superior, 1981) encauza la asignatura homónima de estudios jurídicos básicos y desarrolla en trece pasos la "pretensión secular de los Estados Unidos de América de apoderarse de Cuba".

Castro acaba de reciclarla como "constante pretensión" para dar inicio a su noveleta histórica por entregas "El imperio y la isla independiente" ( Granma, agosto 15 de 2007).

Es difícil tragarse la guayaba de que Estados Unidos pretende aún apoderarse de Cuba. Desde 1962, la invasión yanqui no ha dejado de ser letanía pueril entonada sin haberse visto a un solo marine en zafarrancho de combate por Cayo Hueso. Entretanto, tres grandes invasiones demográficas se han llevado a cabo por iniciativa de Castro contra Estados Unidos: Camarioca (1965), Mariel (1980) y la Crisis de los Balseros (1994).

Por encima de la inconsistencia frente a la actualidad, Castro recicla la tesis de Carrera-Collado en contra de la propia historia. Oscar Pino Santos (Banes, 1928 – La Habana, 2004) demostró ya que aquella pretensión se extinguió en el mismo siglo XIX ( El asalto a Cuba por la oligarquía financiera yanqui, Casa de las Américas, 1973).

Según Manuel Moreno Fraginals (La Habana, 1920 – Miami, 2001), Pino Santos era "la cabeza de la historiografía cubana", pero Castro no vacila en guillotinarla con su reflexión acerca de que Estados Unidos siempre pretendió y aún pretende apoderarse de la Isla. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que aquí se esconde una pretensión constante de Castro: atribuir a otros sus errores políticos.

Castro repudió la condición externa más importante del desarrollo de Cuba: la cercanía geográfica y cultural de la mayor potencia mundial. Para llevar adelante sus aventuras personales acentuó tanto el nacionalismo como la amenaza yanqui, que terminaron empujando a los cubanos hacia un callejón sin salida, entre gastos militares y carencias de la gente.

Castro no supo ni quiso negociar con tino el diferendo Cuba-Estados Unidos a favor del bienestar de los cubanos. Por el contrario, su Estado totalitario fundió ideológicamente nación y revolución castrista. Así, el todo se volvió superior a la suma de las partes, esto es: a los seres humanos, de carne y hueso, que vienen dilapidando sus vidas entre proyectos y más proyectos titánicos.

Castro concibió el diferendo como historia de vida o muerte. Por casi medio siglo se empeñó en que no saliera de aquello otra cosa que más muerte y más historia.

Tucídides (¿460-396 adC?) vivió la Guerra del Peloponeso (431-404 adC) y escribió su historia simplemente porque consideraba que era digna de contarse.

Castro se puso ahora a dictar tramos de la historia de Cuba con el único fin de legitimarse: la república postcolonial habría existido tan sólo para darle paso a Él. Y él no puede menos que justificarse agitando la sempiterna imagen del enemigo exterior. Desde luego, ya no puede vivir sino del cuento.


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