Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Damas de Blanco, Oposición, Exilio

El fin de las Damas de Blanco

La reflexión necesaria es sobre las limitaciones que enfrentan ciertos grupos, imposibilitados de contribuir de forma sustancial a un esquema de futuro para la nación

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Dentro del amplio y disperso panorama de la oposición cubana, las Damas de Blanco cumplieron un objetivo con claridad meridiana y firmeza digna de elogio. Lo que les faltó de imaginación supieron compensarlo con coraje, en un momento en que la mínima oposición al régimen era castigada con rigor implacable. Lo demás, lo que vivimos ahora, es la decadencia de una ilusión surgida en un momento difícil.

Tras superar su razón de origen —luego de la liberación de quienes fueron injustamente encarcelados durante la oleada represiva de la “Primavera Negra” de 2003—, las Damas de Blanco intentaron redefinirse en una propuesta mayor.

Sin embargo, en parte por incapacidad de sus líderes y en buena medida también por lo restringido de un movimiento puntual, no han logrado mayor trascendencia. Todo lo contrario: se han convertido en un remedo para fines partidistas en Miami. Ahora unas declaraciones desafortunadas. de quien figura como su líder, Berta Soler, y un video que llega tarde y muestra una especie de “acto de repudio” al mejor estilo castrista —donde algunas de las tradicionales víctimas aparecen como nuevas victimarias— ha desatado cierto escándalo. que no por sabido deja de despertar indignación y rechazo a la luz pública.

Pero más allá de la notable incapacidad de Soler al frente del grupo —nada nuevo por cierto—, lo que debe llevar a la reflexión es comprobar las limitaciones que enfrentan ciertos grupos y actos, meritorios en su momento frente a la represión del régimen, pero imposibilitados de contribuir de forma sustancial a un esquema de futuro para la nación. Las Damas de Blanco cumplieron su objetivo. Si deciden permanecer o no es una decisión de sus miembros, pero el otorgarle representación en una discusión nacional va más allá de sus derechos fundacionales —ya agotados—, y es un asunto abierto a la discusión y el análisis.

En este sentido, detenerse en lo anecdótico no es más que otra forma de esquivar el problema. Enfatizar las palabras de Soler —alguien, por otra parte, de condicionado razonamiento, poca cultura y limitada capacidad de expresión— encierra el peligro de no escapar de las ideas y conceptos que se pretenden criticar.

Sí, es cierto que en su declaraciones la actual líder de las Damas de Blanco repite en versión reducida algunos de los postulados clásicos del castrismo —¿elecciones para qué?, rechazo a escuchar opiniones ajenas y legitimidad de poder otorgada a través de la lucha y un ejercicio fundacional—, pero limitar el análisis a esos puntos pasa por alto lo que constituye la clave del problema: la doble manipulación que ha ejercido sobre su figura el sector más retrógrado del exilio y el aprovechamiento obtenido por ella al convertirse en supuesto paradigma desde la Isla de posiciones y actitudes políticas elaboradas en Miami.

Dejando a un lado la torpeza demostrada por Soler —y un afán dictatorial ya evidente—, su figura no se diferencia fundamentalmente de otras, igualmente acuñadas en Miami, pero originadas en Cuba: Guillermo Fariñas, Jorge Luis García Pérez (Antúnez) y Rosa María Payá, entre otras.

Quizá en el caso de Soler se ha hecho más evidente en estos momentos esta doble trampa: amparada y alimentada desde Miami, las repetidas rencillas, videos y reclamos en torno a sus acciones coloca a quienes la apoyan en el exterior —con recursos y respaldo político— en un urgente movimiento de “control de daño”: ¿cómo justificar su presencia en una audiencia del Senado, como representante de los reclamos en favor de democracia y derechos, cuando desde meses atrás ya se sabía su actuación dictatorial?

Con independencia de los pasos a seguir por sus patrocinadores —desde intentar un mayor control mediante una administración más rigurosa del dinero hasta ampararse en el paso del tiempo, el buscar minimizar la difusión de los hechos (algo ya imposible, gracias a la democracia estadounidense“ y el socorrido expediente de la represión castrista, con la contribución cómplice de La Habana— el daño que Soler ha hecho a la oposición, y no solo a las Damas de Blanco, ocurre precisamente en un momento de acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, donde al reclamo de participación de activistas en la Isla puede contrastarse la debilidad de un movimiento incapaz del menor acuerdo entre sus miembros.

Aquí cabe señalar la debilidad de un argumento esgrimido por Soler —la penetración de la Seguridad del Estado dentro del movimiento opositor— y los límites del esfuerzo de lograr un apoyo internacional mediante el gasto —despilfarro en ocasiones— del dinero proporcionado por los contribuyentes estadounidenses.

Más allá del aspecto incuestionable, que implica reconocer el empeño de la Seguridad cubana en penetrar el movimiento opositor, están las respuestas ante el hecho. Estas van de una actitud cínica a la duda generalizada frente a cualquier esfuerzo opositor..

La réplica inmediata al argumento de que un mayor acercamiento entre Washington y La Habana no solo brinda “oxígeno“ al régimen, sino al mismo tiempo recursos a las fuerzas represivas, puede ser contrarrestada con decir simplemente que el dinero destinado a los disidentes alimenta también a los represores, como le ocurrió en su momento a Martha Beatriz Roque —cuando se conoció que su principal asistente, Aleida Godínez, era una agente del régimen que trabajaba entre la disidencia— y se ha repetido luego en otras situaciones: hasta un vendedor ocasional de aguacates puede ser un informante del gobierno.

Pero quizá lo peor es que la acusación de supuesto agente castrista —la difusión del acto de repudio realizado por algunas Damas de Blanco el 16 de diciembre fue obra de Alejandro Yánez, un reportero independiente “al servicio de la Seguridad del Estado”, según Soler— es un arma de doble filo.

El argumento de la penetración castrista dentro de las Damas de Blanco, el grupo de Fariñas o cualquier otra organización disidente no debe servir de justificación. En primer lugar porque evidencia debilidad de estos grupos, que indiscutiblemente realizan su actividad en condiciones difíciles, y por lo tanto meritorias. Ser líder de un grupo en estas condiciones evidencia excepcionalidad: es difícil reclamar méritos al tiempo que se reconocen debilidades. Si se está dispuesto a una lucha en condiciones arduas, el fracaso es posible pero no sirve de escudo.

Lo más grave en estos casos es que dicho argumento abre la puerta al argumento contrario: acusar de agente a otro no impide igual réplica en sentido contrario. ¿Quiénes son los agentes y quiénes no? Abrir esa caja de Pandora lleva al posicionamiento a partir de un acto de fe, conveniencia o interés.

Otro argumento de Soler, la apelación al papel de víctima, resulta igualmente limitado en su alcance, a la vez que muestra un cierto desfasaje frente a la situación actual.

“No estamos en contra de las personas que emigren, pero ellas emigraron, no están dentro de Cuba, los problemas internos de las Damas de Blanco los resolvemos aquí dentro la gente que estamos día a día recibiendo golpes, hostigamiento y yendo al calabozo”, declaró Soler de acuerdo a la agencia Efe. Luego añadió que, para ella, las activistas en el exilio tienen derecho a opinar, pero no a pedir su renuncia o expulsión.

Por encima de las exageraciones en sus palabras, llama aquí la atención ese interés en limitar el derecho de opinión de quien no solo es considerada paladín de la libertad de criterios sino también depende en gran medida del apoyo exterior. Ese apoyo, de acuerdo a su razonamiento, debe ser incondicional y ajeno a los cuestionamientos. La represión entonces actúa no solo como consecuencia de la naturaleza del régimen, sino sirve también de patente de corso para colocar a las víctimas más allá de cualquier cuestionamiento.

El problema radica en lo limitado —e incluso peligroso— que resulta el fundamentar una nación sobre el principio de un supuesto “martirologio“, y no a partir de una ejecutoria democracia. Pero más allá de lo inadecuado del principio está el hecho de que, sin la sustentación y legitimidad que otorga el exterior, en este caso el exilio —al que ahora pertenecen quienes firman la carta que pide la renuncia de Soler—, su organización carece de una base sólida, no solo por su limitadísima membresía sino por la carencia de recursos.

Las Damas de Blanco, al igual que ocurre a todos los grupos opositores en Cuba, existen principalmente de cara al exterior, no por su efectividad y resonancia en la Isla. Dejando a un lado los supuestos malos manejos en la distribución de recursos —que es en fondo lo que origina esta y otras disputas dentro de las Damas de Blanco—, el negarse a una discusión al menos con las activistas en el exilio convierte al grupo simplemente en un frente autocrático en lo interno, que sirve y se sostiene de acuerdo a intereses afines únicamente con quienes las emplean desde fuera, no como representante de una Cuba futura.

Una disidencia que en lo interno se debate entre sospechas, manejo cuestionable del dinero, acusaciones de favoritismo y distribución de beneficios y prebendas difícilmente puede encontrar una justificación mayor a partir de su exposición en el exterior, particularmente cuando esa presencia obedece y se sustenta en el apoyo de organizaciones internacionales que no son más que receptoras del dinero del contribuyente estadounidense.

Durante años el National Endowment for Democracy (NED), catalogado como un grupo sin fines de lucro que recibe dinero del gobierno federal, pero también acusado de ser simplemente un tipo de organización pantalla para simplemente lograr un cambio de régimen en Cuba —un objetivo apreciable a los fines de buscar la democracia en la Isla, pero que no por ello elude la acusación de encubrir sus verdaderos fines—, ha destinado cuantiosos recursos a organizaciones en países tan disímiles como España, Chile, Argentina, Perú, República Checa, ¡Eslovaquia! , y por supuesto Estados Unidos, para desarrollar publicaciones, seminarios y actividades en que en los últimos años —gracias a la nueva ley de inmigración cubana— han participado disidentes y opositores en general —y esto no es una referencia específica a Soler— , cuyos viajes han sido sufragados no por la voluntad anticastrista y el fervor por la democracia en la Isla de dichos representantes, sino gracias al dinero de los contribuyentes estadounidenses.

Si bien tantas reuniones, seminarios y encuentros —donde siempre se enfatiza la necesidad de la democracia en Cuba antes de que lleguen los postres— han ayudado a divulgar la ausencia de derechos en la Isla, poco acumulan a la hora de contabilizar los avances del movimiento opositor dentro del país. Una disidencia que se proyecta con mayor énfasis al exterior que en lo interno solo puede esperar el saludo ocasional —y casi siempre hipócrita— del político de turno, pero la realidad continúa siendo que a la hora de negociar los países continúan definiendo su agenda, de acuerdo a sus intereses, con quienes gobiernan en la Isla.

Hay que reconocer a las Damas de Blanco que en este contexto internacional lograron mucho más que otras organizaciones, siempre que supieron limitar su función a su objetivo de origen. Si la Iglesia Católica fue una de sus principales bases de sustentación, bajo la dirección de Soler el grupo ha ido apartándose de esa meta original en favor de una agenda estrecha dictada desde Miami. Ahora llega esta pérdida de credibilidad de su líder, que las deja divididas y cada vez más aisladas.


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