Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fidel Castro, Cuba, Exilio

El indispensable Fidel Castro

El fantasma de Fidel Castro recorre Miami y llega hasta el Congreso de EEUU. Para algunos no se cree en él, sino simplemente se aprovecha la muerte que pretenden insuflarle

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Parafraseando a Sartre: si Fidel Castro muriera hoy, mañana cierto sector del exilio lo crearía de nuevo. No es sencillamente resucitarlo ni inventarlo otra vez: ellos lo necesitan imperecedero, eterno, permanente en sus vidas. Paradoja una y mil veces repetida: cada vez que surge el rumor de su muerte, quienes se aferran a que es verdadero no hacen más que reafirmar su existencia: lo necesitan vivo para creer que está muerto.

Por ello algunas publicaciones pueden explotar falsedades sin el menor rubor —y lo que es mejor para ellos, sin tener que pagar precio alguno por ello— y quedar tan campantes como siempre. Alimentan la carencia espiritual de quienes no conciben la vida sin Castro.

No importa lo burdo de la fabricación. Poco cuenta que se invente la salida de militares cubanos de Venezuela; se comente la construcción de “su tumba”; se ofrezcan detalles más o menos ficticios de la reparación de vías que llevan a un cementerio o se convierta en noticia la fabricación de una conferencia de prensa que nunca existió —eso de hacer noticia a una supuesta conferencia de prensa confirmada por un bedel, un custodio o alguien que dice que alguien le dijo, establece un nuevo estándar del periodismo basura que seguro aparecerá en alguna antología de lo mal hecho—, ya que todo gira alrededor de la misma fantasía: entre aquel que casi sin recursos distribuye en Facebook una foto burdamente fabricada y el periódico que publica mentiras —sin detenerse ante la regla elemental del periodismo de que un rumor no debe divulgarse— no hay diferencia alguna, salvo que uno lo hace por una recompensa emocional y el otro por dinero.

Sin embargo, lo que importa aquí no es cierta ganancia temporal —ya sea espiritual , monetaria o en la ansiada búsqueda de lectores— sino la realidad que refleja: es difícil despojarse del fantasma de Castro.

Ese fantasma recorre Miami y llega hasta el Congreso estadounidense. Para algunos no se cree en él, sino simplemente se aprovecha, pero para otros está más vivo que la muerte que pretenden insuflarle.

Que el ridículo acompañe el esfuerzo no detiene a nadie, porque el kitsch no se para ante esas minucias. Así el último rumor de semanas atrás —explotado no solo por la bloguera anticastrista vulgar sino también por algunas prestigiosas agencias de noticas— surgió ante un dato simple, al cumplirse un año de la última aparición pública de Fidel Castro.

Desde el punto de vista gramatical el dato era correcto, ya que el exgobernante no ha vuelto a figurar en una actividad pública, pero omitía en el énfasis otro: que solo meses habían transcurrido desde que se divulgara una foto.

En todo caso, la diferencia pasó a un segundo plano ante la facilidad con que La Habana desbarató un rumor —sobre el cual cabe la interrogante de si no tuvo su origen en el propio régimen, lo cual convertiría a quienes lo repitieron en simples ecos del castrismo— sobre el cual pueden existir dudas, pero no ha vuelto a acaparar titulares.

Bastó una firma en una carta para detener el rumor, pero cabe preguntarse entonces si fue necesaria o formó parte de la misma manipulación.

Si ante la repetición constante del “año sin Castro” se hubiera anticipado un dato simple, no hubiera hecho falta ni siquiera la carta.

El 14 de octubre de 2014 Fidel Castro escribió un comentario en que reproducía buena parte de un editorial del The New York Times sobre la necesidad de un cambio de política hacia Cuba.

Visto con la perspectiva que dan los meses, hay varias conclusiones a la vista. La serie de editoriales del diario estadounidense no fue un esfuerzo aislado sino puede considerarse parte de un proceso en marcha, aunque desconocido públicamente entonces. Cabe argumentar si —en lugar de presionar a Washington y la Casa Blanca, como se pensó entonces— el periódico solo estaba influyendo sobre la opinión publica de este país y el mundo, y preparando el terreno a Obama.

Que Fidel Castro escribiera al respecto no lo muestra ajeno al proceso, aunque es difícil conocer su implicación específica. Lo que vale la pena destacar aquí es que la fecha de octubre desbarata cualquier especulación de lejanía.

Admitir la validez de la firma de la carta —aunque no públicamente pero tácitamente se ha hecho al cesar el rumor— da por sentado que se acepta la autoría del comentario. Que bastara una supuesta firma para echar abajo un rumor —que no otorgó importancia a lo también supuestamente escrito por Castro— dice mucho de lo fácil que resulta echar por tierra cualquier fabricación desde el exilio y lo frágil de los enunciados desde Miami y Madrid.

La fragilidad de los argumentos de este sector del exilio es más patente hoy que nunca, cuando la algarabía trata de opacar la falta de razonamientos sólidos para oponerse —o al menos criticar con un mínimo de seriedad— el cambio de enfoque, en la relación con el gobierno cubano, de la actual administración estadounidense.

El primer error del exilio es considerar que “Obama se lo ha dado todo a Castro a cambio de nada”, cuando la flexibilidad anunciada es extremadamente limitada en relación al potencial con que cuenta Estados Unidos para mejorar la relación económica con la Isla. Incluso si se produjera mañana un levantamiento del embargo, Washington tendría aún en su poder un gran número de recursos para ofrecer beneficios económicos a La Habana.

El segundo error —y más importante— es el continuar analizando la situación cubana como si Fidel Castro estuviera al mando del país. No lo está. Este hecho —que convierte a su posible muerte en fundamentalmente un acto de catarsis para el exilio, en su proyección más inmediata— se omite en el enfoque de la realidad cubana, tanto por ignorancia como por fines partidistas.

Sacarse de la mente a Fidel Castro es el primer paso para tratar de analizar la situación cubana con un mínimo de rigor. Lástima que algunos aún no cuenten con la capacidad o el deseo para hacerlo.


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