Escritores, Intelectuales, Política
El malestar de “lo político” sobre la realidad cubana (II)
Cuando se les pregunta a los intelectuales que residen en la Isla si conocen a las Damas de Blanco, responden “bueno, existen pero yo no las conozco”
En una ocasión, en la Universidad Lomonosov de Moscú (1980) escuché por Radio Europa Libre que en el mismo edificio en que me encontraba, se había efectuado horas antes un acto homenaje a los Beatles, y el evento había sido interrumpido por la policía, lo que resultó en el arresto de varios jóvenes universitarios. Yo, en el mismo edificio, ni me enteré. Al día siguiente pregunté a otros estudiantes y en efecto el evento había ocurrido y terminado de la manera en que había escuchado la noticia.
Algo similar ocurre en Cuba con relación a los que discrepan de las estructuras de poder establecidas y a los que proponen otros programas de cambio: se convierten en seres invisibles (incluso para colegas cercanos) o devienen “demonios” conectados con el “Imperio”. Así se les trata, humilla y denigra en el discurso oficial y se les destierra del mundo de los afectos humanos. Cuando pienso en eso, no sé por qué se asombran los que sienten el ambiente “crispado” en el debate político si constatamos que la injuria y el vituperio ha sido un lenguaje aprendido —desde niños— en los discursos oficiales amplificados por la televisión nacional.
La propuesta que hago a aquellos que rechazan la sobresaturación política interna es que pidan un cambio radical en la política informativa del país. Pero también sé que cuando esta demanda es hecha por muchos intelectuales —como está sucediendo en el creciente y variado debate interno— lo que más se logra conseguir es que la primera Conferencia Nacional del PCC dedique mucho tiempo a discutir la semántica del término “diálogo”, todo un torneo medieval de oratoria para una palabra desconocida en el ejercicio de la política interna.
La desinformación dentro del país por no contar con el acceso a Internet y carecer de medios alternativos de información no estatales
Como dice el profesor e investigador estadounidense Ted Henken —en sus análisis de la blogosfera cubana— la conexión a Internet es “lenta, restringida y cara” lo cual implica que Internet no es aún una conquista ciudadana en Cuba.
Hay que agradecer el esfuerzo que hacen todos los grupos de activistas culturales, sociales y políticos de la Isla por mantenernos informados de lo que ocurre adentro —desde la última película que se estrena, los precios siempre en ascenso de la canasta básica, las tribulaciones de la vida cotidiana y las golpizas o represiones invisibles para la inmensa mayoría de la población—, desinformación que incluye a los intelectuales que se pronuncian sobre los problemas del país.
Si solo existieran radioemisoras locales o periódicos locales alternativos, la ciudadanía se podría enterar de esos discrepantes del orden actual, que ahora aparecen demonizados. Recientemente en dos entregas de Estado de SATS fueron invitados activistas culturales que utilizan sus proyectos para impactar de manera inmediata su entorno, ofrecer otra mirada sobre la realidad y generar una consciencia ciudadana. Junto a estos jóvenes creadores que hacen un arte en función del cambio. (Orlando Luis Pardo, Lía Villares, El Sexto y Gorki Águila) también el espacio de reflexión ciudadana invitó a la Dama de Blanco Berta Soler y al coordinador de la Unión Patriótica Cubana, José Daniel Ferrer. El testimonio de ambos —cubanos sencillos, humildes y de una valentía admirable— derrumbaría toda la violencia diaria que se ejerce contra ellos si solo apareciera en el pie de página de alguna publicación masiva del país. Pero, ¿cuál órgano de prensa se atreve?
Existen excepciones, como el intelectual Aurelio Alonso, que ha expresado la necesidad de incluir y respetar a los disidentes como parte de la sociedad civil cubana en el mismo espíritu que Cintio Vitier. O el escritor Eduardo del Llano quien —en la entrevista citada en la primera parte de este texto— defiende la idea del derecho que tienen estos disidentes a exponer sus intereses y programas y someterlos al criterio de la ciudadanía, aun cuando él reconoce que no los conoce.
Cuando se les pregunta a los intelectuales que residen en la Isla si conocen a las Damas de Blanco, responden “bueno, existen pero yo no las conozco”. En una situación peor están los restantes grupos de derechos humanos, activismo político y cultural: son “invisibles”. Esta falta de solidaridad ciudadana fruto de la desinformación y de la criminalización oficial, deja en una zona de confort a los desinteresados en el tema —que evitan saber para no comprometerse— con el riesgo de perder una parte importante de su propia humanidad.
De manera indudable la censura y la represión sistemática a los opositores de todas las tendencias ideológicas y a los activistas culturales, produce lo mismo que Ignacio Ramonet señala como efecto de la concentración en pocas manos de los medios masivos en las sociedades occidentales: “El que no aparece en la televisión, no existe”. Análisis este, por cierto, que no le escuché en el intercambio de 9 horas con Fidel Castro —en la cual el periodista ofreció a los cubanos lecciones tan elementales como si fuésemos una población analfabeta— sino en la excelente novela de Milan Kundera La Inmortalidad. Pero Ramonet, pasó por la televisión cubana, luego existe.
La ausencia de instancias eficaces para canalizar la agregación de demandas ciudadanas
La cuestión de la construcción democrática no es un slogan, o un deseo: es sencillamente un asunto de división social del trabajo. Solo los políticos profesionales ocupan su tiempo en la política, y así debe ser para que los ciudadanos nos podamos ocupar de nuestras responsabilidades. Cuando la división del trabajo no funciona, los ciudadanos nos tenemos que ocupar de la política porque ella delimita, obstruye y define no solo nuestros derechos, sino también las posibilidades de construirnos o no una vida digna. Por ello, si les dejamos la política a los políticos profesionales, ellos deciden nuestra suerte.
Con una dirección política militarizada que comanda a unos políticos obedientes, seleccionados en función de su lealtad a las máximas instancias de dirección, (no por sus capacidades directivas y de conocimiento “experto”) las demandas ciudadanas no tienen la menor posibilidad de ser tenidas en cuenta, no definen la permanencia del político en cuestión y —peor aún— los méritos del político parecen ser proporcionales a la manera en que disuelve y acalla las demandas de la población.
En un contexto de represión sistemática a los discursos discrepantes, no solo opera la absoluta ineficacia de los canales establecidos para la agregación de demandas, sino que los discursos críticos de algunos intelectuales, valiosos por su obra, terminan aportando una mera satisfacción personal por haber dicho algo en medio de la visión maniquea dominante. Pero al respetar los límites de la censura, centran su atención en los supuestos intereses espurios de grupos de individuos que no definen la agenda del poder —primero los burócratas inasibles, ahora los periodistas— y los “chivos expiatorios” les permiten alejarse cada vez más del análisis de las causas estructurales, de los verdaderos responsables de sus malestares y de las posibilidades de resolverlos.
Fuera de esta zona de confort y ejerciendo una postura ciudadana consecuente con sus diversas visiones, publicaciones como Espacio Laical, Compendio del Observatorio Crítico y Estado de SATS, —este último el más dinámico y amplio por su diversidad, son un buen ejemplo del ejercicio ciudadano responsable.
La falta de solidaridad entre los intelectuales, periodistas y artistas que residen dentro del país ha sido una victoria absoluta del Partido y el Estado cubano con sus mecanismos de represión y control: el gremio se entretiene en discrepar entre ellos o en desconocer a los que no están en el círculo de sus allegados. Así, pareciera que intentan seguir existiendo en una precaria y cada vez menos creíble Torre de Babel.
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