Actualizado: 18/04/2024 23:36
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

El perro y el collar

Pérez Roque propone la original idea de no cambiar nada para que todo siga igual.

Enviar Imprimir

En el discurso que pronunció a finales de 2005 ante el Parlamento cubano, el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque manifestó por vez primera en público su preocupación por el postcastrismo que se avecina. En esencia, el canciller se limitó a glosar algunos aspectos del larguísimo y caótico monólogo que Fidel Castro les había infligido a quienes asistieron al acto celebrado en la Universidad de La Habana el pasado 17 de noviembre.

La alocución de Pérez Roque hace pensar en aquel anuncio tan bonito de la empresa RCA Víctor, en el que un can escuchaba embelesado la voz de su dueño, que un fonógrafo antiguo le repetía. La fidelidad (lealtad) del animal hacía eco a la fidelidad (exactitud) del aparato. Bajo la imagen, campaba una sola una frase: "la voz de su amo". Pues eso: ante la mal llamada Asamblea del Poder Popular, Pérez Roque reprodujo fielmente la voz de su amo.

Al parecer, Castro no estaba muy satisfecho con su monólogo de noviembre. En las seis horas de verborrea, las ideas fundamentales quedaron sepultadas por la frondosidad del balbuceo y los caprichosos saltos de un tema a otro. Era necesario entresacar los conceptos clave y repetirlos de manera más concisa, para que el asunto quedara claro. Y encargó al ministro de exponerlos de nuevo, esta vez ante el cónclave de notables del régimen, que se reúne cuatro días al año para aprobar por unanimidad y a mano alzada cuanto les echen.

Una vez separada la paja del grano, estas son las tres ideas que sustentan la estrategia de Castro y Pérez para apuntalar el proyecto de sucesión dinástica, conservando incólume el gobierno y el Partido Comunista, tras la muerte del caudillo. Con acento dramático, el canciller les llamó "las premisas para salvar la revolución":

1. La autoridad por el ejemplo:

Pérez Roque propugna "un liderazgo basado en el ejemplo, que emana de la conducta austera, de la dedicación al trabajo, de que nuestro pueblo sepa que los que dirigen no tienen privilegios…". Esta premisa es sin duda la más inquietante para la cúpula actual. El dardo envenenado parece apuntar a los mandos "históricos", que por edad y tiempo en el poder se han enriquecido y aburguesado más que los recién llegados, y que en el marco de la lucha actual contra la corrupción corren el riesgo de verse desplazados por los talibanes.

La clase gerencial salida de las filas del Partido y el Ejército en los años noventa se acostumbró a las delicias del capitalismo de Estado. Pero lo que Castro ha decretado desde hace más de un año y está en marcha ahora es la vuelta al centralismo de los años setenta, la reimposición de la ideología marxista-leninista y la reducción al mínimo de la autonomía económica de la población.

2. Ideas sí, consumo no:

El canciller postula la necesidad de "conservar" el apoyo popular "no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y las convicciones". Dicho de otro modo, Castro y Pérez han llegado a la conclusión de que, a pesar de la ayuda que reciben de Hugo Chávez, de los ingresos del turismo y las remesas que envían los exiliados, la ineficacia del modelo estatista es de tal magnitud que apenas conseguirán mantener el consumo en los niveles actuales.

En la medida en que el Estado vuelva a clausurar los espacios económicos que había cedido a la iniciativa privada, los pocos bienes y servicios que estaban disponibles empezarán a desaparecer. Y mientras más parcelas de la actividad productiva vuelvan a manos estatales, menos artículos y prestaciones llegarán al consumidor.

A estas alturas, es difícil creer que los bienes y servicios que el sistema no ha logrado proporcionarle a la población en 47 años de poder absoluto, los va a generar por arte de magia a partir de los factores disponibles. Cuando se tienen en cuenta el estado real de la economía, la baja productividad, los índices del ingreso nacional, la situación de las infraestructuras —agua, vivienda, carreteras, electricidad—, el mal comportamiento de la balanza de pagos y la pésima gestión habitual, no se encuentran muchos motivos de optimismo.

Según confesó recientemente el propio ministro de Economía, todavía en 2006 el país no ha recuperado los niveles de PIB y de ingreso per capita que tenía hace 20 años. Y quienes tienen edad suficiente para recordar cómo se vivía en Cuba en 1986, saben que aquellos años no fueron precisamente la Edad de Oro. Por lo tanto, habrá que seguir ahogando las expectativas de mejoras materiales en una marea de propaganda, lemas y consignas.


« Anterior12Siguiente »