Actualizado: 01/05/2024 21:49
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El perro y el collar

Pérez Roque propone la original idea de no cambiar nada para que todo siga igual.

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3. Mantener el monopolio político y económico del Estado:

La tercera premisa perezroqueña consiste en conservar la propiedad estatal de los medios de producción. Porque —dijo— "al final el tema decisivo es quién recibe el ingreso, si las mayorías y el pueblo (sic.) o la minoría oligárquica, transnacional y proyanki".

Y la exégesis continuó con unos párrafos que son una estupenda muestra del nivel intelectual y político que prevalece en la magna asamblea legislativa cubana: "¿Quién garantiza únicamente que la mayoría sea la que disfrute de la mayor parte del ingreso (…) y que sea dueña de la mayor parte de la propiedad? El Estado socialista (…) y el día que en Cuba el enemigo lograra —que no lo logrará— desmantelar el Estado socialista derrotando a la Revolución, aquí se pierde no sólo la Revolución y el Estado, aquí se pierde la nación, porque Cuba sería absorbida, Cuba sería convertida en un municipio de Miami".

La frase merecería figurar en los anales de la oratoria parlamentaria nacional, junto con la del representante de Matanzas que en la década de 1940 pidió en un discurso que si se traían góndolas para ponerlas en el río Yumurí, se compraran también góndolos para luego vender las crías y amortizar el proyecto.

El silogismo es harto conocido: en Cuba el gobierno no es mero gobierno, sino es "la revolución", encarnada en el Partido Comunista, que es una misma cosa con el Estado y con la nación. De ahí que cualquier gobierno que no sea una dictadura marxista-leninista conduciría inexorablemente a la anexión, no ya norteamericana, sino miamense, municipal y espesa.

Poco importa que la nación cubana haya existido antes de tener un Estado, que luego ese Estado haya tenido diversos gobiernos, que esos gobiernos hayan sido la obra de diferentes partidos políticos, etcétera. El canciller Pérez hace tabla rasa de todo eso y nos explica sin sonrojo que Estado, gobierno, partido, nación y revolución vienen a ser un mismo ajiaco, y que si los cubanos tratan de cambiar el sistema que los oprime, terminarán sometidos a la alcaldía del Condado de Miami-Dade.

O sea, que no tienen más remedio que apoyar el modelo totalitario actual y obedecer a los funcionarios "puros" que se repartirán el pastel tras la muerte de Castro. De otro modo, el país pasará a ser una entelequia de rango algo menor que Puerto Rico —que al fin y al cabo es Estado Libre Asociado— y algo mayor —por superficie y población— que Hialeah y Coral Gables.

El perro y la rabia

En síntesis, la estrategia de Pérez Roque consiste en lograr que la economía siga en manos del Estado, el Estado en manos del Partido Comunista y el Partido Comunista en manos de la élite que hoy ocupa los puestos claves del gobierno, tras purgar a los "corruptos".

En ese esquema, la mayoría de la población continuaría como hasta ahora: malviviendo de las dádivas estatales y entretenida con el teque, la batalla de ideas y las marchas del pueblo combatiente. Glosando mal al príncipe de Salinas, el canciller propone la original idea de no cambiar nada para que todo siga igual. Es la distancia que va de la prosa de El Gatopardo a la gramática parda del funcionario obsecuente.

A pesar de que sus facultades menguan a ojos vista, Castro ha conseguido hasta ahora mantener esa estructura piramidal totalitaria, gracias a su habilidad para monopolizar todos los poderes y, al mismo tiempo, preservar incólume el aparato represivo. No es probable que sus herederos logren hacer otro tanto.

Por el momento, Pérez Roque está sumando a su cargo de canciller la función de cancerbero de la pureza ideológica del castrismo póstumo. En todo caso, lo que él y sus aliados quieren hacer para inaugurar la nueva era es imponerle al pueblo de Cuba el mismo perro con el mismo collar. Pero en la Isla la mayoría de la gente cree más bien en otro refrán canino, precisamente el que les quita el sueño a los jerarcas: muerto el perro, se acabó la rabia.


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