Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Exilio, Intransigencia

Elogio al moderado

Queda aún por superar el dejarse amedrentar por quienes a diario intentan imponer sus criterios apelando al insulto y los ataques personales

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Practicar la moderación y la cordura en nuestras discusiones políticas no nos libra del exilio. No contribuye, de forma sustancial, al fin del castrismo o al mejoramiento de las condiciones de vida en Cuba. Tampoco ayuda a la permanencia del régimen. Simplemente facilita el entendernos mejor.

Contra este ideal de entendimiento, hay en Miami quienes a diario se declaran opositores al gobierno castrista, pero manifiestan una actitud similar a la existente en La Habana: “con nosotros o contra nosotros”. Las opiniones e informaciones contrarias a sus puntos de vista son consideradas un ataque y no un criterio divergente. Estas manifestaciones de intransigencia de un sector de la comunidad exiliada reflejan el ideal totalitario: no se trata de rebatir una idea, sino de suprimirla. Apelando al argumento del respeto a la comunidad, el “dolor del exilio” y la necesidad de no “hacerle el juego” a Castro, ciertos personajes de esta comunidad intentan imponer un código de lo que se debe o no se debe informar; lo que es correcto y no es correcto hacer; definir la estrategia a adoptar por Washington respecto a la relación con el gobierno cubano y excluir o santificar a priori cualquier actividad que una persona cualquiera —con independencia de su nacionalidad—intente desarrollar en suelo cubano.

La buena noticia es que esta actitud —esta bandera de lucha por demasiados años en el exilio— en la actualidad sólo refleja el pensar y la forma de comportarse de una minoría.

Hasta hace pocos años, el mejor recurso con que contaban quienes se oponían a dejarse doblegar en la práctica de un pensamiento independiente, era el apoyo que brindan las leyes y el Estado de Derecho que caracteriza a un país democrático, con independencia de sus limitaciones. Ahora se cuenta además con el respaldo de practicar un derecho que es respetado y compartido por la mayoría del exilio.

Queda aún por superar el dejarse amedrentar por quienes a diario intentan imponer sus criterios apelando al insulto y los ataques personales.

Por demasiado tiempo, en cualquier debate relacionado con Cuba, los recursos empleados se repiten una y otra vez: la vejación como arma; la divulgación de mentiras, que en ocasiones se apoyan en elementos aislados de verdad pero que en su totalidad presentan un panorama falso; el enfoque demasiado estrecho, que impide una visión de conjunto y la demonización del enemigo.

Participantes catalogados de “castristas” y “anticastristas”, “dialogueros” y “verticales” se han enfrascado en batallas verbales, sustentadas en la utilización de un lenguaje deformado que impide una verdadera comunicación.

Esta deformación verbal se produce de dos formas. La abstracción, como un medio para despersonalizar y tergiversar las intenciones, y el deshumanizar a los opositores.

Lo que debe preocupar es que esta deformación tiene su origen en una manipulación del lenguaje, propia de los regímenes totalitarios. La supervivencia de este mecanismo, en una sociedad donde pueden expresarse las ideas sin el peligro de ir a la cárcel, es deprimente.

Tanto en el exilio como en Cuba se ha utilizado el argumento de que recurrir a éstos y otros mecanismos similares forma parte de un mecanismo de defensa, frente a la hostilidad que rodea a quienes defienden una causa. La justificación no es válida en caso alguno.

En lo que respecta al exiliado, está presente una doble agresividad, que lo convierte al mismo tiempo en víctima y victimario: hostilidad que se sufre por vivir una existencia anómala, al estar fuera de la patria; agresión que al igual éste genera, al concentrar sus pasiones y soledad en objetivos limitados, fuera de proporción y consecuencia cuando se miran desde una óptica ligeramente distante, y al mismo tiempo practicar un orgullo nacional exagerado y en muchas ocasiones cursi.


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