Actualizado: 18/04/2024 23:36
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A debate

En torno a un nombre

¿No es motivo de orgullo para cualquier comunidad que un centro universitario de EE UU lleve el nombre de uno de sus hijos?

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Radicalismo e incoherencia

Ese mayor odio por Batista que por Castro, aun entre anticastristas, es algo que se ha evidenciado en la reciente conmemoración del aniversario 50 del ataque a Palacio para eliminar a Fulgencio Batista, aquel 13 de marzo de 1957. Un tema que, desde mi punto de vista, pone de manifiesto la incoherencia moral de muchos en el exilio.

He podido ver (confieso que con cierto asombro que a estas alturas del juego no debería permitirme) cómo columnistas y hacedores de opinión han celebrado como algo positivo, alborozados casi, el que hubiera podido tenerse éxito en la acción comando para matar a Batista como solución, dicen, al problema de Cuba.

Pero, ¡oh milagro!, esos mismos columnistas y hacedores de opinión se miden mucho a la hora de la solución para el problema, este sí, de Cuba por los últimos 47 años, y te hablan no de matar a Castro, no, qué va, nada de eso, sino del levantamiento del embargo o de cualquier otra medida que mínimamente dañe, no ya su salud, sino su bolsillo.

Es decir, era bueno el antibatistianismo radical, pero no es bueno el anticastrismo radical. Incoherencia moral e intelectual, que aumenta en proporciones cuando se tiene en cuenta que si bien Batista dio un golpe de Estado y violentó el ritmo constitucional de la República, también lo es que dejó intacta la sociedad civil, no robó a nadie su propiedad, nadie escapaba de la Isla en balsa y la prensa siguió siendo absolutamente libre (tanto, que la revolución castrista se hizo más en la revista Bohemia que en la misma Sierra Maestra).

Y por si fuera poco, el país vivía un boom económico donde el peso cubano se cotizaba a 10 centavos por encima del dólar. Pero, más importante que todo eso, es que sí existió la posibilidad real de salir de Batista mediante el diálogo y la negociación y las elecciones, quizá no limpias, pero elecciones.

Todo esto en comparación con Castro, que no es un dictador como lo sería Batista (nos atenemos aquí al significado clásico del término), sino un tirano que ha destruido todos y cada uno de los elementos de la sociedad civil, la economía y la vida civilizada, tal y como se entiende en Occidente, y ha llevado la Isla a niveles de Haití o Corea del Norte, y no ha dado (ni dará) la más mínima oportunidad de diálogo o apertura o algo que se le parezca.

¿El abuelo o los nietos?

En el mismo discurso de 1955 en que se oponía en solitario a la amnistía de Castro y su grupo, Rafael Lincoln Díaz-Balart decía también lo siguiente: "Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno, tampoco desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden ser electos ni concejales en el más pequeño de nuestros municipios".

Por ventura se imagina alguien a Carlos Lage, o a cualquier otro de esos presuntos reformistas que a toda hora detectan dentro del régimen de Fidel Castro los cubanólogos nuestros de cada día, pronunciando semejantes palabras dentro de eso que allí denominan Asamblea del Poder Popular.

Pero la verdad es que la santa ira que algunos sienten porque la Escuela de Derecho de FIU haya sido nombrada Rafael José Díaz-Balart, no obedecería probablemente a los vínculos de dicha figura con el gobierno de Batista, ni siquiera al alto puesto que ocupara su hijo durante ese gobierno y a su firme oposición a la amnistía por los sucesos del Moncada, sino que —sospecho— obedecería más bien a la posición política e ideológica de sus nietos en el presente: los congresistas Lincoln y Mario Díaz-Balart.

Esos que, junto a los también congresistas Ileana Ros-Lehtinen y Albio Sires, y a los senadores Mel Martínez y Bob Menéndez, republicanos unos y demócratas otros, cubanoamericanos todos, son los responsables primeros de que la democracia norteamericana mantenga aún en el estatus de Estado-paria a la tiranía comunista de Cuba. Responsables, en tanto representantes elegidos —aunque a algunos les pese— por la inmensa mayoría de la comunidad exiliada, que no se conformaría con menos que las libertades todas para su país de origen.


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