Esperando a Raúl
¿Qué hará el próximo gobernante? ¿Mantendrá el statu quo de la miseria o intentará apuntalar el edificio?
"Prometo que no haré discursos largos", dijo recientemente Raúl Castro en una reunión de estudiantes universitarios. "Comandante en Jefe sólo hay uno y nadie debe copiar el estilo de Fidel".
Las políticas del Comandante, no sus discursos maratónicos, son el problema principal. En el centro mismo de su legado están las batallas ideológicas, la "ética revolucionaria" y el "verdadero socialismo". Y constituyen un anatema el pluralismo, las instituciones autónomas y los mercados. ¿Qué hará Raúl? ¿Se enredará en un statu quo que no ha podido reponer los niveles de vida de 1989? ¿Emprenderá modestas reformas económicas o dará inicio a una reestructuración radical?
Las hojas de té aún no revelan mucho. Castro, el más viejo, todavía vigila Cuba, por lo menos así dice en su mensaje de año nuevo. Puede ser que Raúl considere prudente no pisar fuerte, en lo que tarda en llegar el momento de la verdad. Sin embargo, ya están apareciendo algunas señales.
Un liderazgo colectivo se está formando bajo la dirección del Castro más joven. Está en camino una campaña contra la corrupción. La disciplina y los "resultados concretos" parecen constituir las nuevas consignas, y otra vez se halla bajo ataque la doble moral —lo dicho en público contradice lo que se piensa en privado—.
Liberar los mercados
La cautividad del mercado es el verdadero problema. De ahí que deban liberarse. Salvo por el liderazgo colectivo, nada se ha dicho o hecho en los últimos meses que sea nuevo bajo el sol revolucionario. La eficacia y la productividad han eludido la economía cubana por décadas. Por ejemplo, no constituye secreto alguno la razón por la que la agricultura se encuentra en una situación calamitosa en una tierra tan fértil.
Desde comienzos de la década de los años sesenta, la corrupción es endémica. La transparencia, que exige un acceso claro y genuino a la información por parte de los ciudadanos, es un antídoto parcial. A inicios de los noventa, el propio Raúl condenó la doble moral, que hubiera disminuido, seguramente, si el miedo no reinara en todos los espacios públicos.
Aunque las soluciones ya probadas y falsas no mejorarán los niveles de vida, lo más seguro es que los sucesores del Comandante comenzarán por ahí. ¿Para qué poner a temblar el edificio si se puede apuntalar? Pero, ¿se puede apuntalar? Al parecer, los cubanos de a pie están resignados a sus circunstancias. ¿Las aceptarán tan pasivamente una vez que se disipe la sombra de Fidel?
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