Anticomunismo, Disidencia, Oposición interna
¿Esquemas obsoletos para una nueva realidad? *
La incomprensión, la interferencia y el desconocimiento de la realidad de Cuba de las organizaciones del exilio han retrasado el trabajo de generar una toma de conciencia cívica de la población
En los años 90 muchos esperaban que el régimen totalitario cubano, tras los derrumbes de las dictaduras comunistas de Europa del Este y en medio de una crisis económica profunda por la falta del subsidio soviético, se iba a desplomar a los pies de gran número de agrupaciones disidentes que habían logrado concertar un gran frente: Concilio Cubano. Yo mismo, diez años atrás, cuando comenzaban a surgir esos grupos en casi todas partes, calculaba que, si todo marchaba con ese ritmo, para fines de los noventa todos esos grupos, unidos, tendrían ya la capacidad de enfrentarse victoriosamente a ese régimen.
Pero nada de eso ocurrió, ¿Por qué?
En 1988, tras siete años de encarcelamiento, no volví a pisar nunca más las calles de mi país, por mandato del Ministro del Interior, José Abrantes —“nunca se te dará la libertad a no ser que aceptes irte de Cuba”—, por lo que fui escoltado hasta las oficinas de un aeropuerto, a donde entré de noche y al volver a ver la luz del día, ya estaba en los Estados Unidos.
Entonces me encuentro que la mayor parte de los exiliados en Miami, casi todos llegados en los primeros años, desconocían completamente la realidad de su país. Excepto un segmento minoritario más realista, la mentalidad predominante era la de apoyar la línea dura más violenta, no solo insurreccional, sino, además, sabotajes y atentados, medios que en la situación actual eran impracticables por parte de la oposición, pues todos esos medios ya se habían empleado desde muy temprano y todos se habían estrellado contra las estructuras férreas del totalitarismo. A veces enviaban a algunos hombres armados a las costas cubanas para que cumplieran “una misión”, y generalmente terminaban capturados y pasados por las armas. Y se preguntaban por qué el pueblo no se rebelaba. Todos seguían viendo esa realidad como si fuese la misma que habían dejado muchos años atrás, o como las dictaduras tradicionales que habían conocido en el pasado, casi algo así como querer enfrentar tanques de guerra con los caballos y los machetes de la época colonial. Además, predicaban el odio y el revanchismo, incluso contra todo el que hubiese colaborado alguna vez con ese régimen de una manera u otra, algo que casi todo el pueblo había tenido que hacer para poder sobrevivir. En consecuencia, esos disidentes que practicaban la vía pacífica, eran considerados como una falsa oposición fabricada por el propio régimen para engañar al mundo.
Aquellos que no han vivido la realidad de un régimen totalitario, ya sea un periodista extranjero o un político exiliado de corte tradicional, les es difícil entender las características de los movimientos cívicos independientes de esos regímenes. Muchas veces les instan a convertir sus asociaciones y comités, en partidos políticos, en la creencia de que es el mejor modo de “radicalizarse”. Pero estas agrupaciones no son exactamente políticas. Vaclav Havel definía el plano en que se movían esos grupos como “prepolítico”. En ocasiones lo ven todo con un filtro ideologizante: creen ver que todo consiste en una lucha entre “comunistas” y “anticomunistas”.
Estando yo en prisión, un destacado preso político encarcelado antes de que el régimen totalitario se acabara de implantar, me había escrito una carta donde me criticaba por identificarnos con el calificativo de “disidentes” y me decía que debíamos adoptar el de “anticomunistas”. Pero cuando se lucha por los derechos de todos los ciudadanos, están incluidos también los derechos de los comunistas. Cuando nos calificamos usando el prefijo “anti”, nos definimos a partir del adversario.
Las posiciones meramente anticomunistas son efímeras porque duran solo el tiempo de existencia del gobierno que combaten, pero un gobierno puede ser derribado sin que después se restaure un estado de derecho en un régimen no comunista, por lo que la lucha no cesaría con ese derrocamiento. Se da, incluso, el caso paradójico de que aquellos regímenes a los que se califica de “comunistas”, son generalmente los que más comunistas han encarcelado y han ejecutado. ¿Vamos a negarle a alguien que es sometido a un trato indigno el apoyo por el hecho de ser comunista? Así, cuando más tarde el propio ministro Abrantes sufriera también el mismo trato cuando le tocara a él ser el preso, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos salió en su defensa.
Esta misma experiencia la atravesaron disidentes de otros países. Havel se refería a esas mismas incomprensiones de muchos de sus compatriotas: “Automáticamente aplican a condiciones totalmente nuevas, unos modos de pensamiento, unas convenciones, concepciones, categorías e ideas inherentes a realidades radicalmente distintas”. Esto es, se quieren aplicar, a las condiciones de los regímenes totalitarios, formas políticas clásicas, como las estructuras partidistas. Ni Carta 77 en Checoslovaquia, ni Solidaridad en Polonia, que tanto éxito tuvieron, se convirtieron nunca en partidos durante sus luchas contra el totalitarismo. Havel advierte que “hay que hacerlo todo de manera distinta”. Observaba que esta “supravaloración de la importancia de un trabajo directamente político en el sentido tradicional del término”, era, entre los presos políticos de los años 60 de su país, una “enfermedad crónica”.
¿Estás con el embargo o en contra?
Ninguna de estas personas que se calificaban de anticomunistas, tanto los que se fueron del país, o cayeron presos antes de la implementación completa de ese régimen, y que se preguntaban por qué el pueblo no se rebelaba, no conocían realmente lo que era el comunismo —entendido este como el modelo regido por los partidos comunistas—, porque para saberlo, no bastaba con que otros les contaran, tenían que haberlo vivido en las calles en su propia carne como un ciudadano común.
Cuando el autor de El Ingenio, el destacado historiador y profesor Manuel Moreno Fraginals, llegó al exilio, algunos de los más antiguos exiliados le preguntaron por qué un pueblo con una gloriosa historia de luchas, no se rebelaba contra la dictadura comunista, él respondió simplemente: “Porque en Cuba ya no hay clase media”. Y era cierto, porque en 1968 el régimen había confiscado a todos los medios de subsistencia de los pequeños propietarios, desde bodegueros o barberos, hasta al más humilde limpiabotas. Todos los que no pudieron marcharse del país tuvieron que entrar en las nóminas de los trabajadores del Estado. Era, por tanto, contraproducente —como más adelante veremos—, despojar a ese pueblo de los únicos recursos que podían ayudarles a independizarse del Estado.
Cuando finalmente aceptaron la realidad de que el centro de la lucha contra el régimen se había trasladado hacia el interior del país y la disidencia comenzó a ocupar los primeros planos de la prensa internacional, se decidieron a apoyarla, pero con ciertas condiciones, y entonces vino lo peor, con la interferencia de organizaciones poderosas del exilio en sus contactos con varios grupos de la disidencia interna.
Cuando un cubano llegaba al exilio, lo primero que le preguntaban, tanto en la calle como en los programas radiales, era: “¿Estás con el embargo o en contra?” Se referían a la política de restricciones económicas de Estados Unidos sobre Cuba, lo que en Cuba llamaban “bloqueo”. Y uno se quedaba de pronto sin palabras porque no esperaba que hubiera que tener un criterio sobre algo que supuestamente concernía solo a los funcionarios del gobierno estadounidense, y por lo menos, en mi caso, jamás me había hecho a mí mismo esa pregunta. Todos nuestros temas, como disidentes, giraban en torno a la política del Gobierno Cubano. Y ahora me encontraba que, para la comunidad cubana exiliada, la cuestión del embargo era el centro de casi todas las discusiones y la posición que se tuviera en relación a esa cuestión determinaba la valoración que se iba a tener sobre uno, como si el conflicto principal fuera entre Estados Unidos y Cuba, y no entre el gobierno cubano y su pueblo, lo cual reforzaba la ilusión óptica de la mayor parte del mundo de creer que el tema cubano se reducía a la lucha por la soberanía de un pequeño país frente a un imperio que amenazaba con someterlo, la célebre confrontación de David contra Goliat, y no la contradicción entre una dictadura y su pueblo.
La premisa era debilitar económicamente al opresor cerrando todos los conductos que pudieran fortalecerlo, apretando cada vez más el embargo estadounidense, para lo cual ejercieron su gran influencia en la política estadounidense, tanto en la Casa Blanca como en el Congreso, impidiendo los viajes al país, tanto de turistas norteamericanos como de exiliados, y reduciendo o prohibiendo completamente el envío de remesas a sus familiares en Cuba, porque de todo esto se aprovechaba el gobierno.
Muchos activistas, desorientados y en situación material precaria, veían condicionada la ayuda y la difusión de sus mensajes, al acomodamiento de su discurso a la medida de los intereses políticos de esas organizaciones que actuaban de acuerdo a una realidad totalmente diferente. Esto divorciaba a esos activistas de la realidad interna y los distanciaba del resto de la población. Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano Liberación, lo explicaba así: “Ese intento de adecuarse puede llevar a la destrucción a un grupo o movimiento, o a una persona que quizás con buena voluntad o con un espíritu de corresponder a un llamado hecho con buena voluntad también desde el exilio, se desconecta de su propia realidad y establece tácticas y estrategias que no tienen un fundamento ni una posibilidad de realización dadas las condiciones que hay en nuestro país”[1].
No debilitar al opresor, sino fortalecer al oprimido
Se hablaba de “dar voz a los que no tienen voz” pero a condición de que esas voces defendieran un mensaje que solo era atractivo en el exterior. Pero esta retórica era contradictoria con los intereses de un pueblo que estaba sufriendo de las carencias y calamidades que ya padecía como resultado de otro bloqueo mucho más duro, el del propio gobierno cubano con su modelo económico restrictivo. Es decir, un discurso nacido en un contexto muy diferente a la situación interna del país, era totalmente contraproducente con el objetivo de fomentar el apoyo popular. Como resultado, esos disidentes, que abogaban por endurecer el embargo e impedir los viajes a Cuba, así como el envío de remesas a sus familiares en Cuba, se lamentaban de la indiferencia del resto de la población e iban quedando cada vez más aislados en un estrecho margen de la sociedad. No se daban cuenta de que ese pueblo, mientras más penurias padeciera, iba a depender más de las migajas de ese gobierno, y, en consecuencia, los ciudadanos tenían que ser más dóciles para no perder sus empleos.
Unos pocos grupos disidentes sostenían un discurso más realista: la cuestión no era debilitar al opresor, sino fortalecer al oprimido. Y el oprimido no era solo el disidente, sino los ciudadanos de a pie, muchos de los cuales podían aliviar sus calamidades si recibían del exterior una ayuda periódica de sus familiares, o mejor, si podían montar sus propias microempresas, aunque tuvieran que pagar altos impuestos al gobierno, o aquellos otros, como los artesanos, si encontraban a suficientes turistas para venderles sus creaciones. Pero ya no iban a depender completamente de ese gobierno. Sin embargo, no tenían ni los recursos ni las influencias con que contaban esas poderosas organizaciones del exilio para mantener la línea dura.
Como consecuencia de lo anterior, otro mal que esas organizaciones provocaron fue la de dividir a todo el movimiento interno en dos categorías: los disidentes y los “opositores”. Los disidentes, por supuesto, eran los que no acataban el discurso que ellos proponían, y los opositores eran los que aceptaban propagar esa retórica contraproducente. El concepto de “oposición”, decía Havel, “tiene en sí algo negativo: en efecto, quien así se define lo hace en relación a una ‘posición’, en relación, por tanto, al poder social y definiéndose a través de él”.
Afirmaba que el término de “opositor” era el escogido por el régimen para justificar la represión. “El poder emplea el concepto de ‘oposición’ para definir la más grave acusación que se pueda pensar: es sinónimo de la palabra ‘enemigo’; acusar a alguien de ‘oposición’ es como decir que proyecta derribar el gobierno y acabar con el socialismo (estando naturalmente a sueldo de los imperialistas), y hubo un tiempo que tener impresa esta marca llevaba directamente al patíbulo”.
Por eso me extrañó una declaración emitida desde Cuba por un “opositor” a favor de la lucha armada. Aquello causó gran sensación en Miami. Por fin un opositor interno se hacía eco de sus prédicas de línea dura. Por entonces, un periodista muy conocido había logrado que una emisora de gran audiencia transmitiera, con mi apoyo, un programa diario con las voces grabadas de los disidentes: Acontecer Noticioso Cubano, y en esa semana las dirigencias de varias organizaciones del exilio habían desfilado por ese programa para darle su apoyo a aquel valiente patriota. Yo, por mi parte, me había comunicado con otros disidentes en Cuba y les había preguntado si ese “opositor” estaba preso, y si lo estaba, me dijeran en qué centro de detención se hallaba. Me contestaron que no, que estaba en su casa. Aquello me pareció todavía más extraño, hasta que, finalmente, por el principal canal de Cuba presentaron las imágenes de varios “opositores” detenidos durante una redada y aparecía también, vestido de militar, el “opositor” que había apoyado la lucha armada, testificando contra los acusados. Era lógico que, si los grupos de Miami querían opositores de línea dura dentro de Cuba, la propia Seguridad del Estado decidiera complacerlos. Pero esto último, añadió, a lo que ya existía por una retórica contraproducente, la desconfianza hacia agrupaciones infiltradas por la policía política.
Todo esto retrasó el trabajo de generar una toma de conciencia cívica de la población.
* Capítulo de la nueva obra del autor: El Libro de la Liberación, prédicas y enseñanzas para el sendero de la paz.
[1] Tomada de la obra del autor, Disidencia, Miami, 1994, pp. 325 y 326.
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