Oswaldo Payá, Represión, Oposición
Está bien la ayuda, pero seleccionen mejor a los que envían
Una visita solidaria a opositores en Cuba no es un picnic ni tarea para improvisar
No pongo en duda las buenas intenciones de los democristianos suecos y los “populares” españoles cuando enviaron a Cuba a Jens Aron Modig y Ángel Carromero, en misión de solidaridad con el Movimiento Cristiano Liberación que dirigía Oswaldo Payá. Pero, como todos sabemos, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
Como resultado de imponderables e irresponsabilidades, Oswaldo Payá y Harold Cepero perdieron la vida en un dramático accidente; el español Ángel Carromero está detenido en Cuba, acusado de homicidio involuntario, y el ciudadano sueco no ha sido capaz de dar la cara al regresar a su país ni para dar el pésame a la familia del difunto, mucho menos para enfrentar los desmentidos de Rosa María Payá a sus declaraciones.
Fuera de Cuba ha habido análisis muy serios sobre el siniestro, mientras los teóricos de las conspiraciones no han cesado de “demostrar” que se trató de un asesinato orquestado por “la seguridad”, aunque para eso haya que olvidarse de hechos tales como que el vehículo accidentado se desplazó desde La Habana hasta las cercanías de Bayamo en menos de ocho horas (entre las 6:00 AM y la 1:50 PM) con tres paradas intermedias. Quien haya manejado en Cuba y conozca el estado de sus carreteras, sabe que se trata de una irresponsabilidad temeraria. Más aún si el chofer del auto resultó ser alguien con un expediente de conductor bastante deplorable, al extremo de que en España había intenciones de retirarle el permiso para conducir.
Con lo anterior no pretendo absolver a la dictadura cubana de las culpas que le puedan corresponder por este accidente, quizás más inducido que provocado directamente, si estuvo involucrada en el siniestro: simplemente, señalo que todavía no he podido constatar explicaciones suficientes que me convenzan de las culpas del régimen, más allá de las convicciones morales de asegurar que “esa gente son capaces de cualquier cosa”. Ni me impresiona para nada la noticia de que fue “desenmascarado” como oficial de la inteligencia el Director del Centro Internacional de Prensa en La Habana, quien estaba sentado junto al ciudadano sueco durante la conferencia de prensa. Posiblemente todos los pioneros en La Habana sepan que esos cargos no los desempeñan ni obreros de vanguardia, ni dirigentes sindicales, ni cederistas destacados, sino oficiales de la inteligencia.
La selección de Ángel Carromero y Aron Modig para la misión que se les encomendó en Cuba partió del principio (erróneo) de que todo sería miel sobre hojuelas y de que bastarían varios encuentros y conversaciones para culminar las tareas encomendadas. En otras palabras, parecería que no se previeron escenarios adversos, que en Estocolmo y Madrid razonaron como si fueran burócratas de la nomenklatura cubana.
Quienes crean que los extranjeros fueron torturados no tienen idea de cómo son las cosas en Cuba: ambos son jóvenes acostumbrados a vivir en democracia y en un Estado de derecho, en posiciones de liderazgo juvenil, con acceso a la prensa y los abogados, donde los agentes del orden y los tribunales tienen que regirse por leyes y actuar transparentemente, y donde pueden ser demandados en cualquier momento si se sobrepasan en sus funciones. Cualquier escenario diferente es desconocido para ellos.
¿Para qué sería necesario torturar a Carromero? Bastan unos días de celda en 100 y Aldabó, ese lugar donde se dice que hasta Supermán llora, sin acceso a servicios sanitarios ni agua potable, con comida miserable, interrogatorios en horarios irregulares y con cambios bruscos del calor de la celda a los locales refrigerados de los instructores, y dejarle conversar con otros detenidos en la misma celda, para que en poco tiempo sea capaz de declarar y firmar que quien besó a Jesucristo no fue Judas, sino él mismo.
No hubo que darle golpes a Aron Modig para que, además de pedir perdón en público por ser solidario con los demócratas cubanos, dijera que su misión era entregarle 4.000 euros a Payá y asesorarle para crear un movimiento juvenil, lo que Rosa María Payá desmiente tajantemente. Y ni siquiera en la tranquilidad del territorio sueco se ha presentado ante la prensa para ratificar lo que dijo en La Habana o para desmentirlo. Quizás no dependa de él mismo, sino de “orientaciones” superiores para actuar así, pero la imagen que ha dado hasta ahora es poco halagüeña.
Mientras no se demuestre lo contrario, me quedo con las palabras de la hija de Oswaldo Payá y tengo que pensar que Jens Aron Modig no dice la verdad, o por lo menos no dice toda la verdad. No creo que lo haga por cinismo o inmoralidad, pero muy bien puede ser por miedo, por un profundo temor a no se sabe qué, o por un cálculo de su organización política, pretendiendo quien sabe qué en La Habana: a Modig le bastó una semana como huésped de honor del “aparato” en Cuba para que el temor se le sembrara en los genes y en el ADN, y según ha declarado, o estaba dormido o no se acuerda de casi nada mientras estaba despierto. Sin embargo, de lo que dice acordarse es de cosas que le vienen muy bien al régimen para tratar de desacreditar a Payá.
Lo sucedido no tiene marcha atrás, y no es posible devolverle la vida a Payá ni a Harold Cepero. Aron Modig ya está en su país. Carromero tiene una situación compleja, pues hay dos muertos de por medio y habrá que ver si el régimen lo quiere retener en el país como ficha de cambio por algo que no sabemos todavía, o si podrá regresar a España, y en qué condiciones.
El Gobierno cubano quiere aprovechar estos escenarios para intimidar a las democracias y desalentarlas de reconocer y apoyar a la sociedad civil cubana, a la vez que incrementar la represión contra opositores, disidentes, periodistas independientes y bibliotecarios.
Esperemos que las democracias, por su misma razón de ser, no se dejen someter al chantaje y las bravuconadas de una dictadura de más de medio siglo. Y que mantengan, de una forma u otra, su apoyo moral y su solidaridad concreta con los demócratas cubanos que se enfrentan a la dictadura.
Sin embargo, si de verdad quieren que la ayuda sea efectiva, tendrán que seleccionar mucho mejor a las personas que envían para apoyar a los cubanos, y entender perfectamente que no es lo mismo ser opositor en Estocolmo o Madrid que en La Habana, Santiago de Cuba, Matanzas o Placetas.
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