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Cuba, Venezuela, Maduro

Fascismo: castrismo, chavismo, madurismo

Bastan algunas referencias de lo que significó Mussolini para Italia y el mundo, y ver como ahora el régimen de Caracas —continuando la vía establecida en Cuba— las repite

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Desde hace décadas los cubanos conocen las similitudes entre el fascismo italiano y el régimen de La Habana. No son simples coincidencias. También los venezolanos llevan años bajo igual azote y así lo han señalado. Una calamidad que no reconoce ni idiomas ni fronteras, se extiende sin remedio a la vista.

El régimen bajo el mando de Fidel Castro siempre fue profundamente fascista, solo que llegó al poder con atraso, en un momento en que tal denominación ya estaba cubierta de ignominia. Raúl Castro estableció breves reformas económicas destinadas exclusivamente a la sobrevivencia del sistema, y por ese camino transita en la actualidad el presidente Miguel Díaz-Canel. Ripios a cuentagotas en permitir timbiriches e intentos de seducción de grandes capitales, pero en lo político una continuidad absoluta o casi absoluta.

Umberto Eco enuncia 14 características típicas de la ideología fascista en su artículo Ur-Fascismo. Eco dice que es suficiente que una de ellas esté presente para permitir que el fascismo se aglutine a su alrededor. Desde hace mucho tiempo el sistema impuesto en Cuba cumple a plenitud y supera esa cifra limitada.

Según el ensayista y novelista italiano, en un sistema fascista no hay lucha por la vida, sino que la vida se vive para la lucha. En tal perspectiva, todo el mundo es educado para convertirse en un héroe. En toda mitología, un héroe es un ser excepcional, pero bajo la ideología del fascismo total, el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está directamente vinculado al culto de la muerte.

Hay elementos comunes que se encuentran en sistemas fascistas o “ur-fascistas”, los cuales, a la hora de la categorización, superan una simple distinción ideológica entre la derecha y la izquierda, y que tienen que ver con el rechazo a la democracia parlamentaria; el ataque a la sociedad liberal[1] y abierta; la fascinación por la violencia, el caudillismo y la imprescindible necesidad de un “líder”.

Octavio Paz ya alertaba sobre la relatividad de ciertas categorías al uso ello en un artículo publicado en el número 168 de la revista Vuelta, en noviembre de 1990, y señalaba que mientras “las denominaciones ‘izquierda’, ‘derecha’ y otras semejantes no son confiables, sí lo son, en cambio, las actitudes, las ideas y las opiniones”. Y más adelante agregaba: “¿Izquierda o derecha? Lo que cuenta no son las denominaciones sino las actitudes”.

Bastan algunas referencias de lo que significó Mussolini para Italia y el mundo, y ver como ahora el régimen de Caracas —continuando la vía establecida en Cuba— las repite. Lo que comenzó en Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez, ha adquirido una manifestación mayor bajo el mando de Maduro, con un régimen en el cual aumentan las denuncias de un ejercicio cotidiano de la tortura.

“Los derechos políticos están en cuestión en Venezuela, todo aquel que no esté de acuerdo con lo que establezca Maduro es señalado de enemigo”, señala Cristopher Figuera, exjefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), la temida policía política venezolana, en entrevista desde Miami con el diario español El País.

Fascismo italiano

El Partido Fascista de Mussolini nació bajo la bandera de que era la fuerza destinada a establecer un nuevo orden social, pero fue financiado por los terratenientes y las capas más conservadoras de la sociedad italiana.

En su comienzo, el fascismo fue un movimiento urbano de tendencia republicana, que contaba con un amplio apoyo entre la clase media y que se extendió a las áreas campesinas. El primer gobierno de Mussolini incluyó tanto a ministros liberales como populistas, hasta tener la fuerza suficiente para establecer un régimen totalitario, que subsistió durante 20 años proclamando su lealtad al rey Víctor Manuel III y a la familia real. Sin embargo, cuando el Rey destituyó y encerró a Mussolini, este reapareció con el apoyo nazi proclamando una nueva república.

Mussolini fue en un comienzo un militante ateo que incluso retó a Dios a que lo destruyera como prueba de su existencia, pero no solo pactó con la Iglesia Católica y reconoció la soberanía del Estado vaticano, sino que gobernó con el beneplácito del papa Pío XII, los obispos y la curia romana.

A diferencia del nazismo y el comunismo soviético, que no permitieron la menor muestra de disidencia en los terrenos del arte y la cultura, bajo el fascismo italiano fueron toleradas manifestaciones artísticas y literarias que se apartaban del oficial estilo grandilocuente.

¿Quiere esto decir que existió en Italia una mayor tolerancia que en Rusia o en Alemania? Nada de eso, el líder comunista Antonio Gramsci murió en la cárcel, el diputado opositor Giacomo Matteotti fue asesinado por un grupo de rufianes fascistas y el propio Mussolini se responsabilizó del hecho.

A su regreso, durante el gobierno establecido en Saló bajo el respaldo alemán, el Duce prometió fusilar a los miembros del Gran Consejo que habían votado en su contra, entre ellos su yerno, el conde Galeazzo Ciano, al que ejecutó por la espalda. Cuando algo realmente amenazaba su poder, el dictador italiano sabía que la mejor manera de resolverlo era por la vía rápida: eliminando al contrario.

Fascismo venezolano

El poschavismo degeneró con rapidez y violencia hacia un fascismo rojo. Los que en este momento mandan en Venezuela están decididos a eliminar mediante el atropello las opiniones disidentes. Desde el inicio amenazaron con encerrar a los que expresaban pacíficamente su desacuerdo con un “heredero”, que pronto acabó despojándose de cualquier disfraz democrático, y lo han cumplido con puntualidad y entusiasmo

El gobierno de Nicolás Maduro no se inició donde lo dejó Chávez, sino donde lo comenzó Fidel Castro en Cuba: con la amenaza de meter en la cárcel a quien se le opusiera —que cumplió de inmediato— y una campaña de desinformación destinada a desprestigiar a todo aquel que consideraba un enemigo.

Maduro y Diosdado Cabello no perdieron un minuto en dejar en claro que con ellos no había diálogo y negociación posible: acatar o sufrir las consecuencias. Todos los simulacros de conversaciones emprendidos en los últimos años no son más que subterfugios para ganar tiempo.

Por supuesto que han recurrido a ese viejo expediente de hablar del peligro de golpe de Estado, incitación al caos y los desórdenes por parte del bando contrario, así como tampoco se han demorado un segundo en lanzar acusaciones de que han sido los opositores pacíficos los responsables de las muertes ocurridas durante las diversas manifestaciones ocurridas en los últimos años.

En los primeros tiempos de su gobierno, Maduro sustentó en parte su presencia a través de la farsa cotidiana, donde declaraciones sobre supuestos atentados, conspiraciones e intentos de golpes de Estado se repetían a diario junto a discursos disparatados como la “aparición” de Chávez bajo la forma de un pajarito o las payasadas más diversas, donde el desconocimiento y la confusión del significado de las palabras se intercambiaba con chapurrear inglés y lanzar amenazas. Pero cada vez más el represor se ha impuesto, por la inutilidad del payaso para sustituir al verdugo.


[1] En la acepción clásica del liberalismo como doctrina política y económica, tal y como fue formulada por John Stuart Mill y se utiliza en Europa.


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