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Gesto por gesto

Las restricciones a los viajes y al envío de dinero deben ser eliminadas, pero también el impuesto cubano sobre las remesas y los trámites abusivos.

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El 25 de octubre de 2004, Fidel Castro acudió a la televisión para hacer gala de su peculiar método de lucha contra el gran enemigo externo. El tema de su Mesa Redonda era "las nuevas agresiones económicas del gobierno norteamericano y la respuesta cubana", pero, como siempre, la anunciada réplica resultó no ser contra el poderoso vecino, que ni el sueño perdió con las palabras de Castro, sino contra el propio pueblo cubano. De ahí la singularidad de los métodos de lucha del régimen.

Haciendo alusión a una serie de cables noticiosos internacionales y artículos publicados en la prensa miamense, descargó sus críticas contra Washington, contra Otto Reich, a quien llamó "bandido", y en especial, contra los congresistas cubanoamericanos Ileana Ros-Lehtinen, según él "La loba feroz", y Lincoln Díaz-Balart. Aparentemente, el trasfondo de la indignación era las acusaciones de que La Habana lavaba dinero en bancos extranjeros y una sanción impuesta por la Reserva Federal a un banco suizo por la supuesta violación de las políticas estadounidenses contra determinados países, entre ellos Cuba.

Por muchas razones, la mencionada escaramuza de Castro con sus "archienemigos" hoy resulta ser algo casi anecdótico, lo cual no se puede decir del acostumbrado "heroico" resultado de la gesta.

El Comandante decretó que el peso convertible comenzaría a circular en sustitución del dólar de Estados Unidos y que para adquirir esos pesos convertibles, o los pesos cubanos con dólares en efectivo, habría que pagar un gravamen del 10%.

Por más que lo disfrazaran, las medidas penalizaban directamente, y continúan haciéndolo, a los ciudadanos cubanos, principalmente a quienes subsisten y comparten gracias a las remesas enviadas por sus familiares y amigos desde Estados Unidos, donde mayoritariamente viven las personas que envían dinero.

Desde noviembre de 2004, la ya maltrecha capacidad económica y de ahorro de una parte considerable de la población se vería seriamente afectada como consecuencia de dichas medidas. Actualmente, tras los efectos de los huracanes, el alza abusiva y oportunista de los precios de los productos en las tiendas en moneda convertible y las limitaciones financieras y laborales de la economía de Estados Unidos, la vigencia del impuesto cubano sobre el dólar va en contra de cualquier principio, no sólo económico moderno, sino humanista.

Doblemente bueno

Durante la campaña política, Barack Obama prometió la eliminación inmediata de las restricciones a los viajes y el envío de dinero hacia la Isla. El nuevo presidente debe hacer honor a su palabra. Seguramente, la mayoría de los exiliados no tendrá nada contra dicha medida. El debate está en si el gobierno norteamericano debe exigir o no, a cambio de tal gesto de distensión, una respuesta positiva concreta por parte del régimen.

Lo mejor que podría hacer Barack Obama sería anunciar públicamente, en un acto exclusivo para ello, que su gobierno eliminará dichas restricciones, pero a la vez invitar al régimen a que elimine sus propias restricciones, como la de ese "impuesto revolucionario" del 10% sobre la subsistencia —léase remesa, dólar—.

En octubre de 2006, Consenso Cubano, concertación de más de 25 organizaciones políticas, culturales, sociales de dentro y fuera de Cuba, presentó en su "Agenda Humanitaria" unas propuestas que bien podrían ser también parte de este reclamo a La Habana para facilitar la vida a los propios ciudadanos, entre ellas, la modificación de las tarifas telefónicas de larga distancia; la derogación por de los impuestos excesivos y restricciones sobre las remesas y paquetes de ayuda recibidos del exterior; liberalizar y facilitar el acceso a la ciudadanía a la red (internet) y a sistemas de mensajería electrónica (email) y establecer precios justos para los trámites consulares y de cubanos que pretendan viajar fuera de la Isla.

El presidente Obama tendrá una importante oportunidad para demostrar, lejos de la excesiva retórica de anteriores administraciones, que puede tomar decisiones inteligentes a favor de los cubanos. Pero la "concesión" de los viajes y las remesas, para que sea efectiva, debe ir acompañada de exigencias como las anteriores. Sería algo doblemente bueno para los cubanos.

Una actuación en dichos términos significaría una mano tendida hacia un pueblo, pero también llevaría implícita una denuncia y una cierta pedagogía ante el mundo; denuncia y pedagogía frente a las que La Habana tendrá que pensar varias veces antes de responder. La interrogante sería: ¿pensará Raúl Castro en el bien de los cubanos a la hora de hacerlo?


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