«Granma» y la calamidad demográfica cubana
El problema de Cuba no es el envejecimiento en sí, sino el no reemplazo demográfico
En esto de mentir, enredar los argumentos, ocultar las verdades y maltratar al sentido común, el periódico Granma merece un galardón. Ahora lo hace a través de Juan Carlos Alfonso Fraga, presentado como director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, en un artículo titulado ¿Por qué Cuba es un país envejecido?.
El Sr. Fraga se refiere a un hecho particularmente trágico de la sociedad nacional, posiblemente el más trágico de todos los que afronta: su vertiginoso envejecimiento y la magritud del reemplazo demográfico. Cedo la palabra al Sr. Fraga quien pareciera estar celebrando un éxito en lugar de analizar una calamidad:
“Nosotros somos un país envejecido —dice— porque tenemos un desarrollo humano alto, no por ingreso, ni por producto interno bruto per capita, sino por resultados en educación y en salud… Vivimos más porque tenemos más salud, más educación; tenemos más asistencia social y más seguridad ciudadana…es resultado del proceso de desarrollo social alcanzado con la Revolución”.
No cabe duda: Cuba posee una alta expectativa de vida. Y ha sido un logro acumulado desde las políticas sociales. Pero este logro solo lo fue claramente hasta fines de los 70. En lo adelante el indicador se estancó o tuvo crecimientos muy discretos. Ello explica, por ejemplo, que Cuba ocupe actualmente un tercer lugar en América Latina (el mismo lugar que tenía en 1961) y que esté seguido muy de cerca por otros muchos países que no pueden vanagloriarse de sus políticas sociales. Y en cuanto al mejoramiento del indicador entre 1961 y la actualidad, Cuba muestra un resultado mediocre: mejoró 14 años entre 1961 y 2015, mientras que Costa Rica lo hizo en 16 años y Chile en 22, para poner solo dos ejemplos.
Y es que, aunque Fraga no lo imagine y el Granma no lo publique, la longevidad no está ligada solamente, ni siquiera fundamentalmente, a las políticas sociales. Es un dato dependiente de una suma de factores que alimentan lo que llamamos la calidad de vida. Y que incluye una adecuada alimentación, un entorno ambiental y sociopolítico propicio al libre desarrollo de la subjetividad, la eliminación de factores de estrés en la consecución de la vida cotidiana, etc. Nada de lo cual es provisto por el sistema predominante en Cuba, ese entramado opresivo y explotador que los derechistas acusan de socialismo y los izquierdistas de neoliberalismo disfrazado. Y que en realidad no es ni una, ni otra cosa, sino un régimen atrasado de despotismo asiático, sin sus únicas virtudes: orden y disciplina.
El problema de Cuba no es el envejecimiento en sí, sino el no reemplazo demográfico. Chile y Costa Rica tienen mayores expectativas de vida que Cuba, pero no hay alarmas demográficas. Y cuando ocurren vacíos hacen lo mismo que los europeos y los norteamericanos: traen inmigrantes y aumentan la productividad. Dos cosas que Cuba no puede hacer, porque su aparato productivo es catastrófico y porque nadie, ni siquiera los empobrecidos braceros haitianos, estaría dispuesto a trabajar por un salario cubano. Y con el agravante que Cuba tiene que afrontar su envejecimiento con una salida brutal de población joven. Desde los 90 están saliendo entre 30 y 40 mil cubanos anuales, ubicados principalmente entre los 20 y los 45 años. Desde 2000, con un incremento de la población femenina. Son jóvenes que se van, con sus vigores y saberes, y tienen sus hijos en otros lugares, donde las comunidades cubanas crecen de manera sustancial.
Fraga, Granma por medio, continúa su perorata con una receta particularmente cínica: las familias deben ocuparse de los ancianos. En realidad, afortunadamente, siempre lo han hecho. Con el apoyo insustituible de una comunidad emigrada que ha validado el adagio de que la sangre es más espesa que el agua, y ha asumido alimentación, curas y otras muchas atenciones de quienes quedaron atrás. Quienes en Cuba no tengan esos apoyos —o no se encuentren en la muy estrecha franja de beneficiados de la “actualización”— solo pueden ofrecer a sus ancianos —con sus pensiones simbólicas, la carencia crónica de medicinas, sus hospitales sin agua— el acre consuelo de una miseria compartida.
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