«Hablal español»
Todo parece indicar que en la profundidad de la sociedad norteamericana se libra una batalla mucho más larga y oscura que la dicotomía partidista entre republicanos y demócratas
¡Ay que felicidad, como me gusta “hablal” español!
Pedro Luis Ferrer
I
Luisa “Taco Bell” dio el campanazo de alarma: si no hablas español en Hialeah, incluso en Miami-Dade, ni un taco te puedes comer. Luisa fue despedida —es mejor ignorar su verdadero apellido— pero de alguna manera el pintoresco suceso ha coincidido con otro evento que ocupa al sur de la Florida por estos días: las elecciones de medio término.
En un reciente artículo publicado en la prensa local[i], su autor se preguntaba si sería el idioma el factor decisorio para quien desee ocupar la vacante de la congresista Ileana Ros-Lehtinen. La reñida pelea está planteada en estos términos: Dona Shalala, demócrata nacida en Cleveland, Ohio y de padres libaneses, contra María Elvira Salazar, republicana, hija de emigrantes cubanos y nacida en Miami.
Hasta hace muy poco, los anuncios de la señora Shalala eran casi todos en inglés. Y en las últimas semanas aparece la que fuera secretaria de Salud y Servicios Humanos del Gobierno Clinton con mensajes electorales en español. María Elvira, quien habla perfecto inglés, sigue confiada, “tirando” en el idioma de sus padres: esa es su base, y lo sabe bien.
Y si hablamos de elecciones, no olvidemos que de la más de media docena de candidatos republicanos, casi todos con un impresionante aval profesional y político, dos eran latinos, cubanos. Nuestro querido senador Marco Rubio, tan rápido en el pensamiento como en las dos lenguas, trató de aplastar a Ted, “Felito” Cruz diciéndole que él no entendida nada porque no hablaba español. Entonces el hijo de Eleanor Elizabeth con el refugiado político cubano Rafael Cruz demostró por qué es senador por Texas. Marco, yo sí hablo español, dijo Ted visiblemente disgustado, como cualquier cubano de Pogolloti.
Todo parece indicar que en la profundidad de la sociedad norteamericana se libra una batalla mucho más larga y oscura que la dicotomía partidista, superficial, entre republicanos y demócratas. Se trata de la preservación, si es posible el término, de una entelequia llamada ciudadano norteamericano “puro”, indoeuropeo, caucásico, “ojiclaro-pelirubio”. La forma de identificar a los invasores barbaros no es solo por el color de su piel, color de ojos o del pelo. El idioma es el corazón delator de los impostores, quienes incluso habiendo nacido aquí, y con menos dificultades idiomáticas que los cazadores de cocodrilos de la Luisiana, “no hablan bien inglés”. En fin, un choque de civilizaciones ad intra, donde todos, y sobre todo el original ajiaco norteamericano llamado melting pot, tiene mucho que perder.
II
Dígase “no habla inglés” y se ha dicho todo. A pesar de que en la nación está prohibido discriminar por sexo, religión, raza o procedencia, los dueños suelen argumentar que la persona no está apta para el empleo porque “no sabe inglés” o “tiene acento”. Es cierto que para algunos oficios en los cuales el individuo debe tratar con público diverso se necesitan empleados que dominen el idioma local. Pero a veces detrás de esa negativa hay un rancio olor a discriminación, a miedos y prejuicios. Muy poco puede hacer el discriminado. Tampoco podría contratar un costoso abogado que “hable inglés” para pelear por su caso.
Lo más curioso del asunto, y es cada día más frecuente, es que sean los propios hijos y nietos de emigrantes, latinos, quienes “no entiendan” cuando otro hispanoparlante se esfuerza por “machucar” el idioma. No es que no suceda en Boston, en Filadelfia. Pero los nacidos en esas tierras, quinta o sexta generación de emigrantes irlandeses, alemanes, holandeses y griegos son a veces más pacientes, escuchan, sonríen y ayudan a que las ideas salgan mejor expresadas. Les place saber que alguien se esfuerza en hablar su idioma. Tal vez se trata de un asunto cultural. Son tantos los estudiantes y profesionales de diversas lenguas trabajando en universidades y centros científicos de primer nivel en esas ciudades, que como una Torre de Babel postmoderna, hay que entender al prójimo.
Saber expresarse en varios idiomas no solo es muestra de una esmerada educación. Hoy sabemos, científicamente, que el bilingüismo incrementa la creatividad porque pensar en dos o más idiomas desarrolla el llamado pensamiento “lateral”, pensar fuera de la “caja” (out of the box)[ii]. Se menciona que ser bilingüe mejora la atención al moldear el cerebro para inhibir distracciones; hay mayor cantidad de conexiones neurales, mejores circuitos para “copiar” y fijar la memoria. Estudios recientes hablan del bilingüismo como una especie de retardador de la demencia, debido a que el individuo tiene que ejercitar constantemente sus neuronas[iii]. La mejora de las funciones ejecutivas, aquellas que se deben al razonamiento y la aplicación de nuevas soluciones, como las matemáticas, aumentan en las personas bilingües y poliglotas.
En el mundo de hoy es difícil presumir de alfabetizado si no se sabe computación y al menos un segundo idioma. En cuanto a lo primero, es casi un requisito básico para obtener un empleo. Lo segundo viene en camino. Cada día son más frecuentes quienes llaman a una compañía, banco, agencia, escuela u hospital y preguntan, primero que todo, si el interlocutor habla español. En caso negativo, dice que le pasen con otra persona. Si el mono-lingüista se pone bravo tiene dos problemas: perder el trabajo y perder un potencial cliente.
III
Empecemos por decir que solo en la Florida hay entre 5 y 6 millones de latinos, el 25 % de la población, y de ellos —ojo con el gol, políticos— más de dos millones y medio son potenciales votantes. Ellos han aumentado en 103 % como electores en un lapso de solo 16 años. En cargos electos, los hispanos aumentaron de 71 en 1996 a 207 en 2017, el 86 % prestó servicios a nivel local.
Pero este es un fenómeno que no solo se está dando en la Florida. La invasión bárbara de latinos que hablan español es visible en los estados fronterizos con México, cuya inmigración, legal, no ha parado. Cálculos conservadores sitúan al 2050 como el año en que la mitad o más de la mitad de los ciudadanos norteamericanos hablarán castellano[iv].
Lo que en Europa es una necesidad, hablar varios idiomas, en Estados Unidos se ha convertido en una “necedad” para los jóvenes. Los chicos se preguntan por qué aprender otro idioma si no hace falta, si con el inglés basta.
¿Por qué los padres que hablan castellano no enseñan a sus hijos el idioma en casa, sabiendo todos estos argumentos?
En primer lugar, quizás porque no lo saben. Entonces estas letras habrán servido para algo. En segunda, porque “les da pena” que sus hijos hablen un idioma de “segunda”, que todo el mundo sepa que son latinos. Dirán, en todo caso, que para qué les va servir en un futuro el castellano sin van a vivir para siempre en los Estados Unidos. Esa es una aproximación respetable, pero demasiado pragmática al asunto. Nadie tiene una bola de cristal en la casa para saber las vueltas que dará la vida. No sería del todo desatinado pensar que en la Cuba futura, desaparecido el régimen castrante, las oportunidades de buenos empleos y altas remuneraciones necesitaran hijos y nietos de emigrantes que hablen inglés y castellano. En la Venezuela liberada podría suceder parecido.
El castellano o español jamás será una lengua de segunda. No lo fue, no lo es, y no lo será por una sencilla razón: cada día se habla más y mejor, entendiendo que su riqueza gramatical, sintáctica, verbal, es muy superior, como lengua romance al fin, a las germánicas. A ello ha contribuido la polifonía, las variaciones que ha sufrido, sobre todo en América, donde hay más de 600 millones de hispanoparlantes —nace, como promedio, uno cada 4,76 segundos. Cada año hay que incorporar a la Real Academia de la Lengua miles de nuevos vocablos —me encanta uno de los últimos: amigovio, amigo y novio a la vez.
Están, también, los elementos culturales y sociológicos. No es lo mismo leer El Quijote en español que en inglés, algo que hizo a Sigmund Freud: aprender español para no perderse los riquísimos pormenores de la narrativa de Cervantes. La poesía española, pasando por los Mística, el Siglo de Oro, las Generaciones del 98 y del 27, es de casi obligatoria lectura en su idioma original. Al no saber leer en español, se desperdiciarían varios premios Nobel de literatura. Y lo que pudiera ser un sacrilegio: no entender en su dimensión real todo el espíritu poético y patriótico de la Nación cubana en José Martí.
IV
Hay que respetar la decisión de padres y abuelos en educar en la religión, idioma y credo político que cada cual decida a nietos e hijos. Pero esas decisiones siempre tienen consecuencias a largo plazo. Cada cual lucha con sus fantasmas y sus complejos, con sus fantasías y sus realidades. Si alguien cree que su hijo o nieto será discriminado por motivos de que habla español, pues entonces hace bien en prohibir la entrada en casa de la lengua de sus ancestros. De todas maneras, el inglés es obligatorio en la escuela. Sin embargo, para los discriminadores de afuera, no basta hablar correctamente la lengua de Shakespeare. Tan pronto notan el “acento” de Miami, el latino nacido en el Jackson Memorial puede ser tratado como cualquier otro inmigrante ilegal.
Llevar un apellido latino es también una Estrella de David en la solapa de la vida. Tan pronto dices Alexandria Ocasio-Cortez ya sabe todo el extremista xenófobo que lo peor no es que sea socialista, sino latina. Luego, en la primera oportunidad, como los conozco, hay que cambiar además del idioma, el apellido de los mayores. Ya no serás más Pérez, Rodríguez, Fernández como los abuelos, sino una combinación de caja fuerte, infranqueable si no se consigue al gringo que tenga la llave para Harrinson-Pérez, Wilson-Rodríguez, y Fernández-Jackson. Los apellidos con ñ pueden sonar aún más raros: Nanez por Ñanez, Munoz por Muñoz.
Pero si el latino lograse escapar del fuete xenófobo por un inglés puritano, y un apellido compuesto a base de ingredientes galeses y germánicos, pecaría por sus costumbres: no hay nada más tentador que una buena comida cubana, nica, colombiana, venezolana, mexicana. La mano que mueve la cuna suele ser, también, la que mueve los frijoles. Puede el latino adaptarse al frio más terrible, o a las frías relaciones norteñas —no por eso menos amigas. Lo que es muy difícil para nuestro paisano es renunciar a una bandeja paisa, unos chilaquiles y las pupusas, al congrí, la yuca y el puerco asado, los tequeños y la arepa. El latino, generalmente, muere por el paladar.
Una anécdota para concluir. Tengo un familiar cercano que vive en Boston. Hace deporte en un exclusivo club de esa ciudad. Es un profesional de fama mundial. Habla inglés muy bien, sin acento, y su fisonomía más caucásica no puede ser. Un día otro jugador se interesó en saber de dónde era. Soy cubano, nacido en Cuba, respondió. Entonces el hombre preguntó qué hacia un cubano allí. El pariente explicó sus razones por simple educación. Qué raro, me cuenta, en Miami nunca nadie me preguntó de dónde yo era. Y si alguien lo hubiera hecho, hubiera contestado: ¿Cómo qué de dónde soy, compadre? Yo soy de aquí, de Miami.
[i] ¿Será el idioma el factor que decida la pelea por el puesto de Ros-Lehtinen? Antonio María Delgado. El Nuevo Herald. Octubre 4, 2018.
[ii] The effect of bilingualism on creativity: Developmental and educational perspectives. Mark Leikin, International Journal of Bilinguism. First Published March 28, 2012.
[iii] Bilingualism as a protection against the onset of symptoms of dementia. Panel: Morris Freedman, En: Neuropsychology. Volumen 45, Issue 2, 2007, Pages 459-464.
[iv] Entrevista a Humberto López, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua, analiza la salud del idioma en América: “… El español se está apoderando hoy del inglés a grandes pasos. En 2050 el español puede ser la primera lengua en Estados Unidos. Vamos camino de eso. No es que vaya a matar al inglés, pero sí va a tener mucha más influencia”.
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