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Glorificar el terrorismo, Protestas, Antisemitismo

Hijos de la Hiedra

Manifestarse contra la guerra y a favor de lo que llaman Palestina es un derecho. Pero la confrontación con los judíos es antisemitismo puro y duro

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Por estos días las imágenes en las más prestigiosas universidades norteamericanas conocidas como Ivy League (Liga de la Hiedra, en español), recuerdan las protestas estudiantiles en esos mismos centros de enseñanza por la guerra en Vietnam. En la Universidad de Columbia los estudiantes han sido enviados a sus casas para recibir las clases de modo virtual. La policía ha entrado para desalojar a los manifestantes debido a amenazas a otros alumnos y profesores, léase judíos. También en universidades “Ivy” como Harvard y Yale ha habido arrestos. Aunque no se han reportado armas u objetos que pudieran ocasionar daño, la policía cree que por el nivel de violencia de algunos estudiantes las amenazas pudieran escalar a la confrontación física. De hecho, y como se ha visto en televisión, el careo de persona a persona es intenso, unos vistiendo la pañoleta palestina —kufiya, hatta o shemagh— otros, la kipá judía.

Tan pronto se hace asociación con el pasado, la razón y la cultura nos devuelven a la realidad: la diferencia con las protestas antibélicas de los años sesenta no tienen nada que ver con los actos de hoy. La guerra de Vietnam aunque tuvo la intención de detener la expansión del comunismo en el sudeste asiático —después del fiasco coreano—, alcanzó un vuelo donde perdió todo sentido militar y moral. Es muy interesante el documental de Robert McNamara, secretario de Defensa en el periodo álgido de la guerra, llamado The Fog of War: Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara (2003). Hay una implícita aceptación —nunca explicita, es McNamara— de errores que condujeron a que murieran más de 50 mil jóvenes norteamericanos en una lucha ajena por historia y geografía: los vietnamitas combatían por su país, y ningún imperio pudo conquistarlos por mucho tiempo.

Convengamos que los jóvenes, y sobre todo los estudiantes universitarios son, por naturaleza y educación, quienes en cualquier país y en bajo cualquier situación política, están destinados a la protesta cívica. La naturaleza del joven es la ausencia de miedos y la necesidad de diferenciarse de los mayores, comenzando por los padres. La educación en Alma Mater provee cierta soberbia por la totalidad de los conocimientos que se enseñan, teñidos de cierta liberalidad necesaria donde las ideas se contradicen y se niegan. Hay poco espacio en los pasillos universitarios para el conservadurismo. No se forman milicias sino hombres y mujeres libres, pensadores.

Sin embargo, ese mismo ambiente variopinto, donde confluye el liberal, el conservador, el socialista, el cristiano, el judío y el musulmán, es un terreno fértil para que ciertos profesores siembren en los chicos sus propias agendas políticas y filosóficas. Lo contrario, que el profesor sea más político que docente, llevaría a aquella fascistoide declaración de que la universidad es solo para los revolucionarios. Las mejores casas de altos estudios contratan a los principales profesionales de la rama, premios Nobel o grandes científicos; habitualmente soslayan sus muy particulares visiones del mundo. Esos son los centros donde ahora se queman banderas de Israel, se prohíbe la entrada a profesores judíos, y amenazan a estudiantes con la sangre de David. La colegiatura de cualquiera de ellas por un año sería el salario anual de un trabajador de clase media.

Manifestarse en contra de la guerra y a favor de lo que llaman Palestina es un derecho. Pero la confrontación con los judíos es antisemitismo puro y duro, como aquel cartel que alguien enarbolaba pidiendo que un nuevo Hitler concluyera la obra genocida. Ese es el propósito de Hamas: exterminar todo vestigio hebreo. Los chicos de La Hiedra no saben, o no quieren saber que este grupo de fanáticos ha sido declarado terrorista por la mayoría de los países del mundo. No saben o no quieren saber que las mujeres, para esos criminales, no valen un centavo. Los homosexuales, y transgéneros que piden venganza en enardecidas protestas no durarían ni un minuto vivos en países donde rige la Sharia. Pedir dos estados independientes no solo es un derecho de quienes se manifiestan; es apoyar las resoluciones de las Naciones Unidas, incumplidas hasta hoy. Gritar que Palestina es una, del río Jordán hasta el mar —Gaza— es pedir que el estado de Israel desaparezca, barrido por las hordas neo-hitlerianas y lanzado al mediterráneo.

Es preocupante que esos chicos en las más caras universidades de Norteamérica no tengan ni la información ni la formación necesarias para poder identificar la verdad y luchar por ella. Ellos serán los líderes de este país. Ellos, los futuros dirigentes de las empresas transnacionales. Ellos podrán ser quienes legislen en el senado y la cámara, y guíen el destino de Estados Unidos como líder del mundo. Quizás no haya que esperar tanto para comenzar a ver el declive de la Nación. El mundo es un hervidero a punto de entrar en una guerra caliente, y eso se lo debemos, en parte, a los asesores y los legisladores que han salido de esas mismas universidades y que no sobrepasan los cuarenta y tantos años. Ellos eran pequeños cuando la Guerra Fría, las guerrillas en África, América y Asia, la expansión y posterior implosión del comunismo europeo y sus remanentes en Latinoamérica. Asesores y legisladores muy jóvenes que no consideran enemigos a los hostiles de la civilización occidental, sino que están equivocados y deben ser convencidos en conferencias y becas gratuitas. Asesores y legisladores cuya conducta es claramente materialista y antiamericana; en un país fundado en los valores cristianos, luchan por sacar a Dios de las escuelas, de los hogares, del alma de los pueblos y relegarlo a los sitios de culto.

¿Terminaran los hijos de la Hiedra pudriendo las paredes de la civilización occidental al trepar a lo más alto de la sociedad y aplastando, pisoteando los valores que han permitido tantos avances científico-técnicos, médicos, educativos, culturales? Hijos de la Hiedra pidiendo el exterminio de Israel, y glorificando al terrorismo no es una casualidad. Es un continuum que ha tenido, eso sí, paciente y tenaz infiltración de rechazo a lo judeo-cristiano y a la cultura grecolatina. Muchos lo advierten. Pocos lo entienden: estamos en una guerra de civilizaciones, de visiones del mundo encontradas: si pervive la democracia y sus valores, o se impone el totalitarismo y sus limitaciones.

Una pesadilla recurrente es imaginar la democracia en Cuba. Nuestras universidades han regresado a su época de gloria, cuando estaban entre las mejores de América Latina. Un grupo de chiquillos malcriados que no vivieron el castrismo, las privaciones materiales y espirituales del comunismo tropical, protestan con carteles dando vivas al Difunto y a su hermano menor. Eso sin duda pasará cuando quienes leen estas notas ya no estén en esta dimensión de la existencia y nuestros nietos olviden la frase atribuida al filósofo George Santayana “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.


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