Actualizado: 28/03/2024 20:07
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| Opinión

Camila Vallejo

Insularismo y encantamiento liberal

A propósito de la visita de Camila Vallejo a Cuba

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Creo sinceramente que la visita de Camila Vallejo (CV) a Cuba ha sido una oportunidad para cometer errores bien aprovechada por todos.

En primer lugar, es una pena que una mujer tan valerosa e inteligente sea puesta en contacto con una realidad tan criticable a la que no puede criticar, y sobre la que todo el mundo le va a preguntar. No creo que el incidente llegue lejos, pero creo que si el Partido Comunista Chileno pretende ocupar un lugar más activo en la política de su país —a lo cual tiene todo el derecho— debe renunciar a estos actos testimoniales que lo atan irremediablemente al pasado y le dificultan proyectarse al futuro.

Creo que en ese contexto, CV fue hábil hasta donde pudo. Mostró su inconformidad con el modelo y declaró querer otra cosa para Chile. Y aún cuando sus declaraciones sobre Fidel Castro y sobre los rasgos del sistema político cubano fueron deplorables, no creo que estuviera en condiciones de hacer otra cosa. No olvidemos que la apoya una organización cuya historia la liga irremediablemente al Gobierno cubano. Y que en esa historia hay páginas que yo, si fuera chileno, nunca olvidaría, como cuando Cuba abrió las puertas a miles de chilenos exiliados y se convirtió en un pivote del repudio mundial al régimen dictatorial y criminal de Augusto Pinochet.

Pero no quiero detenerme más en explicar a Camila Vallejo, quien, por cierto, no basa su aureola en el glamour, como sugieren sus críticos cubanos, pues CV no es una chica de pasarelas, ni una construcción mediática. El reconocimiento que posee lo ganó a fuerza de inteligencia y de ovarios, mucho de ambas cosas, que le permitieron enfrentar con igual éxito a los ministros derechistas —algunos de ellos admiradores desfachatados del pinochetismo— como a los ultras que militaban en el movimiento huelguístico. Y lo hizo con una madurez y un aplomo envidiables. Fue tan inteligente que nadie pudo acusarla de ser muy bella.

En su periplo cubano CV ha obtenido muchas reacciones críticas. Algunas de ellas fueron potentes, bien articuladas argumentalmente. Pero casi todas muy emotivas y terriblemente narcisistas. Como imaginando que en la Isla no hay un mundo decente después de la oposición. Como si el resto de la sociedad fuera una manada de oportunistas temerosos donde no hay (cito a Ismael de Diego) “…casi ninguna persona suficientemente elevada moral y éticamente”, y no la habido por medio siglo.

Es una reacción lógica de personas ubicadas en los márgenes, a quienes el sistema totalitario condena al status de no-personas. Personas que se han ganado un espacio a fuerza de enfrentar la represión y el aislamiento. Pero no es una posición con la que se pueda construir una alternativa política que valga la pena. La sociedad cubana es mucho más que disidentes, opositores y emigrados. Y quien quiera hacer oposición sin reconocerlo va a terminar enquistado en un gueto virtuoso, en un producto de exportación y sin conexiones con una realidad de lealtades y resistencias sumamente complejo.

Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue el encantamiento liberal que padecen los críticos de CV.

Una cosa es el enunciado de derechos liberales —una conquista histórica de la humanidad— y otra la naturaleza específica de los regímenes democrático-liberales. Cuando CV habla de la represión en Chile habla de cosas muy concretas que existen junto al sistema político democrático.

El sistema chileno pose innegables virtudes: una economía dinámica y numerosos derechos y libertades que facilitan, por ejemplo, que CV pueda hablar, sus correligionarios organizarse y ella viajar libremente a Cuba. Posee un sistema electoral estable que permite cambiar a los gobernantes, y que ha permitido a una coalición de centro izquierda gobernar por largos años y reformar algunos aspectos particularmente inhumanos del mundo neoliberal chileno. El propio partido de CV posee varios diputados y controla algunos gobiernos locales. Virtudes, hago notar, que son resultados de luchas sociales y ciudadanas que en muchas ocasiones han tenido que librarse contra carabineros, carceleros, zorrillos y guanacos en verdaderas batallas campales.

Son virtudes innegables, pero ello no significa que ahí se agote la historia, como parece colegirse de algunos textos encantados con el dogma liberal. CV habla de un sistema económico neoliberal terriblemente desigual, en que inmensas riquezas coexisten con franjas de depauperación inaceptables, de un sistema de salud caro al que la gente pobre no llega y la clase media deja el alma, de un sistema educacional mercurial e inaccesible, de una policía particularmente represiva —de manera diferente a la cubana pero tanto como ella—, de un sistema legal que prohíbe el aborto y discrimina a homosexuales e indígenas, entre otras cualidades que obligan a CV y a la sociedad chilena a seguir luchando por un futuro mejor. No solo contra una dictadura que ya no existe, sino también contra las exclusiones y discriminaciones del sistema capitalista.

Creo que requerimos mirar al mundo más allá de nuestra realidad insular.

Pero también en este tema, los críticos criollos de Camila Vallejo son víctimas del sistema cubano. Por años nuestros jóvenes han sido adoctrinados mediante clichés y construcciones ideológicas en torno tanto a las maldades de un capitalismo caricaturizado que no existe ni en las favelas de Sao Paulo; como a las virtudes de un socialismo que se proclamaba superior e irreversible. Cuando algunos de ellos han logrado romper la coraza doctrinaria, han terminado tirando al niño junto con el agua sucia. Y han invertido los términos de la explicación pero manteniendo el mismo esquema maniqueo: un malo y un bueno; la virtud y el pecado; el honor y la desvergüenza.

Si aprendiéramos a vencer nuestra tendencia irrefrenable al parroquialismo, al insularismo, al protagonismo y al maniqueísmo, quizás entonces llegaríamos a entender que Camila Vallejo, la chica veinteañera que puso en jaque a la avezada clase política chilena, no es enemiga de una Cuba democrática, participativa y socialmente justa.

Y que por eso en lo fundamental es, para quienes aspiren a este mundo mejor, nuestra amiga.


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