Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Juventud y emigración

El nuevo exilio es el que mejor encarna el daño antropológico del castrismo.

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Suele pensarse —y decirse— que los jóvenes en Cuba no se interesan por la política, debido a la represión del régimen totalitario contra todo el que se atreva a discrepar. Si bien ese aserto no está nada alejado de la realidad, habría que preguntarse al mismo tiempo qué es lo que pasa entonces con los jóvenes cubanos del exilio, supuestamente librados de los tentáculos castristas y que evidencian el mismo poco interés por los asuntos políticos.

Aquí hay mucha tela por donde cortar. La necesidad de emprender una nueva vida en otras tierras, puede ser una de las causas. Quien llega a otro país tiene una serie de preocupaciones existenciales que lo ocupan e incluso lo agobian.

Las más elementales de esas preocupaciones —y por ende, las más importantes— consisten en conseguir un techo y un empleo para cubrir las necesidades básicas, a lo cual hay que agregar la circunstancia agravante de no contar siempre con un familiar o una mano amiga que pueda servir de auxilio en las primeras etapas de la adaptación del emigrante. Ese doloroso proceso de entrada en otra cultura puede llegar a provocar en los primeros tiempos un verdadero desajuste, caracterizado por el estrés crónico y múltiple. Es lo que se conoce como Síndrome de Ulises.

Esa complejidad de la vida del emigrante y/o exiliado implica que no se disponga de mucho tiempo para participar en cualquier actividad opositora. El cubano sabe que el tiempo que dedique a la lucha por la libertad de la Isla es tiempo que se le sustrae al proyecto que emprende en su nueva realidad. Pero lo más triste es, sin embargo, que muchos creen que las horas que se dedican a Cuba es tiempo malgastado, debido a la proverbial resistencia y capacidad de supervivencia que ha demostrado el régimen.

Sin recambio generacional

Otro aspecto, si bien de signo contrario, es la percepción del carácter efímero del régimen castrista que prevaleció y aún pervive entre los viejos exiliados. Expectativas —hasta ahora frustradas— que han influido en la actitud de muchas de esas figuras de mantenerse en el candelero político durante las últimas cinco décadas. Soñaban con ser ellos mismos los que regresarían a Cuba a reinstaurar la democracia, a tenor de la Constitución del 40. Y el sueño ya dura cincuenta años.

Sin negar los méritos que le correspondan al exilio histórico, se trata sin embargo de una generación de líderes que no han dado suficiente espacio a los más jóvenes. En el afán de mantenerse en su burbuja nostálgica, aferrados a su historial democrático y, en algunos casos, revolucionario, emplean todo su poder sociomediático para impedirles a los jóvenes expresarse y desplegar un rol más protagónico. No admiten más interpretación de los acontecimientos que la suya propia, porque la mayoría de ellos están cerrados a cal y canto contra cualquier idea nueva que se salga de su esquema político generacional.

Las agrupaciones políticas de exiliados también tienen parte de responsabilidad. Unas, porque en sus planes y discursos han roto con la realidad cubana, esa que han vivido y viven los que llegan recientemente de la Isla; lo cual se evidencia en el discurso radical de algunos que incitan a actos que nada tienen que ver con los propósitos de nadie en Cuba.

Ese discurso anticuado causa rechazo entre la gente joven, porque lo percibe como una retórica inflamada que se aparta de su vida y de la realidad del país. Máxime si intuye que tras el mismo subyace el deseo de mantener un público, conservar audiencias o congraciarse con determinados sectores políticos del exilio o de la política del país de acogida.

Pero tan dañino como lo anterior es el carácter cerrado de la mayoría de los grupos, más que nada parecidos a clubes de socios exclusivos. Algunos, por ejemplo, nunca han vivido una renovación de su directiva o una elección interna. Siempre son los mismos para todo y en todo.

Desarraigo y falta de compromiso

Los cambios generacionales también han influido. En general, el exiliado de ahora es muy distinto al de antes. El de ahora es capaz de defender "las bondades de la revolución" sin sonrojarse. De hecho, suele considerarse a sí mismo como inmigrante por motivos económicos, cosa difícil de entender, ya que en Cuba los problemas económicos son esencialmente políticos. Esto, a la vez, da una idea del nivel de desarraigo que tiene y delata una gran falta de compromiso.

Este nuevo exilio, y no aquel que llamaron "gusano" y "escoria", es el que mejor encarna el serio daño antropológico que le ha infligido el régimen al pueblo. Daño que se manifiesta en la falta de sentido crítico ante la situación cubana, en la preocupación desmesurada por lo material, por mandar una foto a sus familiares y amigos comiéndose un bistec o mostrando una gruesa cadena de oro en su cuello.

A diferencia de quienes quieren el diálogo y la reconciliación entre los cubanos, y de los que quieren soluciones opuestas, como pocas cosas les importa, les parecen bien frivolidades como aplaudir o rendir pleitesía a quienes van a Miami a hacer apología de quien tanto sufrimiento ha causado al país. Por eso, creo que el desarraigo de gran parte del nuevo exilio no es con respecto a Cuba solamente, sino con respecto a un sentido moral y humano de ver las cosas.

Al mismo tiempo, hay una realidad que no podemos obviar: muchos de los jóvenes que salen dejan en Cuba a sus familiares. Lo que significa una preocupación por ayudarles a subsistir y por visitarles. Muchos que viven fuera temen fundadamente que el gobierno sea capaz de asediar a sus familiares en la Isla o que simplemente no les deje entrar para visitarlos. Dicho temor, cuando se acepta sin tapujos y sin acudir a elucubraciones justificativas, no es éticamente condenable, aunque otros se den golpes de pecho.

Una posible solución al poco interés de los jóvenes exiliados por la problemática cubana pasa por crear una comunidad política más abierta y acogedora. Fomentar la democracia interna y la participación en los diferentes grupos políticos. Por experiencia propia, sé lo estimulante que resulta el trabajo en una agrupación donde se dan esos dos elementos.

También hay que comprender los verdaderos dilemas morales de la gente que viene y deja a su familia atrás. No hay por qué ahuyentar a los jóvenes con discursos extremistas, que al final suelen ser oportunistas. Salir al paso, eso sí, a la frivolidad y a la falta de memoria. Quien crea que esto es fácil está en un error.


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