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La alegría ya viene

Después de ocho años en el desierto, la política norteamericana hacia La Habana retorna al análisis de evidencias y opciones.

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El senador cubanoamericano Robert Menéndez está muy bravo y no se va detener ante afiliaciones partidistas. En la primera semana de marzo, contra el voto de la Cámara de Representantes y la voluntad mayoritaria del Senado, Menéndez defendió las medidas de Bush contra la familia cubana y trató de impedir cualquier relajación de las ventas de alimentos a la Isla.

 

Aunque es demócrata, Menéndez amenazó con bloquear la aprobación por el Congreso de los nominados por el presidente para directores de la oficina de la Casa Blanca de política científica y tecnológica y de administración de temas oceánicos y atmosféricos, si la ley de presupuesto norteamericano no acata sus ideas sobre la política hacia Cuba.

 

Hablar por dos lados de la boca

 

En su discurso en el pleno del Senado, el senador Menéndez acusó a los partidarios de relajar el embargo de tener dobles estándares. Con respecto a algunos, tiene razón. Hablar por dos lados de la boca, debilita la coherencia de cualquier posición. Y es cierto que algunos de los opositores al embargo le ofrecen a La Habana carta blanca en sus prácticas políticas. Muchos movimientos solidarios, con un justificado rechazo a las exclusiones sociales generadas por el capitalismo neoliberal, olvidan frecuentemente que las exclusiones ideológicas de los regímenes unipartidistas de izquierda son igualmente injustas y antiliberales.

 

Menéndez, sin embargo, debe pensar dos veces antes de disfrazarse de virgen vestal. En tiempos de la administración Clinton, el entonces representante pidió a la secretaria Madeleine Albright que no sancionara económicamente al régimen islamo-fascista de Sudán, cuyo presidente ha sido acusado de genocidio por la Corte Penal Internacional.

 

Menéndez explicó que había negocios en Nueva Jersey que dependían de ese comercio. La supuesta promoción de las libertades en Cuba, que Menéndez defiende, se basa en restringir los derechos de los norteamericanos y de los exiliados. Es bienvenido el llamado de Menéndez contra la doble moral, pero, por favor, que empiece la limpieza por casa.

 

Menéndez tiene también razón en pedir que la política norteamericana hacia La Habana se estudie y discuta en audiencias congresionales. Es sorprendente, sin embargo, que siendo demócrata no haya denunciado la falta de debate y transparencia que caracterizó a la llamada Comisión para la Free Cuba del presidente Bush.

 

Cuando esta semana el Congreso discutía la conveniencia de eliminar las prohibiciones de los viajes de cubanoamericanos para la promoción de la democracia y los intereses económicos y estratégicos norteamericanos en la Isla, Menéndez se tornó histriónico. Como sabe que la política de reclamación de propiedades que apoya no es viable ni racional, junto al senador Mel Martínez acusó a todos los que se le oponen de traicionar a los trabajadores cubanos.

 

A pesar de que Obama prometió con claridad que iba a negociar con Raúl Castro sin precondiciones y a eliminar unilateralmente las prohibiciones de viaje para los cubanoamericanos, Menéndez afirma ahora que tales acciones traicionarían las promesas que él escuchó en la campaña presidencial.

 

¿Escuchó correctamente? ¿Qué dijo el presidente Obama antes de llegar a la Casa Blanca? En el año 2004, siendo candidato para el Senado por Illinois, afirmó: "Es tiempo de terminar el embargo a Cuba", y agregó: "como esfuerzo por derrocar a Fidel Castro es un fracaso evidente". En agosto de 2007, en un artículo que publicó en The Miami Herald, Obama prometió "garantizar a los cubanos derechos irrestrictos para visitar su familia y enviar remesas a la isla" e iniciar "conversaciones bilaterales" desde "una diplomacia activa y de principios" para promover la democracia en Cuba.

 

Tanto Obama como la secretaria Clinton han aclarado que la nueva política exterior tendrá un enfoque pragmático y no ideológico. Contrario al discurso grandilocuente de Bush, que prometió "acabar con la tiranía en el mundo", Obama ofreció a los regímenes no democráticos "una mano abierta si están dispuestos a abrir el puño".

 

En enero, antes de asumir, Obama dijo a The Washington Post que las elecciones "no son equivalentes a la democracia", pues son "sólo una faceta del orden liberal". Obama destacó que en su pensamiento hay otras prioridades, como enfrentar la corrupción y proteger a las personas de arrestos arbitrarios. Cómo el senador Menéndez "confundió" ese enfoque gradualista con la Ley Helms-Burton, en la que todo se resuelve con expulsar a los Castro, devolver propiedades y realizar elecciones en seis meses, es un enigma.

 

Es lamentable que los senadores Menéndez y Martínez rechacen debatir racionalmente la política norteamericana hacia La Habana. La falta de argumentos para exagerar y mal representar los puntos de vista contrarios sólo empobrece el debate. Que el gobierno cubano viola los derechos humanos es un tema independiente de la mejor política norteamericana para promoverlos. Una controversia madura de opiniones requeriría que los partidarios del embargo demuestren cómo una política fracasada de cincuenta años va a funcionar, cuando ahora es activamente rechazada por todos los gobiernos del hemisferio.

 

El informe Lugar

 

La presentación de las enmiendas en la Cámara fue acompañada por un documentado informe del senador republicano Richard Lugar, líder de la minoría en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. En el mismo, define como un fracaso la política de aislamiento. No es la primera vez que Lugar expresa estas opiniones, pero en esta ocasión lo ha hecho mediante un informe, de modo compacto, y apelando a una política exterior bipartidista.

 

Lugar es conocido por defender los intereses nacionales de Estados Unidos con integridad, incluso contra los subsidios agrícolas tan apetecidos por Indiana, su propio estado. Durante la campaña electoral, el entonces candidato Obama dijo que buscaría consejo en los dos partidos, mencionando a su "amigo" Lugar, con quien patrocino su primera iniciativa de política exterior.

 

El paso es pequeño y no va más allá de rectificar los errores cometidos por George W. Bush. Sin embargo, las enmiendas y el informe Lugar confieren espacio al presidente para remover, de modo bipartidista, los escollos más elementales para un cambio de política hacia Cuba. Claro que los senadores Martínez y Menéndez, o cualquier otro que le sirva de pala, incluyendo el líder de la mayoría, Harry Reid, que ha recibido considerables donaciones del Comité Estados Unidos-Cuba por la democracia, pueden bloquear en la Cámara Alta estos cambios elementales.

 

Si lo hacen, y el presidente va a la cumbre de Puerto España, en abril, con Cuba como tema de discordia entre Estados Unidos y el resto de los países americanos, la política regional va a pagar un alto precio simbólico por la tozudez de aquellos que no registran siquiera los cambios ocurridos en la comunidad exiliada.

 

Los partidarios de las medidas contra los viajes de cubanoamericanos están en una "trampa 22". Escribieron páginas en El Nuevo Herald para defender las prohibiciones contra un hijo que quiere ver a su madre más de una vez cada tres años, y se fueron a la Casa Blanca a aplaudir y festejar la separación familiar. Veremos ahora si tienen el coraje de reconocer públicamente sus errores o pagar el precio político de defenderlos. Si las defienden tienen la batalla perdida, si no lo hacen van a perder el respeto de aquellos que aún manipulan desde la industria de la venganza.

 

¿Golpe militar en La Habana?

 

En su discurso ante el Senado, Martínez dijo que este no era el momento de cambiar la política hacia Cuba, porque había ocurrido "un golpe militar" en La Habana. Hay que desconocer la realidad cubana para bajarse con esa historia. En Cuba, las FAR han estado en el poder desde que Fidel Castro derribó al presidente Urrutia por televisión. La salida de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage, quien nunca fue "el padre de las reformas de los noventa", son simples cambios de personal.

 

Si por reformas en los noventa se entiende la "legitimación" de las prácticas religiosas, Carlos Lage no tuvo nada que ver en el asunto, salvo para apoyar las directivas de Fidel Castro. Si por reformas se entienden las aperturas a la inversión extranjera, los mercados agropecuarios, el proceso de perfeccionamiento empresarial y el trabajo por cuenta propia, estas fueron discutidas en el PCC y, particularmente, en las asambleas partidistas de los ejércitos, con la participación de los jerarcas del Partido en las provincias, entre 1993 y 1994.

 

Es lamentable que el senador Martínez, quien nunca convirtió la defensa de las medidas contra los viajes en el centro de su campaña política en 2004, y mostró cierta flexibilidad al no oponerse a la posibilidad de ayuda cubana cuando el huracán Katrina, aparezca ahora como el escollo fundamental en la adopción de una política más racional hacia La Habana.

 

Martínez defrauda, porque el exilio necesita una derecha moderna, al estilo de Uribe en Colombia, Calderón en México o Piñera en Chile. Martínez, que ha sido un republicano moderado en otros temas, como la reforma migratoria, podía contribuir a ese propósito.

 

Martínez nunca hubiese sido el primer senador hispano en Estados Unidos —como lo proclamó Carlos Alberto Montaner (el estado de Nuevo México había enviado desde 1928 a tres hispanos al Senado)—, pero hubiese podido retirarse con la gloria de trascender partidismos y cortas miras. Todavía está a tiempo, pero todo parece indicar que va a perder la oportunidad.

 

Preparemos la fiesta

 

Las promesas del presidente Obama en la campaña electoral y lo afirmado por la secretaria de Estado Hillary Clinton en la audiencia por su nominación, son señales suficientes para pronosticar que en los próximos meses, sino días, las prohibiciones de viaje van a ser derogadas. No será una victoria de unos cubanos sobre otros, sino de la razón sobre la intolerancia y la falta de principios. Para sacar el mayor dividendo de esa movida, es importante usar el júbilo estratégicamente, para registrar con claridad la existencia de una base que ve en la interacción con Cuba el camino óptimo para la democratización.

 

Dos ideas resultan útiles en este sentido. La primera es planear viajes a Cuba, justo para el momento en que se anuncie la derogación de las medidas contra la familia. Sería útil que los cubanos residentes en Estados Unidos viajemos masivamente a Cuba tan pronto sea legal, no importa el motivo de cada cual: cubanos de todas las diferentes oleadas migratorias y generaciones, desde los que llegaron en los sesenta hasta los que lo hicieron el año pasado; ciudadanos y residentes, tengan familiares allí o no; de modo personal, a través de las organizaciones religiosas y sociales, para visitar las instituciones del gobierno o de la disidencia.

 

El viaje sería sólo el comienzo. A Cuba llegaríamos contentos de que en Washington hay una nueva administración dispuesta "a extender la mano si se abre el puño". ¡Qué poco duraría el embargo si una reforma económica profunda y una liberalización de los viajes al exterior se iniciaran para beneficio de todos los cubanos!

 

A nuestro regreso es importante divulgar el viaje en los diferentes círculos de trabajo o religiosos, lamentando que los amigos norteamericanos no nos pudiesen acompañar. Se trata de usar la coyuntura que un cambio de política ofrece, para movilizar las apetencias de viaje y reconciliación entre los cubanos y entre Cuba y Estados Unidos. Cuando ocurra el cambio esperado, agradecer a nuestros congresistas por escrito, con una llamada. Que sepan que los cubanos en sus distritos no están por el aislamiento y que el exilio no habla con una sola voz (siempre hubo otras voces que callaron con el acto de repudio y el terrorismo).

 

La segunda idea es colocar el tema de los viajes entre ambos países en un debate de principios basado en las convenciones internacionales de derechos humanos. La victoria parcial a favor de los viajes de cubanoamericanos debe ser acicate para reclamar con fuerza que los gobiernos de Cuba y Estados Unidos adopten los enunciados de la Declaración Universal de Derechos Humanos y del Pacto de Derechos Políticos y Civiles de 1966. El fin del embargo no termina, sino comienza un camino gradual y paulatino (sin nuevas revoluciones que sólo servirían a arribistas y oportunistas políticos) hacia la normalización política de nuestro país.

 

Las organizaciones políticas en Cuba y la diáspora, las congregaciones religiosas y profesionales a ambos lados del Estrecho, Europa y América Latina, la prensa, los artistas e intelectuales que, como Pablo Milanés, se han expresado ya a favor del respeto irrestricto al derecho de viajar, deben aprovechar la coyuntura y socavar con toda fuerza las restricciones que alimentan el desconocimiento y retrasan la añorada reconciliación.

 

Divulguemos dos mensajes: 1) Reconocimiento al presidente Obama por cumplir su promesa electoral (recordemos que también prometió un diálogo directo, sin precondiciones), y 2) Exhortación a no detenerse allí, sino a demandar —como ha pedido el Grupo de Estudios sobre Cuba— el fin de todas las violaciones de los derechos de viaje de los ciudadanos norteamericanos y cubanos por cualquiera de los dos gobiernos.

 

No por esperada, esta pequeña victoria causa menos alegría. Después de ocho años en el desierto, secuestrada por una derecha cavernícola, la política norteamericana retorna al análisis de evidencias y opciones. La alegría ya viene, preparemos la fiesta.


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