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| Opinión

Estado, Dictadura del Proletariado, Socialismo

La Dictadura del Proletariado ha resultado contrarrevolucionaria y antisocialista

Dondequiera que “la revolución socialista” ha intentado aplastar al Estado capitalista e imponer la “Dictadura del proletariado”, ha terminado fracasando

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El llamado “marxismo-leninismo” santificó la Dictadura del Proletariado como el Estado revolucionario que aplastaría al de los capitalistas, les arrebataría los medios de producción, y, bajo la administración y liderazgo del Partido Comunista, sería el encargado de construir enteramente nueva la sociedad socialista del futuro, desde arriba, desde el estado, hacia abajo, solo que manteniendo el trabajo asalariado (su gran pecado capital de origen).

Karl Marx, cuando mencionó la Dictadura del Proletariado, lo hizo en el sentido de que todo Estado viene siendo como la dictadura de una clase en el poder político, pero al hablar del tipo de Estado de los trabajadores en el poder, se refirió al mismo como a la “República democrática de los trabajadores”; escribió que el proletariado debería de liquidarse como clase para dar lugar a una nueva, la de los trabajadores libres asociados, encargados de desarrollar la nueva sociedad desde abajo, ya nacida en el seno capitalista. Cuando trató el tema de las relaciones de producción explicó que las del nuevo régimen socialista se encontraban en las que establecían los trabajadores-dueños en las cooperativas surgidas dentro del capitalismo y escribió que los trabajadores deberían luchar por abolir la explotación asalariada, esencia del capitalismo.

Nada que ver aquello con esto: Una tergiversación, tras otra. Pura confusión.

El marxismo-leninismo desarrollado a partir de la recopilación de artículos de Stalin, Cuestiones del Leninismo[1] y convertido en teoría revolucionaria por los manuales estalinistas, reinterpretó las ideas esenciales del socialismo marxista, tomó de Marx palabras y frases descontextualizadas y terminó por negar sus esencias democráticas, humanistas y autogestionarias, y especialmente las últimas ideas de Lenin sobre el socialismo, como la sociedad de los cooperativistas cultos[2], Sin intentar aquí negar que Marx también tuvo desaciertos.

En verdad el marxismo-leninismo fue la envoltura que se creó a sí mismo el estalinismo para justificar sus arbitrariedades y tratar de demostrar que había una relación de continuidad entre Marx y lo que hicieron los rusos en su nombre.

Dondequiera que “la revolución socialista” ha intentado aplastar al Estado capitalista e imponer la “Dictadura del proletariado”, ha terminado fracasando y en todas partes donde duró algún tiempo, se negó o tergiversó el trabajo libre, asociado o particular, independiente del Estado; todo fue sometido al control estatal manejado por el Partido Comunista, cuya concepción de “centralismo democrático” implica que todo el Partido delega su poder en el Comité Central, este en el Buró Político y este último en su Secretario General, casi siempre de por vida, en acuerdo con otro de sus principios: los órganos inferiores acatan las decisiones de los órganos superiores.

El Estado se apropió de todas las empresas y la tierra, se encargó de organizar, planificar y dirigir la producción de energía, de armas de destrucción masiva y de la fabricación y venta de fritas o piroshki[3]. En unos más que en otros se permitieron formas cooperativas en la agricultura, pero siempre subordinadas al plan general de la economía, con entregas al Estado a precios impuestos y sin acceso directo al mercado externo. Y tanto el mercado interno como el externo controlados por la burocracia designada por la dirección del Partido-gobierno.

De esa forma la República Democrática que mencionó Marx fue convertida en la dictadura de los partidos comunistas y sus dirigentes, donde las constituciones, leyes y regulaciones estaban encaminadas todas a garantizar el poder y el control del Partido, de su alta burocracia y a cumplir sus planes de producción, planificados centralmente, para el beneficio de todos los ciudadanos según la concepción expresa de ese partido.

Aquellas constituciones fueron concebidas no para el ejercicio democrático del pueblo, sino para garantizar el control de la sociedad por el Partido Comunista, “representante de la clase obrera”.

Resultado: una Estado altamente centralizado, paternalista, populista, con alto nivel de vida y confort para la alta burocracia y salud, educación y formas precarias de alimentación, vivienda y transporte para las mayorías asalariadas y, en muchas zonas apartadas, la pobreza de siempre.

Todo pensamiento distinto, toda prensa alternativa, toda forma de producción no controlada por el estado, era prohibida. Había que respetar la “dictadura del proletariado y el poder de la clase obrera, todo lo que lo cuestionara o lo retara era contrarrevolucionario y anticomunista”. Cuando dieron espacio a alguna forma “no colectiva estatal”, fue para exprimirla, como hicieron con los campesinos y luego con las formas aceptadas luego de la Nueva Política Económica impulsada por Lenin, que Stalin liquidó pocos años después de su muerte.

Al final, todos sabemos: eliminación de toda forma verdadera de poder del pueblo, de democracia real, participativa, de autonomía económica popular; corrupción política y económica generalizada, pero especialmente de la burocracia a todos los niveles; santificación de la explotación asalariada de los trabajadores, pero para el Estado y eliminación de toda posibilidad del desarrollo de las formas de trabajo libre, asociadas o particulares, independientes del estado, en fin nada de progreso para las formas libres de producción, propiamente socialistas, que venían progresando en el capitalismo y que el estatalismo incauta junto con toda la “propiedad privada”.

En cuanto a Cuba, lo venimos repitiendo desde 1991: la única forma de evitar la plena restauración capitalista privada, es el traspaso de los medios de producción a propiedad y control de los trabajadores, organizados en cooperativas o formas de autogestión. Pero la burocracia se obstina en controlar ella y solo ella, los medios de producción y las riquezas que generan los trabajadores.

Se sabe: el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente y si es permanente corrompe absoluta y permanentemente.

En fin que en la práctica, la llamada La Dictadura del Proletariado ha resultado ser contrarrevolucionaria y antisocialista.

No creo que sea traición, ya una vez se dijo que “No se traiciona lo que no se asume” y más parece que ha existido una gran incultura, una lectura prejuiciada e incompleta de las ideas de Marx y los socialistas originales, un ánimo de imponer una sociedad “anticapitalista” a partir del estatalismo, logrando en realidad una más capitalista aún que la anterior, por explotadora y concentradora de la propiedad y la apropiación en el monopolio estatal y, desde luego, eso sí: muchos apetitos de poder de oportunistas y populistas. Martí, visionario empedernido, advirtió sobre los peligros del oportunismo y las lecturas extranjerizas en la idea socialista.

En Cuba, el desastre del “socialismo de Estado” está certificado. El propio VI Congreso del Partido con su lenguaje ambivalente, estuvo entre los firmantes del certificado; millones de cubanos lo acuñaron cuando decidieron abandonar el país a como dé lugar; una parte importante de la sociedad le dio la espalda al entuerto y sigue viviendo aquí pero a su manera fuera del sistema; una oposición, antes aplastada y ahora creciente pide el cambio y los socialistas democráticos hace años le rindieron públicamente santa sepultura y ofrecieron un programa alternativo.

El original del certificado de defunción del entuerto estalinista debe estar perdido entre tanto desorden o engavetado por la burocracia que quiere seguir lucrando a costa de los trabajadores.

Los que quieran seguir atados al buñuelo marxista-leninista de la Dictadura del Proletariado, sea por desconocimiento u oportunismo, tienen todo el derecho; pero potestad ni mandato tienen para tratar de amarrar a un pueblo entero al mástil de un barco que hace aguas por todas partes.



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