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Cuba, Disidencia, Oposición

La disidencia cubana debe prepararse para una explosión social

La enseñanza principal que transmiten las experiencias de las luchas que lograron poner fin a los regímenes comunistas, es que los movimientos disidentes cobran más fuerza mientras más moderados sean

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Las disputas públicas entre algunos opositores cubanos a principios de junio por diferencias estratégicas o por desacuerdos de retórica, contribuyen a proyectar ante el pueblo y la opinión pública internacional, una inmadurez que los incapacita como líderes para la defensa de la democracia y de los derechos fundamentales, máxime cuando las disputas devienen en ataques personales. Con tales actitudes no hacen más que asemejarse al comportamiento de los opresores contra los cuales se está luchando. Los disidentes u opositores, más que nadie, tienen que tener la mente abierta y no creer que se es infalible y que son dueños de la verdad absoluta, si es que son fieles a la causa por la cual luchan, en particular el derecho de libre expresión.

Los primeros luchadores pacíficos que en Cuba se organizaron por el cambio hacia una sociedad donde se respetaran los derechos fundamentales, dejaron como herencia a los que les siguieron, la regla de que la no violencia no sólo consistía en no responder a las agresiones corporales, sino tampoco a las verbales, por lo que generalmente no se calificaba a los opresores con epítetos ofensivos. Bastaba simplemente con denunciar las atrocidades cometidas por ellos, y quien lo leyera, que sacara sus propias conclusiones. Los calificativos sobraban. Por lo que menos que menos se debía insultar a otro disidente con quien se disentía.

La enseñanza principal que transmiten las experiencias de las luchas que lograron poner fin a los regímenes comunistas, es que los movimientos disidentes cobran más fuerza mientras más moderados sean, porque ahora no se trata ya de tomar por asalto cuarteles y oficinas gubernamentales, sino más bien de conquistar la conciencia de quienes se atrincheran en esos cuarteles y esas oficinas.

Los desacuerdos entre opositores son inevitables e incluso necesarios para corregir los posibles errores o simplemente para mejorar, tanto un texto que se está elaborando como los pasos necesarios para el logro de un determinado objetivo, pero ni las discrepancias tienen que traducirse en insultos personales ni salir a la luz pública, sino dialogar y discutir previamente los desacuerdos con respeto, y a veces, incluso, de la polémica salen buenas enseñanzas sobre cómo seguir adelante con mucha más efectividad. Del diálogo puede surgir, incluso, la cooperación fructífera.

En contraposición a las actitudes que nos referíamos al principio, resulta muy alentador el reciente acercamiento de varias organizaciones prominentes, incluyendo a dos del destierro que han apoyado al movimiento disidente casi desde sus orígenes, para crear lo que hoy se conoce como Consejo para la Transición Democrática en Cuba. Esto es un buen comienzo.

Lo dicho implica la presunción de que todos los grupos en plano de disensión con respecto al poder, deben, sino unirse, al menos coordinarse en una red de comunicación. De aquí todo vendrá por añadidura: de la intercomunicación vendrá el entendimiento mutuo, del entendimiento vendrá la coordinación, de la coordinación, la unidad, y de la unidad, la posibilidad de la victoria.

Este proceso es posible gracias al acceso de la población a la reciente tecnología de la telecomunicación y ha generado las movilizaciones de grandes multitudes en muchos países, con el resultado del derrocamiento de regímenes autocráticos, el primero de los cuales fue el de Mubarak en Egipto, o de radicales cambios institucionales como en Chile. Hicieron renunciar a un gobernador en Puerto Rico y al presidente Evo Morales en Bolivia, y en los momentos en que escribo, han hecho estremecer al poder en Colombia. Nada de esto habría sido posible sin celulares ni internet.

Desde luego que estas explosiones de indignación han tenido también, en algunos países, el efecto paralelo del vandalismo y la violencia de turbas incontrolables. Si se produce en Bolivia, se culpa a “la mano oculta del imperialismo”, y cuando se produce en Chile o Colombia, es entonces “la mano oculta de La Habana”. Pero la verdadera responsabilidad, en cada caso, ha estado en la indolencia o desidia de los poderosos, sean de izquierda o de derecha.

De la misma manera, si se produjera en Cuba, ya fuese con violencia o no, con vandalismo o no, no será culpa del “bloqueo imperialista”, ni de la CIA, ni de los disidentes, sino del propio gobierno cubano por su falta de interés, su desidia e incompetencia para resolver los problemas vitales de la población mediante reformas y concesiones que reiteradamente se ha negado a realizar. ¿Qué van a hacer después que hayan provocado un desbordamiento popular? ¿Sacar los tanques a la calle para realizar un baño de sangre? Un ejemplo de este peligro se produjo ya en pequeñas dimensiones en 1994 con el Maleconazo, con los destrozos de vidrieras y pedradas contra la policía, y luego la represión brutal, donde los disidentes no tuvieron participación alguna.

Esos peligros son razones suficientes para que, independientemente de que la culpa y la responsabilidad de esa violencia sea del régimen, las organizaciones disidentes deban prepararse y comenzar a dialogar entre ellos para poder contar en un futuro, no solo con la capacidad de moderar, con una orientación no violenta, un descarrilamiento de esos acontecimientos, sino, además, para canalizar la indignación general hacia un cambio pacífico. Y, por otra parte, si en el futuro fuera la disidencia la que convocara una marcha por las calles, algo que ya incluso algunos extemporáneamente han sugerido, no sólo debe ser pacífica, sino que deben estar muy atentos a las posibles provocaciones de los opresores, que pueden llegar, incluso, a escenificar actos vandálicos para justificar una brutal represión. Ningún grupo de la oposición tiene la capacidad ni el poder de convocatoria para tomar las calles, una meta que sólo es posible mediante un proceso de acercamiento y coordinación. Y no deben esperar mucho para esto.

Si esa coordinación entre todas las agrupaciones se realizara, no serán sorprendidos mañana por el estallido generalizado e incontrolable de una población desesperada e iracunda, algo que, si se produjese hoy, nada ni nadie podrá evitar sus nefastas consecuencias.


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