La esquizofrenia de Jano
El control burocrático no es adjetivo, ni una reminiscencia del pasado del que Jano se despide con un guiño de ojos, sino un componente medular del modelo cubano
Casi todas las religiones politeístas han tenido un dios que abre caminos y rige las puertas. Un dios portero, para decirlo de manera más sencilla. Nosotros, en el panteón afrocubano, tenemos a Elegguá, guerrero burlón. Los romanos se inventaron a Jano, que tenía la peculiaridad de tener dos caras —un regalo del voraz Saturno— con la cual, según versiones, podía mirar al unísono a todos los tiempos.
Se me ocurre que Jano podría ser el dios de los momentos de cambio y de las transiciones solo que los actores de estos procesos raras veces tienen la facultad de percibir límpidamente pasado y futuro, sino que al contrario, los mezclan produciendo visiones esquizofrénicas. Y esto último es lo que le sucede a los dirigentes cubanos. Solo que les sucede de manera particularmente morbosa. Y el costo de la confusión es altísimo.
Ahora resulta que Raúl Castro, y tras él todos los epígonos, están bramando contra los frenos burocráticos a los cambios planificados y que han llamado con el borroso nombre de “actualización del modelo”. Como si eso que en Cuba se llama burocracia y burocratismo, y que todos usan como tiro al blanco cuando quieren decir que las cosas no funcionan, sea una excrecencia externa y despreciable, y por tanto prescindible, del sistema. Como si fuera posible hacer el ajuste sin esos controles.
En varios artículos he escrito mi opinión sobre estos cambios anunciados y en particular sobre el ajuste económico contra la población cubana. Aun cuando es inevitable desmontar la parafernalia paternalista estatal, creo que no debe hacerse sin una política de compensaciones, y sin la suficiente autonomía social que facilitaría a los perdedores contrarrestar los efectos deletéreos del ajuste y exigir al Estado una mayor responsabilidad social en esta transición económica. Demorada y costosa, por culpa, hay que decirlo siempre y muy claro, de la clase política cubana. Pero para esta clase política esto sería renunciar a su cualidad de detentadora del poder sin competencias permitidas, y en consecuencia renunciar a su proyecto específico de restauración capitalista en que ella misma está llamada a transformarse en burguesía.
Por consiguiente el control burocrático no es adjetivo, ni una reminiscencia del pasado del que Jano se despide con un guiño de ojos. Es un componente medular del modelo, en la misma medida en que previene el surgimiento de situaciones no deseadas, como pueden ser los competidores no autorizados o la emergencia de contrapoderes sociales capaces de resistir, como pudieran ser, por ejemplo, los sindicatos autónomos. En otras palabras, la “actualización” va a admitir ricos, pero no cualquier tipo de ricos, y va a admitir depauperación social, pero bien administrada y aun mejor controlada. Y para eso están los mecanismos burocráticos con sus regulaciones arbitrarias. Y los encuadramientos políticos con sus “canales adecuados” fuera de los cuales todo es pecado. También los tabúes ideológicos. Y tras todos ellos, la policía.
Es por ello que la élite cubana persiste en someter al proceso a una acción expropiatoria permanente, negándose a reconocer que si quiere un sector privado local activo que genere empleos, tiene que empezar por registrar que hay una cantidad de dinero que no le pertenece y una dinámica económica que no puede administrar directamente sino que solo puede gestionar indirectamente. Es decir, que tiene que ceder cuotas importantes de poder económico e inevitablemente mover las coordenadas políticas el mínimo necesario para que los nuevos actores económicos funcionen. Como han hecho los chinos, aunque contando con el favor de una poderosa dinámica económica y de una cultura específica del poder con las que no cuenta Cuba.
No reconocer esto marca la crucial diferencia entre lo que se dice que se quiere hacer y lo que se hace en realidad, en una dimensión tan cruel que terminaría mareando al versátil Jano. Las contradicciones, repito, no son externas al sistema de economía burocratizada y centralizada —remedo actualizado de aquel modo de producción asiático que Marx teorizara y que Rudolf Bahro trajo una vez a colación— sino consustanciales a él. Y la única relación que cabe en este contexto es la que los funcionarios cubanos practican todos los días; la expropiación.
Un ejemplo de ello es el asunto de los impuestos. En lugar de establecer una moratoria fiscal que facilite el despegue de los millares de pequeños negocios necesarios para absorber las víctimas del matadero social del ajuste, el Estado se ocupa de imponer tasas altísimas. Lo cual no solamente imposibilita ingresos decorosos a los microempresarios y estimula la evasión, sino que castiga al éxito al punto de bloquear la posibilidad de lograr sus propios objetivos. Veamos el caso de los pequeños empresarios que puedan generar empleos más allá del ámbito familiar, cuyos impuestos se incrementan según sea mayor el número de empleos. De manera que en algún momento se hace incosteable generar nuevos empleos con los efectos nocivos lógicos que no hace falta mencionar.
Otro ejemplo es el tratamiento a las remesas. Si en muchos lugares las remesas se han convertido en pivotes de pequeñas empresas, y los emigrados en inversionistas a esa escala, en Cuba las remesas son concebidas por el Gobierno como dinero propio que debe ser recogido cuanto antes, lo cual comienza a suceder con los impuestos leoninos y termina con las compras en las Tiendas de Recaudación de Divisas, nombre este último que se explica por sí solo.
Finalmente queda el gran problema de las grandes empresas. Obviando ahora la cuestión de la propiedad y de los actores diferentes del mundo empresarial/laboral, es inobjetable que esas empresas necesitan un nivel de autonomía suficiente y de acceso al mercado como consumidoras y como proveedoras. Pero otorgarles esa autonomía con garantías legales es asumir la relativa independencia de actores sociales que tendrán a su vez que coordinar, pelear, ponerse de acuerdo, etc., con otros actores en el mercado y en las comunidades. Y la autonomía es incompatible con un sistema donde el Estado siempre aspira al monopolio en la asignación de valores.
Tener a mano una burocracia a quien echarle las culpas es bueno para todo el mundo: para la élite y para los reformistas dentro del sistema. Estos que, cargados de buenas intenciones, creen que todavía hay posibilidades de una “regeneración socialista” cuando en verdad nunca ha habido socialismo, y por tanto no puede haber regeneración alguna. Es como imaginar que porque Jano tiene dos caras, se trata de dos seres diferentes.
No es así: el cerebro es uno solo.
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