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Cambio generacional, Cuba, Congreso

La “Generación (Im)posible”

Cuba, como nación, estará abocada al diálogo inevitablemente si quiere seguir el camino de la paz y existir como país independiente

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Lo imposible es el fantasma de los tímidos
y el refugio de los cobardes.
Napoleón I

Cuando se descorran las cortinas del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba en un par de meses, la mayoría de los asistentes tendrán menos de 60 años. Ello indica que nacieron poco antes o después de 1959, y su niñez y juventud transcurrió dentro de la Revolución. Excepto aquellos que hayan estado en el extranjero por trabajo, nadie tiene punto de comparación con el pasado republicano, y el capitalismo como sociedad. Ninguno de ellos ha conocido una escuela o un hospital privados; y han crecido creyendo que es derecho inalienable la educación y la salud sin sacar cuentas, sin tener que pagar colegiaturas o seguros de salud y de vida. Todos habrán sentido la protección de los sindicatos y no la voluntad de un dueño como última palabra.

Esa generación de comunistas cubanos eran niños cuando, en diciembre de 1975, el Primer Congreso del Partido fue el colofón de meses de trabajo para institucionalizar el país. En un intento necesario por darle un curso responsable a la economía y las leyes, un grupo de jóvenes —tal vez sus padres y abuelos— fueron convocados a dar ideas dentro de los quizás rígidos marcos de la planificación socialista al uso, y hacer un cronograma para implantar el llamado Sistema de Dirección y Planificación de la Economía. Los convocados al VII Congreso eran muchachones o no habían nacido cuando la República se alineó al bloque socialista y tuvo una nueva Constitución, nuevas provincias, comités estatales —inexistentes hoy— y se le anunció al mundo que Cuba iba a estar en la línea de combate en África.

Quienes estarán sentados —en la platea y los balcones del Karl Marx o en el Palacio de las Convenciones— eran pequeños o acaso adolescentes cuando los acuerdos del primer y segundo congresos dieron los primeros frutos en los años 80, y sus familias podían comprar en moneda nacional en el llamado Mercado Libre Campesino, en los “Mercaditos” que tenían conservas, licores, frutas y carnes de la Europa Socialista. Y se podía viajar a esos países; los hoteles se pagaban en pesos cubanos. El vecino y el amigo que se marchaban para siempre de Cuba dolían menos porque eran pocos.

Los abuelos y padres que serán la mayoría en el Congreso a celebrarse solo en pocas semanas, fueron los primeros niños de los Círculos Infantiles, las ESBEC e IPUEC, las Escuelas al Campo, las EIDE. Fueron esos niños los pioneros de pañoleta azul y blanca; todas las escuelas tenían uniforme que se podía adquirir en pesos cubanos, suficientes y baratos. Fueron los niños de las vacunaciones masivas contra la poliomielitis —por primera vez en el continente— e inauguraron los policlínicos integrales docentes, con un pediatra por sector, y una enfermera por área. Todos tenían carnet de salud para controlar el peso, la talla, las enfermedades contagiosas y los riesgos ambientales.

En fin, los hombres y las mujeres que de manera simbólica y real asistirán a lo que se presume será un congreso comunista de relevo, son, ni más ni menos, lo que algunos llamaron “hombres nuevos”, para diferenciarlos de los “viejos” que el régimen precedente había educado en “valores morales” distintos a los propósitos de la Revolución. Son ellos, los que llenen las butacas de ese cónclave, parte de una descendencia cuya misión futura será difícil, casi imposible, como en las películas de la saga: mantener un sistema socioeconómico que demanda correcciones estructurales cuyas fallas han sido evidentes en los cuatro puntos cardinales del planeta; conservar el unipartidismo cuando en el siglo XXI hay tantas ideas y personas distintas; crear riqueza en un país con una infraestructura de mediados del siglo XX, prácticamente desindustrializado, y todo esto con demasiadas suspicacias acerca del mercado y la iniciativa privada, con una concepción bastante rígida de la planificación económica, y dudosos ante la “disyuntiva” entre lo “correctamente” político y lo económicamente “correcto”.

II

La que llamaremos “Generación Imposible” es, como todas, hija de sus tiempos. De un tiempo global y un tiempo local. Es la generación parida cuando las estrellas se alinearon contra todos los paradigmas de la postguerra. El mundo de los 50 y los 60 fue tácitamente iconoclasta, rebelde por naturaleza. Quienes trajeron hijos al mundo en aquellos años, como cualquier negación generacional, lo hicieron a contrapelo de lo que sociedad, amigos o familiares pudieran creer moral o remunerativamente. El presidente estadounidense Barack Obama es un buen ejemplo.

A pesar de su liberalidad ética y económica, los padres de los niños de los 50 y 60, en Cuba y fuera de ella, buscaron la mejor instrucción para sus hijos. El mundo se dividía entonces en dos bandos bien definidos, y la Guerra Fría podía tornarse caliente en horas, como sucedió en octubre de 1962. Sería curioso preguntarse por qué padres tan liberales y en una búsqueda existencial a veces desenfrenada, priorizaron para sus hijos una educación más integral, incluso ideologizada. Los actuales políticos de Europa están hechos con esas medidas.

En la Cuba de los años 60 esa ola internacional encontró un espacio único. Parte de la mística revolucionaria fue entregar los hijos a un “Pater Social”: la Revolución se encargaría de formar en los niños y los jóvenes el tipo de hombre “nuevo” que demandaban los tiempos. La Revolución se brindaba solícita y gratuitamente a reemplazar los derechos y, sobre todo, los deberes que competían únicamente a la familia. Al entregar los hijos en adopción material y espiritual, de algún modo también se oficializó sobre ellos la ascendencia ideológica.

Aun imberbes, los hijos fueron separados —voluntariamente, debe señalarse— de sus familias e integrados a las llamadas becas —Ceibas, Camilitos, Lenin, ESBEC, IPUEC.

El sistema estudio-trabajo que según los educadores había sugerido José Martí como el paradigma educativo, hizo que siendo casi niños miles de cubanitos aprendieran a manejar el machete, el azadón, y también experimentaran la manera de saciar el hambre en platanales y naranjales sin quejarse. Los padres y los hijos se reencontraban los fines de semana, pero apenas unas horas, pues el domingo, desde temprano, los concentraban en los llamados Puntos de Control —parques, plazas— para regresar en buses a lo que era ya el “hogar de todos”. Los padres se disipaban en la geografía de las ciudades cubanas mientras sus hijos regresaban a la beca con algo de tristeza dulce, al decir del poeta César Vallejo.

Queriendo crear hombres “nuevos”, fue germinando en aquellos canteros un tipo descreído, centrado en el placer y la gratificación inmediata, que le decía “tía” o “tío” al cocinero o el chofer de la beca, pero durante su estancia en el hogar apenas hablaba con “papi” o “mami” y no sabía decir te quiero o gracias. Sin saberlo acaso, se formaba un individuo capaz de sobrevivir en la adversidad, para el cual el referente familiar eran los compañeros de la beca, y los profesores y guías —casi tan jóvenes como ellos mismos— únicas fuentes de aprendizaje y verdad. Curiosamente, chicos con lagunas de civilidad, fueron bien instruidos. La generación de “imposibles cívicos” ha sido muy posible en lo académico, lo científico y lo técnico. Las becas de aquellos años tuvieron los mejores libros, los mejores laboratorios y talleres, inigualables campos deportivos y teatros. Y muchos los aprovecharon muy bien.

El hombre de “nuevo tipo” es una contradicción que camina y, sobre todo y a pesar de todo, piensa. Es la generación a la que durante la caída del Muro de Berlín y el advenimiento del Período Especial no hubo que decirle que además de los títulos de ingeniero, médico o arquitecto había que botear, ser payaso a domicilio, sembrar el patio de la casa con sus propias manos. Es la generación que, como en la beca, dijo “voy a mí”, pero en vez de meterse en un platanal a saciar el hambre, se internó en el mundo sin importar cuán lejos o difíciles estuvieran los frutos.

III

Cuba, como nación, estará abocada al diálogo inevitablemente si quiere seguir el camino de la paz y existir como país independiente. Otros escenarios son la anexión tras una intervención foránea “desarrolladora”, o el caos y una guerra civil con heridas que no cerrarán fácilmente como sucede en España o en los propios Estados Unidos. Y ya que hablamos del Norte, deberíamos pensar que su peor pesadilla sería una Isla inestable, desordenada. La inefable Enmienda Platt lo preveía cien años atrás: nada de anarquía a noventa millas de sus costas. Habrá que entender por qué los políticos norteamericanos no quisieran un Estado fallido tan cerca.

Si no vemos otro escenario mejor que el diálogo, por orden natural serán los miembros de la “Generación Imposible” sus protagonistas. Tales actores están hoy en diferentes orillas, geográficas y socio-políticas. Sin embargo, a su favor tienen el tiempo, les queda todo el tiempo, como diría el poeta Eliseo Diego. Quienes están fuera de Cuba y quienes poseen perspectivas diferentes son parte irrenunciable de esa futura conversación. Se podrán borrar de los libros y de los medios de comunicación, pero al estilo materialista más ortodoxo, existen fuera e independientemente de la conciencia de los hombres. Entre ellos se encuentran aquellos que salieron del país casi en una estampida durante el Período Especial y hoy, gracias a su “ser posibles”, se han reciclado en las geografías más lejanas y duras.

Moldeados en becas y escuelas al campo, es una generación de frustrados contentos, de profesionales multi-oficios, de maduros chiquillos que han dejado detrás sus padres putativos y han emprendido el camino propio. Dicen no tener tiempo para mirar atrás. No les interesa. Solo se muestran interesados en su única familia y credo: esposos e hijos. Considera grande su naufragio emocional y doloroso el arrancamiento de sus sueños. Aunque la mayoría de ellos no tiene padres o hermanos fusilados o pasaron años en prisión por motivos políticos, nada desean saber de política. Sin embargo, esto, que pudiera parecer una contrariedad para el diálogo, es un incentivo para construir una conversación desde el vacío, pues es un rompimiento ideológico y con toda la carga emocional de los padres y educadores del “Hombre Nuevo”.

Del mismo modo, es presumible que otro pedazo de la “Generación Imposible”, que estará sentada en el VII Congreso y al timón del país cuando se jubile o desaparezca la llamada generación histórica, tenga preocupaciones y modos radicalmente diferentes que los de sus progenitores. Con ciertas limitaciones, ellos recibieron lo mejor de la Revolución, y han visto de cerca la guerra en Angola y Etiopia, la miseria y el hambre durante misiones internacionalistas por el mundo. No desean un país inseguro, caótico. Aun así, tampoco quieren para sus hijos y nietos las mismas limitaciones materiales y espirituales que han padecido en los últimos 25 o 30 años. Pudieran aflorar entonces sus características generacionales: la fidelidad no es hacia los hombres o un legado ideológico; es hacia el bienestar y la paz de sus hijos y nietos.

Para que el diálogo y el desarrollo no demoren, resulta imprescindible que los escritores de la narrativa precedente tomen asientos en las últimas filas del teatro, hagan un verdadero acto de contrición, y dejen a la “Generación Imposible” de todas las orillas discutir los pormenores del próximo viaje. Cuba podría ser como aquel Punto de Control donde los muchachos se encontraban al terminar el pase. Una vez allí, los padres se retiraban y los becarios montaban en los buses que se internaban en la geografía cubana. Era un encuentro posible, de dulces tristezas, sin paternalismos ni interferencias.


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