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EEUU, Trump, Coronavirus

La pandemia sigue aquí, aunque Trump mire para otro lado

Criticar al presidente por no prevenir el alcance de la epidemia en los momentos iniciales es una injusticia. Pero, ¿qué ocurrió después?

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Una y otra vez el presidente Donald Trump mira hacia otro lado frente al coronavirus. Solo que esa política de avestruz no detiene el mal.

En los inicios resultó imposible calcular la gravedad y extensión de la epidemia. Para mediados de febrero se conocían solo 15 casos en Estados Unidos, todos con vínculos directos con China.

“Estos 15 en un par de días serán reducidos a prácticamente cero”, afirmó Trump. Están aislados, sus contactos están siendo observados, los viajes procedentes de China restringidos.

Sin embargo, lo que se sabía era una pequeñísima parte de la situación general. Para entonces unos 2.000 casos de infección se extendían por las principales ciudades de Estados Unidos.

La prohibición de viajes desde China fue un paso correcto, pero no suficiente. Viajeros de Europa, otras partes de Asia y del resto del mundo continuaron llegando, y con ellos el virus.

Criticar al presidente por no prevenir el alcance de la epidemia en los momentos iniciales es una injusticia. Pero, ¿qué ocurrió después?

Además de los errores en las pruebas. la falta de coordinación y otros factores propios de una situación inesperada, comenzaron a verse los primeros indicios de una actitud incorrecta al enfrentar la epidemia: el restarle importancia, minimizar, hablar de soluciones “milagrosas”, desestimar los consejos y opiniones de expertos. Dicha actitud y conducta se mantienen hasta hoy, cuando el vicepresidente afirma con simpleza que la segunda ola no será tan mala, mientras evidencia su desconocimiento de que la primera no ha terminado.

Desde finales de febrero altos funcionarios de salud y destacados expertos concluyeron que el virus posiblemente se extendería por todo el país y que era urgente alertar a la población para evitar las multitudes en lugares cerrados, guardar distancia social y permanecer en casa.

Sin embargo, el presidente quería evitar el daño económico y minimizó el peligro: los estadounidenses continuaron viajando dentro del país y desarrollando sus vidas normalmente.

No solo fue Trump.

“Estoy alentando a los neoyorquinos a seguir con sus vidas y salir de la ciudad”, dijo el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, el 2 de marzo.

Pero lo que llama la atención en el mandatario es esa persistencia en negar la gravedad de lo que ocurre o considerarlo como algo pasajero, que se extiende hasta nuestros días, mucho más allá del desconocimiento inicial.

El pasado miércoles se reportaron 36.880 nuevos casos de coronavirus en todo el país, el mayor total en un día desde el inicio de la pandemia y más de dos meses después del máximo anterior. Este número de infecciones es un indicador claro de que no se está conteniendo el virus y que la carga de casos empeora. El aumento en las cifras ocurre ahora en los estados del oeste y sur de la nación. Los números son especialmente alarmantes en Florida.

Sin embargo, Trump parece empeñado en acabar con el mal por decreto y convertir a la enfermedad en una cuestión ideológica. Al punto de que sus seguidores más extremos desprecian y rechazan el uso de mascarillas de protección.

Este empecinamiento en la fe trumpista llega a conclusiones que serían risibles si no fueran tan trágicas, como el planteamiento de disminuir las pruebas para reducir las cifras de contagios: un argumento digno de la envidia de Orwell para sus novelas.

El recurrir a la ignorancia como un instrumento de ayuda para la exaltación de un gobierno o sistema es un vicio del totalitarismo que con facilidad imitan los gobernantes autoritarios o que aspiran a serlo.

El malabarismo mental de Trump necesita del secreto, la ocultación y la desinformación para sobrevivir, como cuando dijo que la anterior administración no había dejado los suficientes equipos de ventilación para pacientes y luego se supo —gracias a FactCheck.org— que el actual gobierno había distribuido menos equipos de los que contaba, adquiridos durante el mandato de Obama.

El mandatario presionó a gobernadores estatales para acelerar la reapertura y en muchos casos ahora se sufren las consecuencias, con el aumento del número de casos.

Aunque para Trump ello carece de importancia. Mientras tanto, vuelve a prometer un futuro luminoso y esquiva mirar a los muertos y enfermos, simples daños colaterales en la vía hacia su reelección.


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