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Ortodoxo, Castro, Batista

La Revolución fue traicionada en 1952

El principal detonante del proceso insurreccional de los años 50 no fue el problema social, sino el artero golpe de Batista contra la Constitución y el triunfo ortodoxo

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Es preciso, en este momento de impasse en que comienza el principio del fin de una dictadura longeva y en la antesala de una revolución democrática, detenernos a repasar los antecedentes históricos para saber en qué momento extraviamos el camino y retomar una visión más clara para el porvenir.

Cuando se produce la alianza antifascista de la Segunda Guerra Mundial entre corrientes conservadoras y de izquierda en oposición al nazi-fascismo, se crean las condiciones para que en 1939 el presidente en funciones, Laredo Brú, convocara una asamblea constituyente de amplia representatividad. Así nació lo que muchos han considerado la constitución más avanzada de todos los tiempos, no sólo en Cuba sino en todo el continente americano, y cuando digo americano, no excluyo a la de Estados Unidos[1].

Estas condiciones permitieron a Batista, bajo la luz de la nueva constitución, asumir entonces, oficialmente, la presidencia por elección del Congreso y apoyado por una autotitulada Coalición Democrática Socialista que integraba el Partido Comunista, conocido ahora con un nombre más digerible: Partido Socialista Popular (PSP). Entre los ministros de Batista, dos eran dirigentes comunistas: Carlos Rafael Rodríguez y Juan Marinelo.

Pero aquellas circunstancias permitieron también una tolerancia que posibilitaría, en el 44, por voto directo de la ciudadanía, el triunfo electoral de la personalidad más destacada de la fallida Revolución del 33, Grau San Martín. Del naufragio de esa revolución había nacido el Partido Revolucionario Cubano, el mismo nombre del fundado por Martí para el logro de la independencia, reclamando, con la coletilla de “Auténtico”, esa continuidad legítima de lucha por elevados ideales democráticos, y definiéndose, además, como “socialista y antiimperialista”; socialista, porque buscaba mejorar las condiciones de vida de los sectores sociales menos favorecidos, y antiimperialista, porque se reafirmaba la soberanía nacional frente a los poderosos intereses foráneos que buscaban imponer su dominio sobre el país. Con el apoyo de ese partido, Grau llega a la presidencia en medio de un gran jolgorio popular que se extendió por tres días.

Lo primero que hace el nuevo presidente es destituir de los altos mandos de las fuerzas armadas a los oficiales incondicionales de Batista, principal artífice de la contrarrevolución del 34, quien decide tomar el camino del exilio hacia Estados Unidos. A partir de entonces comienza un proceso gradual de mejoramiento de las condiciones de los trabajadores con leyes como el diferencial azucarero, el de mieles finales y otras de reforzamiento de las instituciones republicanas, como los tribunales de Urgencia y de Garantías Constitucionales. Es una época en que Cuba alcanza notables avances económicos y culturales. Sin embargo, no logra evitar que un congreso y un ejército formados a la medida de esa contrarrevolución, le impusiera límites y lo incapacitara para aplicar todas las leyes constitucionales, entre ellas el fin del latifundio, ni poner fin a la corrupción reinante en todas las instituciones públicas —aunque Grau fue exonerado de toda culpabilidad—, ni las profundas desigualdades sociales, algo que podía constatarse sobre todo en el campo por la concentración de las tierras en pocas manos y sus períodos de tiempo muerto, ni las luchas violentas entre pandillas que habían nacido a la sombra de la revolución del 33 devenidas en grupos gansteriles, conocidas como “Gatillo Alegre”.

Grau, por tanto, decide no reelegirse y apoya la candidatura de Carlos Prío Socarrás. Y comienza, en 1948, un segundo período auténtico.

Pero un grupo decepcionado por todos los males ya mencionados, dirigidos por Eduardo Chibás y Millo Ochoa, se separa del partido y, con el lema de “Vergüenza contra dinero”, crea otro, el Partido del Pueblo Cubano, con el sobrenombre de “Ortodoxo”, sinónimo de “Auténtico”, pues podría haberse considerado a la izquierda del autenticismo. Ser de izquierda no se veía entonces entre los cubanos con el sentido peyorativo de hoy, sino como búsqueda de justicia social, defensa de los desamparados y de la soberanía nacional. Nadie puede decir que alguno de los principales líderes auténticos u ortodoxos fuera “comunista” como se entiende hoy, de defensa de los proyectos totalitarios incubados en la sombría Rusia de Stalin. Por el contrario, antagonizaban con el viejo Partido Comunista, el PSP, cuyos militantes habían apoyado a Batista. Ahora éste, elegido senador en ausencia y con garantías de Prío, regresa al país.

En conclusión, Cuba, a pesar de los males señalados, era uno de los países más prósperos e industrializados de Latinoamérica, principal productor azucarero del mundo, pionero en esa región de la televisión junto a México y Brasil en 1950, y un proceso en marcha de socialización a favor de los sectores más favorecidos, por lo que se esperaba que los males existentes serían finalmente superados, sobre todo después de 1952, pues la ortodoxia ganaba en apoyo popular, y que, con su triunfo electoral, se aplicarían muchos artículos de la Constitución hasta entonces incumplidas, como poner fin a los latifundios.

Podría considerarse, incluso, que estaba comenzando, por entonces, un nuevo proceso revolucionario, pero pacífico, que sería coronado por el inminente triunfo electoral de la ortodoxia en las elecciones programadas para 1952, y que fue precisamente, para evitarla, que se produce el golpe militar de Batista. El presidente constitucional es depuesto por la fuerza, la Constitución, sustituida por unos llamados “Estatutos de Abril”, y se impide la celebración de unas elecciones que se suponía llevaría al poder a una administración dispuesta a resolver muchos de los principales problemas del país. Los estudiantes, en masiva manifestación, procedieron a realizar los funerales simbólicos de la Constitución.

Estos fueron los hechos que dieron inicio al proceso insurreccional de los años 50. El principal detonante no fue, por tanto, el problema social sino el artero golpe de Batista contra la Constitución y el triunfo ortodoxo.

Por eso, todas las conspiraciones que se fraguaron para el derrocamiento de la dictadura, tenían, como objetivos fundamentales, restaurar la Constitución del 40 y realizar elecciones libres, y por añadidura, sanear al país de la corrupción, sin exceptuar el grupo que asaltó el Cuartel Moncada, llamado desde entonces Movimiento 26 de Julio, y luego dio lugar a la expedición del Granma, cuyo dirigente, Fidel Castro, miembro del Partido Ortodoxo, había surgido de una de las pandillas del Gatillo Alegre.

Aquel movimiento, no obstante, estaba formado, en su mayor parte, por una hornada de jóvenes ortodoxos profundamente imbuidos del ideal martiano, cuyo espíritu queda plasmado en el célebre alegato del principal acusado ante el tribunal que los juzgó: La Historia me absolverá. En este discurso Fidel Castro describía así a la república que se había perdido con el golpe:

“Os voy a referir una historia. Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podría reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo”.

Era de esperar, pues, que el triunfo de la insurrección que se iniciaba, restituiría todas estas libertades.

Pero cuando la insurrección triunfa, muy pocos de los principales líderes de la lucha revolucionaria, habían sobrevivido, y Fidel Castro no solo queda como único jefe del Movimiento 26 de Julio, sino, además, como el más destacado líder de la Revolución. ¿A quiénes buscó como aliados para contrarrestar la rivalidad de otros posibles rivales? Pues a los comunistas —los mismos que antes habían llevado a la presidencia a Batista—, y se convierte en el nuevo hombre fuerte de Cuba.

Olvidamos la advertencia del Maestro sobre uno de los peligros de la idea socialista: “la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en qué alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”[2]. Es preciso retomar el camino perdido, justo en el momento en que lo abandonamos, a tono con las exigencias de los nuevos tiempos.


[1] Consúltese a Robert A. Dahl: How Democratic is the American Constitution, 2001. Yale University Press.

[2] José Martí: Obras Completas, Edit. Nacional, t. IV, p. 128.


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