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La Unión Europea se tambalea

Tal vez esta crisis que hoy vive la UE, en lugar de dar la razón a los euro escépticos, ayude más bien a reforzar las instituciones europeas y a solventar los déficits estructurales que aquejan al proyecto europeo que celebra su 60 aniversario

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La caída brutal del euro frente al dólar es una consecuencia de la severa crisis económica que se ha abatido sobre Grecia. Crisis que podría atribuirse a razones coyunturales y a las consecuencias de la que estalló en 2007, cuyo epicentro estaba situado en Estados Unidos. No obstante, tanto la reacción de Alemania, dejando correr el tiempo e incluso mostrándose reacia a que la UE socorriera al país miembro en apuros, como la de la sociedad griega ante las medidas de ajuste impuestas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que tomaron finalmente la decisión de desembolsar 110 millardos de euros para socorrer la maltrecha economía griega, han puesto al descubierto de manera patente el desequilibrio estructural que aqueja a la zona.

Por un lado, Alemania ―el país que lleva la batuta en Europa por tratarse de la economía más fuerte―, que al emprender antes que el resto de los países de la UE, y con éxito desde la época del gobierno del canciller Schröder, las reformas que le permitirían alcanzar un equilibrio financiero y por ende social ―entre las cuales estuvo extender la edad de retiro hasta los 67 años, mientras que la de Grecia permaneció en 57 años—, logró no sólo cumplir con el precepto constitucional de la nación, que estipula que el Estado alemán no debe conocer el déficit, sino cumplió también con la cláusula del Pacto de Estabilidad suscrito por los países de la zona del euro. Pacto que la mayoría de los países que integran la UE no han respetado.

De allí que Alemania y su opinión pública hayan reaccionado airadamente frente al dilema que se le presentaba ante la crisis griega. O no se le ayudaba, y la catástrofe griega se convertía en una catástrofe europea, o se otorgaba la ayuda, y para los alemanes resultaba difícil admitir que ellos tendrían que apretarse el cinturón, contribuir con impuestos elevadísimos y tener que pagar la cuenta de un país en donde la evasión fiscal es la norma, los empleados públicos se cuentan por millones y los ciudadanos se jubilan a los 57 años.

Es necesario recordar que Alemania se mostró desde el principio muy renuente a integrarse al proyecto de una moneda única europea. El marco alemán era la moneda más fuerte de Europa y el rigor económico era la norma que el país había adoptado, por ende desconfiaba de los “países del Sur”, que despectivamente la prensa y la opinión pública alemana llamaban “El club mediterráneo”, asociando a aquellos países con el célebre club de vacaciones de igual nombre. Imagen que parece darle razón a los alemanes, puesto que tras la crisis griega ya se anuncia que tanto España como Portugal están a punto también de caer en el vergonzoso estigma de los países en bancarrota. Para España es una humillación mayor, pues en este momento detenta el papel de la presidencia de la UE.

El temor de los alemanes radicaba en que al entrar a compartir una moneda única, las economías dejaban de ser nacionales, y si una crisis económica sobrevenía en algunos de los países miembros, sobre todo en los del “Club Mediterráneo”, arrastraría a los países solventes y los obligaría a pagar la cuenta. De allí que la otra imagen que se baraja hoy en Alemania es que cuando España y Grecia van a un restaurante uno pide caviar y el otro langosta, y Alemania, que se conforma con comer salchichas y papas, tiene que pagar la cuenta. Se debe recordar además de que Alemania tiene que cargar todavía con el peso de la unificación de las dos Alemanias.

Por su parte, el gobierno de Portugal tomó la iniciativa confesando la crisis que lo atenazaba y tomó la iniciativa de hacer un llamado a la oposición para sellar un pacto de unión nacional. El Rey Juan Carlos de España ha apelado también “a trabajar juntos para superar la crisis”. Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno español, y Mariano Rajoy , jefe de la oposición, sostuvieron una reunión para acordar una actitud común para enfrentar la crisis.

Con 20% de desempleo y el estallido de la burbuja inmobiliaria, el caso español no augura nada bueno para la zona, pues no se trata de un país limítrofe, y en donde Francia es el primer inversor. Si Alemania es renuente a pagar por los “pobres” poco precavidos, tampoco le conviene el que se instale una crisis de proporciones mayores, pues vive de sus exportaciones. La economía de hoy es como la trama de un tejido, que al soltarse un nudo, el resto de la trama se deshace.

La verdadera respuesta a la crisis, y que confirma de nuevo el liderazgo de Francia y Alemania, es el frente común que han decido suscribir la canciller alemana, Angela Merkel y el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, anunciado en una carta pública divulgada el jueves 6 de mayo por la tarde, y dirigida al presidente del consejo Europeo, Herman Von Rompuy, y al presidente de la comisión, José Manuel Barroso. Poniendo en sordina los desacuerdos sobre la posibilidad de abandonar a un Estado de la zona o ayudarlo a reestructurar la deuda, la iniciativa de ambos gobernantes refleja la voluntad de actuar a partir de un zócalo común mínimo y apela por la ampliación de las normas de gobernabilidad económica de la zona euro.

Descartan el principio de excluir a un Estado miembro de la unión monetaria, y se declaran “plenamente identificados con la preservación de la zona del euro” “Todos los Estados miembros son responsables de la estabilidad de la zona euro en su conjunto”, significando así que la moneda única es un asunto común de todos y que no se puede permitir que cada uno haga la gestión por su lado, sin tomar en cuenta los deberes adquiridos hacia la zona en su conjunto.

La toma de posición pública de Merkel y de Sarkozy, pese a los titubeos demostrados por el gobierno alemán en cuanto a la decisión de socorrer a Grecia en su dramática situación, perdiendo un tiempo precioso que fue aprovechado por los especuladores, es una demostración de madurez política, de sentido de la responsabilidad histórica, pues nunca como en el caso de la crisis griega ambos dirigentes han estado más divididos en cuanto a la conducta a observar ante la crisis. Angela Merkel, como buena hija de pastor, criada en la Alemania comunista, estaba bajo la presión de la opinión pública de su nación, en víspera de una apuesta electoral en el estado más populoso de Alemania, el de Renania del Norte-Westfalia –elecciones que por cierto perdió, y que al perder Renania del Norte-Westfalia, Merkel y su gobierno se quedaron sin la mayoría en la Cámara Alta (Bundesrat), que en el sistema federativo alemán representa los intereses de los estados regionales y es una cámara decisiva para la aprobación de muchas leyes. El resultado de los comicios régionales hace peligrar importantes proyectos de la centroderecha, como la rebaja de impuestos que demandan los Liberales y una amplia reforma del sistema de salud.

El temor de la derrota obligó a la Canciller a tomar en cuenta la opinión pública alemana, que era y es partidaria de castigar a los griegos, culpables por haber mentido sobre sus finanzas con el fin de integrarse a la UE, por el no respeto de los tratados y por vivir por encima de sus medios.

Nicolás Sarkozy, haciendo gala de su pragmatismo, que hasta ahora le ha dado buenos resultados, era por el contrario partidario de actuar lo más rápido posible para cerrarle el paso a los especuladores. Una vez más, la realidad le dio la razón al francés. No se debe tampoco excluir que también la mano de Francia hizo sentir su influencia en la decisión del FMI de acordarle un préstamo de urgencia a Grecia, desbloqueando la situación detenida por los titubeos de Alemania: su Director General es el francés Dominique Strauss Kahn. Pese a ser miembro del Partido Socialista Francés y posible rival de Sarkozy en las próximas elecciones presidenciales, en materia internacional ha observado un comportamiento de lealtad hacia la política exterior de Francia. La actitud de Strauss Kahn, economista de reconocida fama, fue determinante para que Sarkozy tomara la iniciativa cuando estalló la crisis financiera mundial, lo que le permitió anotar uno de sus mayores éxitos en política internacional.

La intervención del FMI demostró la urgencia extrema de la crisis y le otorgó a Merkel la justificación ante la Corte Constitucional para justificar la necesidad de intervenir. Ante ese hecho, y a que el Banco Central Europeo (BCE) se mostraba reacio a la intervención del FMI , pues era como poner a Europa en el mismo rasero que cualquier país de América Latina (por ejemplo, la crisis argentina), el ministro de Finanzas alemán, Wolfang Schäuble, propuso la creación de un “fondo monetario europeo”.

Poniendo de lado los desacuerdos, y haciendo gala de visionarios políticos, la carta pública firmada ante ambos mandatarios, Merkel y Sarkozy, les otorga la legitimidad ante el resto de los países miembros, en la Cumbre de dirigentes de la zona euro que se celebró el 7 de mayo.

Tal vez esta crisis que hoy vive la UE, en lugar de dar la razón a los euro escépticos, ayude más bien a reforzar las instituciones europeas y a solventar los déficits estructurales que aquejan al proyecto europeo que justo hoy celebra su 60 aniversario.

Si llegará a derrumbarse el proyecto europeo, el de mayor alcance humano que se ha logrado en la historia ―pues por primera vez se ha conseguido un consenso hegemónica sin que fuera el producto de una guerra, sino el rechazo del recurso a la guerra―, significaría un fracaso para toda la humanidad.


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