Actualizado: 18/04/2024 23:36
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| Opinión

Represión

La violencia mimética de las dictaduras

Los regímenes totalitarios y autoritarios, o con ínfulas de serlo, aprenden lecciones represivas unos de otros

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Es tiempo en que las fuerzas más retrogradas de la Humanidad se unen en alianzas de supervivencia. En nuestro continente se tambalea la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), una gastada confederación subversiva, aunque aún intenta ocultarse bajo el disfraz de cofradía económica populista y futuro posible para América Latina.

Sin embargo, hechos sucedidos en el área parecen hacerle el desmentido, como son los recientes acuerdos de libre comercio firmados entre países del continente con Estados Unidos (Colombia y Panamá). Y también la integración de las naciones de cara al Pacífico del Cono Sur, aunadas en torno a lazos económicos que permiten aprovechar adecuadamente y sobre bases puramente comerciales el crecimiento económico asiático. Definitivamente, son el puntillazo al ALBA en su pretendido rol hegemónico de alianza económica y política en la región. Luego de esto, hasta sus débiles vástagos, Unasur y el nonato sucre, parecen languidecer más en la entropía de un burocratismo incipiente y confuso.

Desajustada y sin prestigio en el continente luego de dos rotundos fracasos de ofensiva, los intentos injerencistas en Honduras y Haití, resulta evidente la pretensión de dicha Alianza de buscar credibilidad y peso hegemónico con nueva clientela. Y por ello se mete en áreas bien distantes al patio latinoamericano para intentar revivir el encangrejado frente antiimperialista que preside. Sus concomitantes, no satisfechos con tener entre sus más destacados miembros a la dictadura militar más antigua y antidemocrática de Latinoamérica, ahora se transforman en un desembozado sostén de satrapías orientales decadentes.

La visita a Siria de los cancilleres del ALBA lo demuestra con creces. Los indignados visitantes no acudieron presurosos al escenario sirio compulsados por la alarma mundial que provocan las víctimas civiles resultantes de las brutales matanzas que protagonizan las fuerzas represivas de Bashar al Assad contra su población inerme. Lamentablemente, para nada buscaron solidarizarse con el pueblo masacrado, eso quedó muy claro. Ni siquiera quisieron afectar su cínica percepción del problema visitando las ciudades y poblados sujetos a la violencia estatal que ya va por los ocho meses. Tampoco visitaron las calles destrozadas a tiros e impactos de artillería pesada y tanques. A diferencia de varios embajadores occidentales, no hicieron el menor intento por conocer de cerca el dolor de las familias que lloran a sus muertos de cada semana, o el esfuerzo de detener el genocidio oficial con su presencia diplomática.

No, nada de esas minucias para el ALBA. Los altos representantes de gobiernos populistas elegidos democráticamente prefirieron darle su pleno apoyo al victimario, al dictador Al Assad, frente a la “inminente agresión imperialista de la OTAN”. El propósito de la Alianza es ocupar un lugar protagónico como sea, pero eso sí, con los que mandan.

Pero no se podría esperar otra cosa. Los regímenes totalitarios y autoritarios, o con ínfulas de serlo, como ocurre con los que militan en el ALBA, no solo se hermanan con iguales en sus conspiraciones contra los pueblos, sino que también aprenden lecciones represivas unos de otros. Cuando acuden a un escenario en conflicto como Siria, no les interesa subsanar errores contra los gobernados e intentar enmendar injusticias. Lo que observan, registran y analizan es lo que en particular falló en el método represivo del vecino. Aprenden la lección en pellejo ajeno para intentar una mejoría en el manejo del garrote cuando les toque el turno de tener que lidiar con una revolución democrática.

No es que sea nada nuevo lo que intentan. Así como el régimen nazi aprendió de los soviéticos el método represivo masivo y la construcción de campos de concentración, Stalin se entusiasmó con la “Noche de los Cuchillos Largos” de Hitler. En una jornada aterradora, el dictador nazi purgó con la muerte inmediata a todos los que consideraba enemigos dentro y fuera de las filas de su partido único. Aprendida la lección de “eficiencia” del compinche, Stalin inició a mayor escala aun el proceso de feroz purga de sus bolcheviques, del Ejército Rojo y de la maquinaria represiva del NKVD.

Por igual deriva histórica, Pol Pot masacró al pueblo cambodiano en los años setenta del pasado siglo, inspirado en el exterminio que provocaron las comunas agrarias maoístas y las campañas del “Gran salto hacia delante” y la “Revolución Cultural” en la China de los cincuenta y sesenta.

Al régimen militar cubano, el mejor observador del ALBA, no le interesa mucho que la dictadura militar de Myanmar acabe de conceder el formal derecho a la huelga. O que la satrapía saudí confiera el del voto a las mujeres (aunque las castiga a latigazos por manejar un auto). O que la dictadura de Al Assad acceda al pluripartidismo en un intento tardío por aplacar los ánimos contra su heredada dinastía. Lo que absorben los viejos sesos de la dupleta Castro es lo que funciona como método represivo. En eso se fijan y aprenden de otros iguales, o más expertos, desde el primer momento en que pusieron la bota en el poder.

Ni siquiera les ha importado copiar el ejemplo de aparentes enemigos ideológicos del sistema que impusieron en la Isla. Se fijaron y calcaron a la letra los salvajes métodos represivos de las cárceles de Trujillo en República Dominicana. Fueron entusiastas copiando el procedimiento organizativo y el uso de las pandillas de matones del régimen duvalierista en Haití. Y a principios de la década del 90, tal como hicieran los Khmer Rouge en su tiempo, y que trabajosamente pusiera en marcha el fenecido Ceaucescu en Rumanía, así como en la actualidad se empeña el régimen de Kim Song II en Corea del Norte, la dictadura cubana se embulló con el arreamiento de la población a campamentos campestres. Fue una gran suerte que no tuviera recursos suficientes para poner en marcha tal empresa.

También los Castro han sido desaforados con la apropiación de propiedades como los Somoza y luego los sandinistas en Nicaragua. Y para que nadie los acuse de no ser minuciosos, no dejaron de consultar a los “clásicos”. Repitieron las marchas de las antorchas y el matonismo de los fascistas italianos, el corporativismo intransigente de primo de Rivera, los métodos policiales de la Gestapo, el KGB y la Stassi. Los ejemplos sobran para el que busque.

Respetando la experiencia represiva de muchos años los presidentes populistas del ALBA, entre envidia, admiración y sorpresa, observan al viejo mentor de “presidencia” perpetua y dinástica, esperando aprender y recibir asistencia en los refinados métodos de sojuzgamiento que practica el Gobierno antillano.

Los Castro y sus más fieles seguidores representan una generación que se formó y se impuso por medio de la violencia, donde hacer la “revolución” era una manera rápida y radical de alcanzar el poder y desmontar lo que funciona en contra de sus intereses. Y solo creen en la violencia para resolver a su conveniencia explotadora los problemas de la nación. Así han entrenado a la policía política, a los paramilitares organismos de masas y azuzan la conciencia más encanallada de la población de la Isla a vigilarse, denunciarse y apabullar a las víctimas.

No se puede ser ingenuo a estas alturas de la Historia. Lo mismo que se practica contra las poblaciones inermes de los pueblos árabes que reclaman democracia y libertad va a ejecutarse en Cuba contra el pueblo cubano. Es una deriva de violencia que no se puede contener. Y van a cometer el error de dejarla escapar entre sus dedos y matar. Y como en los pueblos árabes que han sufrido la matanza indiscriminada de sus ciudadanos, esa será la hora que comenzará el final de la dictadura cubana.


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