Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cuba, Independencia, España

Las grandes mentiras de nuestra historia común

Una visión polémica sobre la independencia cubana

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Con bombos y platillos la historia oficial está celebrando el 120 aniversario del inicio de la guerra de “independencia” contra España que como sabemos, empezó en el levantisco poblado de Baire el 24 de febrero de 1895. La euforia patriótica en la Isla contrasta con la apatía española. Asombra que los medios de comunicación en España ignoren esta fecha, y en general, todas las que se relacionan con el llamado Desastre del 98.

Las razones de esta esquizofrenia son comprensibles. Por un lado, el patriotismo cubano se sustenta en un mendaz discurso concebido para justificar la existencia de una nación inaugurada en 1902, al término de una ceremonia en la que el mercenario Máximo Gómez y el gobernador norteamericano, Leonardo Woods, izaron la bandera de la nueva República. Por el lado español, estos acontecimientos originaron un justificado discurso regeneracionista que debía facilitar las reformas políticas imprescindibles y reclamadas por todos.

120 años después, tanto en un caso como en el otro, los resultados dejan mucho que desear. Los cubanos construyeron una República cimentada en la mentira. Sería demasiado largo enumerarlas todas. Baste mencionar sólo una de los más importantes, en Baire no hubo ningún grito de independencia. La bandera enarbolada allí fue la autonomista, ideada por el diputado Alfredo Betancourt Manduley. En consecuencia, aquello no fue una Guerra de independencia sino una Guerra Civil. Las degollinas sangrientas entre hermanos son una especialidad española. Porque no nos llamemos a engaño, es lo que somos. Cuba que era (y es) cultural e ideológicamente española, fue un país inventado por los intelectuales autonomistas para justificar la secesión de una provincia que, desde el punto de vista legal, era igual que Andalucía o Galicia. A partir de 1902, cuatro señores, financiados por el nuevo estado de pacotilla, decidieron, entre otros disparates, que Cuba no era España y que no fueron los Estados Unidos quienes habían ganado la guerra sino ellos. Así pues, una mentira tras otra, el país, entre guerritas de agosto y otras de razas, terminaría metido en las turbulencias revolucionarias que llevaron a sus élites a entregarlo, atado de pies y manos, a Moscú en 1959.

Por el lado español las cosas no fueron mejor. La guerra civil de 36 y la dictadura franquista bastan para ilustrar la catástrofe. El discurso regeneracionista, inventado por los intelectuales peninsulares a principios del siglo pasado para explicar la debacle, terminó culpando al pueblo por los problemas estructurales de un país que sus élites políticas no quisieron (ni nunca pretendieron) reformar. El regeneracionismo mal comprendido, sumado a la insidiosa aceptación de la leyenda negra en todos los estratos sociales, han vaciado a España de su sustancia, desnaturalizado su identidad y generado un asqueroso complejo de inferioridad. Hoy, en lugar de mirar hacia América, España (o lo que queda de ella) ha cerrado las puertas a la hispanidad y abierto los brazos al populismo.

En esas estamos. La verdad es que no hubo guerra de Independencia ni un tal Desastre. El presente que vivimos, de un lado y del otro del Atlántico, es la consecuencia de estas mentiras. El futuro y el bienestar de la Nación, no están en la revolución sino la unidad hispana, pero para conseguirla tenemos que revisar con urgencia nuestra historia común.


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