Los criterios del General
Ni las exhortaciones ni la compulsión servirán nunca para aumentar en Cuba la producción y la productividad
De forma inesperada, al terminar el pobre acto central para celebrar el 59 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio en la ciudad de Guantánamo, el presidente Raúl Castro improvisó unas palabras, quizás con la intención de dar algo de lustre a la deslucida actividad. Allí expresó criterios sobre una variedad de temas, pero se refirió en particular a uno de suma sensibilidad para el pueblo cubano: los salarios.
Al respecto subrayó que: “Mientras no se avance en la producción y la productividad, empezando por aquellas tareas que están en la mano, que se pueden lograr, como es la producción de alimentos para ahorrarnos miles de millones de dólares en importación, no se podrá producir aumentos salariales”. A continuación señaló que “en un momento se les concedió a los maestros (aumentos) no en la cantidad que hubiéramos deseado, pero se hizo algo. Los mismos médicos ganan muy poco. Asi estamos todos…”. En realidad, no todos los ciudadanos del país están en tan malas condiciones, sobre todo quienes hoy ocupan posiciones políticas, “los primeros entre los iguales”.
No obstante, la aseveración del presidente sobre el nexo entre producción y productividad por una parte, y el nivel de los salarios es real. Económicamente resulta imposible distribuir lo que no se produce o no puede adquirirse en el exterior. Elevar los salarios y las pensiones sin tener en cuenta esta verdad, significaría estimular un proceso inflacionario más alto que el ya existente por otras razones. Los miserables ingresos actuales de los trabajadores y los pensionados son consecuencia de los paupérrimos niveles productivos y de productividad y, de no resolverse esta vital cuestión, el nivel de vida de la población no solo no podrá elevarse, sino que continuará la tendencia a seguir reduciéndose en términos reales. En modo alguno pueden soslayarse los cambios económicos, tecnológicos y de otro tipo que constantemente ocurren en el mundo —incluida la dinámica de la productividad—, y que inevitablemente afectan la realidad nacional.
Pero sí tiene que estar claro que tanto la producción como la productividad nunca se elevarán a través de exhortaciones ni compulsión. Únicamente podrá conseguirse con medidas económicas que desaten las fuerzas productivas, en primer lugar, la liquidación de un sistema económico, político y social que las mantiene frenadas.
No es con la empresa estatal —supuestamente socialista—, probadamente ineficiente, que se resolverá el problema, sino con medidas liberalizadoras que estimulen las iniciativas y den garantías de un futuro mejor a los cubanos y sus familias, y así puedan aportar beneficios a la sociedad. Se requieren fuertes reordenamientos en las empresas estatales, para que por fin sea factible resolver el complicado asunto de las plantillas infladas y los trabajadores puedan ganar por lo que realmente hacen. Sin ello, resulta imposible organizar debidamente los centros de trabajo y establecer una disciplina laboral adecuada, elementos indispensables para el incremento de la productividad y subsecuentemente la elevación del salario real que estimule a los trabajadores a producir. Incluso de esta tarea depende la liquidación del viejo y nefasto problema de la doble moneda, también consecuencia de los bajos niveles de producción y productividad, base de la escasez de todos los artículos y de la necesidad de una moneda adicional para distribuirlos.
Lamentablemente este proceso va con una lentitud apabullante, mientras paralelamente se acumulan los problemas y los centros de trabajo siguen descapitalizándose material y humanamente, en un marco de creciente corrupción y anarquía. El proceso de reorganización laboral, originalmente concebido para reubicar 1,3 millón de trabajadores, no solo se ha incumplido, sino que es incumplible en el marco de un proceso de fallida actualización diseñado para impedir la concentración de la propiedad y hacer que la iniciativa individual no salga de los estrechos marcos de la sobrevivencia. Ello, por supuesto, hace imposible la creación de los empleos necesarios para dar cabida a las personas que deben desplazarse del sector estatal, creándose una contradicción imposible de resolver con las actuales concepciones. Al mismo tiempo avanza el proceso de descapitalización, con la segura consecuencia del decrecimiento de la eficiencia productiva en un mundo donde la ciencia y la tecnología se desarrollan a pasos agigantados.
El presidente hizo énfasis en la producción de alimentos para ahorrar miles de millones de dólares en importaciones, pero surge la pregunta de si ello es posible con arados de bueyes, machetes y azadones, sin el aseguramiento del riego, combustibles, transporte, mecanización, fertilizantes, pesticidas, insecticidas, semillas de buena calidad y muchos otros accesorios para la producción agropecuaria. Resulta evidente que por esa vía habrá que seguir aumentando las importaciones de alimentos perfectamente producibles nacionalmente y se continuará desviando enormes cantidades de divisas que podrían utilizarse en resolver otros problemas. Todo por causa de la tozuda decisión de mantener un sistema de gestión centralizado, que con sus concepciones totalitarias ha fracasado en todas partes, y en nuestro país más estrepitosamente.
Asimismo, no menos pernicioso para el aumento de la producción y la productividad es el bloqueo que mantiene el régimen sobre el libre flujo de la información entre los ciudadanos. Un ejemplo es la imposibilidad de acceder a Internet, lo cual priva a los especialistas de los avances que día a día surgen en el mundo en todos los campos del saber. Mientras en muchos países, incluidos los latinoamericanos, desde hace años se obsequia masivamente computadoras personales a los estudiantes y se facilita la libre conectividad, con precios bajos en lugares públicos, incluso en algunos hasta de manera gratuita para motivar la afluencia de clientes para otros fines sociales o de consumo, en Cuba se mantiene la prohibición en los hogares y solo se permite restringidamente a personas seleccionadas o en los cibercafés a costos muy elevados para la mayoría de la población. A ello se une la carencia de libros, revistas y otros medios para tener información técnica adecuada, lo cual repercute en la desactualización de los especialistas en las diversas materias, que en un contexto de impetuoso desarrollo científico-técnico ocasiona que la sociedad cubana poco a poco quede a la zaga en un proceso de continuada decadencia en todos los aspectos de la vida.
Como puede apreciarse, en Cuba el problema del aumento de la producción y la productividad está ligado a realizar verdaderas transformaciones económicas, políticas y sociales. Los llamados a aumentarlas sin tomar medidas concretas no son más que ejercicios fútiles y engañosos. Por ese camino no solo no se elevarán los salarios sino que continuarán perdiendo su valor real y, lo que es peor, el país seguirá hundiéndose en la crisis.
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