Los terroristas y las respuestas de las naciones civilizadas
Un terrorista es ante todo un psicópata. Que sea de izquierda o de derecha, religioso o ateo, americano o asiático, es secundario
Solamente un psicópata es capaz de matar en masa con cualquier pretexto, no sentir remordimientos, y pretender racionalizar públicamente sus actos después de la carnicería.
Ahora fue en Oslo, pero anteriormente fue en Oklahoma, Madrid, New York, Londres, Moscú, Washington, Chechenia, Tel-Aviv, Roma, Japón, Bombay, Bali, Bogotá, Buenos Aires, Chipre, en los cielos de Lockerbie, Barbados y Chad, en el puerto de La Habana, en el Mediterráneo, y en cualquier lugar. El “dónde” es lo de menos.
Los terroristas son psicópatas que se consideran seres superiores iluminados y, por lo tanto, con derecho a disponer de vidas inocentes en función de sus retorcidos objetivos. Sus explicaciones son siempre vulgares pretextos, que cuentan muy poco para entender sus verdaderos instintos.
Según el salvaje de turno en Noruega, su monstruosidad fue “atroz, pero necesaria”, con el objetivo de “castigar a la socialdemocracia” por “importar” musulmanes. Eso en un país de sólida tradición democrática y elecciones periódicas y limpias, donde se puede tranquilamente “castigar” al partido en el Gobierno y sus políticas —y así se hace— votando por una política alternativa encarnada por otro partido o una coalición opositora, o creando un partido alternativo.
En el mes de marzo el PST —contrainteligencia noruega— conoció de la compra por parte del asesino de productos químicos que podrían utilizarse para fabricar explosivos, pero como era un monto de unos veinte dólares en total, no se estableció una vigilancia activa sobre este individuo. ¿Hubo que esperar a que se produjeran una explosión frente a las oficinas del Primer Ministro, más de setenta asesinatos y decenas de heridos, para empezar a interesarse en el personaje?
Con el bestial atentado en New York y Washington el 11 de septiembre de 2001, sin dudas el mayor y más sensacional, se creó en todo el mundo una especie de certeza colectiva de que el terrorismo era un asunto de los musulmanes fundamentalistas exclusivamente. Consiguientemente, los mayores esfuerzos antiterroristas de los gobiernos democráticos se concentraron en Osama bin Laden, su pandilla y sus imitadores, y casi por un absurdo reflejo condicionado se consideraba que teniendo bajo control a los fundamentalistas musulmanes se resolvían los problemas.
Por eso, en los primeros momentos del atentado en Oslo se especuló con que la autoría correspondía a una organización extremista musulmana: sin bases de ningún tipo para tal afirmación, más bien por prejuicios y, lo peor de todo, superficialidad. El criterio de que “es el estilo típico de los terroristas musulmanes”, además de prejuiciado, es erróneo.
¿Cuántos de los más afamados terroristas del siglo XIX, capaces de lanzar una bomba sobre una multitud en cualquier lugar de Europa, eran musulmanes? En nuestros tiempos, Timothy McVeigh, que ejecutó el atentado de Oklahoma (EEUU), era puro red-neck estadounidense; Anders Behring Breivik, autor de la masacre noruega, es nórdico de pura cepa; Ilich Ramírez, conocido como “Carlos el Chacal”, terrorista internacional que actuó en diferentes países, es todo un venezolano de comer hallacas y pabellón criollo; quienes atacaron y hundieron el remolcador 13 de Marzo cargado de niños y adultos indefensos en el puerto de La Habana, eran todos “cubanazos”; los “muchachos” de las FARC de Tirofijo, colombianos puros, cumbia incluida; los de ETA, vascos católicos; los del IRA, irlandeses de gaita y cerveza. Y también existen los musulmanes fundamentalistas, eso está claro.
No tiene sentido creer que el terrorismo es exclusividad de determinados grupos o corrientes de pensamiento: su denominador común es la psicopatía y la masacre contra indefensos inocentes. Hay terrorismo de extrema izquierda y extrema derecha, nacionalista, religioso, “revolucionario”, y de gobiernos. ¿O es que no eran terroristas Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Milosevic, Idi Amin Dada, Mengistu Haile Mariam, o Mobutu Sese Seko?
Si los gobiernos democráticos no se toman verdaderamente en serio la creciente amenaza del terrorismo, los resultados serán desastrosos. ¿Cómo es posible dejar parqueado un carro desconocido frente a las oficinas de un Primer Ministro, como sucedió en Oslo, y que no suceda nada hasta que el vehículo estalle? ¿Qué van a decirnos? ¿Que era un día feriado? Como si los terroristas solamente trabajaran de lunes a viernes y de 9 a 5.
¿Los servicios de seguridad noruegos no tenían embarcaciones disponibles para llegar a la isla de Utoya antes de que el criminal pudiera asesinar más inocentes? ¿Y no pudieron obtenerlas más rápidamente? ¿Es realmente un servicio de seguridad serio de una nación desarrollada y democrática, o se trata de un grupo musical que se hace pasar por servicio de seguridad? El criminal fue capturado sin un rasguño, cuando disparaba a mansalva sobre centenares de jóvenes. ¿No merecía ni un disparo en una pierna para contenerlo?
Siempre he admirado la milenaria cultura nórdica, su sabiduría, democracia, tolerancia y respeto a las individualidades, idiosincrasia y parsimonia, su sentido del gobierno como obligación de servicio a la población y no como fuente de privilegios.
Todo eso es admirable en la vida “normal”, pero lidiando con terroristas las cosas deben ser diferentes. Enfrentar psicópatas no es lo mismo que imponer una multa de tránsito o intervenir en una trifulca de borrachos.
¿Si nos ataca un tigre debemos pensar que se trata de una “especie en extinción” y no debemos defendernos como podamos? Con la diferencia de que, en estos momentos, los terroristas no son una “especie en extinción”, sino todo lo contrario.
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