Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

Matarse en Cuba

Cien mil suicidas en medio siglo: La estadística más reveladora del carácter sombrío del castrismo.

Enviar Imprimir

Otro novelista, Eliseo Alberto, en una de las crónicas de su libro Dos cubalibres (2005), habla de escritores y artistas suicidas, más recientes, como los poetas Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, los narradores Guillermo Rosales y Miguel Collazo, la pintora Belkis Ayón y la historiadora Raquel Mendieta.

Al lector europeo o norteamericano puede resultar tediosa o extravagante, por trivial o desconocida, tan larga lista de trasnochados románticos y tropicales, nacidos en las Antillas de fines del siglo XX y, a pesar de ello, resueltos a quitarse la vida ante el infortunio de la historia. Pero, en todos los casos, se trata de protagonistas de la vida cultural cubana, precisamente, en sus décadas de mayor apogeo utópico y aclamación occidental.

El último libro del más laborioso historiador de temas cubanos, el profesor Louis A. Pérez Jr., de la Universidad de North Carolina, en Chapel Hill, se titula To Die in Cuba. Suicide and Society (2005) y versa sobre la vocación suicida de los habitantes de la Isla. La investigación de Pérez viene a confirmar algo que ya se desprendía del estudio de Donate y Macías y desarrollado también por Damián Fernández en su ensayo Cuba and the Politics of Passion (2000): a saber, que, entre cubanos, ese impulso de aniquilación no es atribuible, únicamente, al establecimiento de un orden comunista en el Caribe, sino a una experiencia traumática de la historia y a un ejercicio patológicamente afectivo de la vida social y política. Desde fines del siglo XIX y, sobre todo, desde las primeras décadas del XX, ya los índices de suicidio en Cuba estaban por encima del de la mayoría de los países latinoamericanos.

En 1907, por ejemplo, el médico legal Jorge Le Roy Cassá publicó un estudio, titulado Qou Tendimus?, en el que daba a conocer que entre 1890 y los primeros años de la República, es decir, en poco más de una década, se habían matado 764 hombres y 355 mujeres. Entonces, la población insular, cercana a los dos millones de habitantes, acababa de sufrir una guerra en dos actos, la de los cubanos por su independencia y la de los Estados Unidos contra España, y un nacimiento como nación moderna constantemente alterado por tensiones raciales y guerra civiles.

La sombra de la muerte

Un siglo después, la proporción de muertes por suicidio en Cuba parece confirmar esa tendencia a la automutilación de una ciudadanía, capaz de soportar la más larga dictadura de la historia occidental, pero incapaz de hacerlo sin dejar un testimonio perturbador.

Psiquiatras, filósofos y escritores piensan que un acto tan misterioso como el suicidio es inexplicable. Inexplicable, piensan algunos, como la locura y el amor, los milagros y las alucinaciones. El estudio de un historiador tan autorizado como Louis Pérez demuestra que, en el caso cubano, esa inveterada disposición al suicidio tiene que ver con la historia o, más específicamente, con el devenir político de la Isla. Toda experiencia autoritaria, como la que se vivió en Cuba antes de 1959, y toda experiencia totalitaria, como la que ha tenido que soportar la población cubana desde 1959, es transmisora de esa "sombra" de muerte que, al decir de Eugenio Trías, deja a su paso cualquier gobierno tiránico.

Las fantasías occidentales establecen a Cuba como una isla caribeña, con fuertes tradiciones de alegría y comunitarismo, capaces de movilizarse contra la racionalidad moderna. La vocación suicida de los cubanos, sin embargo, describe a una ciudadanía atormentada, incapaz de liberar frustraciones históricas, reacia a superar traumas nacionales y demasiado proclive a la experiencia afectiva de los conflictos políticos. No hay estadística más reveladora del carácter sombrío del socialismo cubano que esos 100.000 suicidas en medio siglo.


« Anterior12Siguiente »