Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Chile, Pinochet, Franco

Medio siglo de un golpe de Estado, su acierto y su error

Franco y Pinochet tienen el mismo mérito y también semejantes defectos: la represión y los desmanes cometidos después de su triunfo y los muchos años de autoritarismo que le siguieron

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Se cumplen 50 años del derrocamiento de Salvador Allende, el presidente chileno que aspiró al establecimiento de un régimen socialista por la vía electoral y que fue depuesto por un golpe militar seguido por una dictadura de 17 años. Medio siglo después, la efeméride está teñida de pasión, la cual enfrenta, tanto dentro como fuera de Chile, a los que juzgan el golpe de Estado como un crimen contra la democracia y a los que lo ven como una acción providencial para salvarla. Yo me cuento entre estos últimos.

La gestión de Allende —que resultó electo por poco más de un tercio de los votantes— se propuso desde el principio la implantación de un régimen marxista, enemigo natural de cualquier democracia. Fanático arrogante, Allende llegó al poder dispuesto a desmontar el orden constitucional que había jurado servir, agrediendo la propiedad privada —que es uno de los pilares de ese orden— e intentando conseguir mediante la agitación y la movilización de su base lo que las elecciones nunca le dieron. De haber tenido éxito, Chile sería, en lugar de uno de los países más prósperos del hemisferio, un Estado fallido como lo es Venezuela, donde otro demagogo pudo implantar un régimen socialista por la vía electoral y donde los militares fracasaron en deponerlo. Los dos modelos saltan a la vista.

Me acuerdo de que yo cursaba el segundo año en el Seminario Evangélico de Teología (en Matanzas, Cuba) cuando se produjo el golpe en Chile. Mis profesores —castristas por acción u omisión— redactaron una carta de condena a los golpistas que yo rehusé firmar. Mis simpatías estaban con esos militares que habían logrado descarrilar a un gobierno que no podía tener más futuro que el envilecimiento y el oprobio de su pueblo. En Cuba, la historia había sido otra, unas Fuerzas Armadas desmoralizadas se dejaron vencer por un grupo de forajidos capitaneados por Fidel Castro. No contamos con nadie que defendiera el orden republicano con las armas y, en consecuencia, el régimen inepto y criminal que Castro inauguró dura hasta hoy.

Los militares chilenos fueron más responsables, como lo fueron también en su momento, los nacionalistas españoles que se alzaron en 1936 para deponer por la fuerza una república cuya deriva ideológica hacía ilegítima. Franco y Pinochet tienen el mismo mérito y también semejantes defectos: la represión y los desmanes cometidos después de su triunfo y los muchos años de autoritarismo que le siguieron (muchos menos en el caso de Pinochet).

Menester es, pues, distinguir, entre la acción patriótica del golpe de Estado contra regímenes que se orientaban hacia la barbarie comunista, y la eternización en el poder al amparo de la represión y el crimen. Son dos cosas distintas. Tanto los militares españoles como los chilenos fueron salvadores de sus patrias y así habrían pasado a la historia si, tras un breve gobierno interino, hubieran devuelto a sus países al régimen democrático. El apego al poder y acaso el creer que sus pueblos necesitaban de una cura brutal, empañaría para siempre sus nombres al tiempo de darles argumentos a los apologistas de las causas que ambos derrocaron.


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