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Exilio, Cuba, Éxodo

¿Miami me lo confirmó?

Es un error pretender resolver “el problema cubano” convirtiendo a la Isla en una segunda Miami

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Hay quien piensa que Miami es lo que la Habana hubiera sido sin Fidel Castro. Si tal especulación llevara razón, podríamos invertirla para decir que Miami es también la representación de la Cuba previa al comunismo. Es lo que se siente caminando por sus calles, observando sus negocios, particularmente los regentados por cubanos. Uno cree que, si sigue unas cuadras un poco más allá, entrará en El Vedado, en Miramar o alguna otra zona de La Habana eterna. Miami puede servirnos para algo más: para comprender las razones por las qué llegó un Fidel al poder y saber qué debemos hacer para que una figura similar jamás reaparezca.

Santificar en el Miami de hoy a la Cuba anterior al castrismo (o a la que le suceda) es perder de vista los presupuestos sociales que garantizaron el establecimiento de la dictadura más larga del continente; un modo de gobierno que lejos de frenarse supo aprovecharse de los índices económicos, sociales y culturales más o menos favorables con los que contaba la nación cubana para el primero de enero de 1959, si se le comparaba con la mayoría de los países de África, Asia, América Latina y unos cuantos de Europa.

Para comenzar ya teníamos dictadura vieja antes de la llegada de la nueva que, si bien dejó pequeña a la primera, difícilmente habría podido estrenarse y mantenerse sin la sumatoria de vicios de gobiernos anteriores que arraigaron en la población una “cultura” de caudillismo, clientelismo y la prevaricación. Son estas columnas, levantadas en la era colonial y dejadas intactas por nuestras luchas “revolucionarias”, sobre las que se sostendrá el autoritarismo en Cuba. A lo anterior deberíamos sumar el enaltecimiento hecho por nuestros pensadores más relevantes de las guerras “justas y necesarias”, como aquella guerrita civil entre batistianos y fidelistas que más que para derrocar un gobierno, que se desmoronó por sí mismo con una soldadesca que se entregaba en masa a un puñado de forajidos, sirvió para dar al traste con los restos de institucionalidad que dejó intacto el batistato y lo más terrible: demostrar el poco respeto que tenía el cubano por la vida humana. Recordemos que aquellos que, en uno u otro bando, torturaron o mataron a mansalva, con el aplauso de sus respectivos acólitos, no se formaron en las academias de la KGB, sino en las escuelas y en muchos casos universidades de la Cuba republicana. Ese fue el puntal adicional del régimen por venir.

Luego tenemos la tradicional entrega de nuestra clase política a los intereses de una potencia extrajera. El castrismo en su subordinación a los soviéticos (con algún que otro pataleo) no fue muy diferente a lo que ya habían practicado los políticos cubanos desde antes de la independencia, algo que emulan buena parte del anticastrismo en relación al Estado norteamericano, no importa si se identifica con el Partido Demócrata o Republicano.

Lo más asombros son los paralelos que se observan entre la psicología y actitudes de los cubanos de adentro y afuera, tras más de 50 años de supuesta construcción de un hombre nuevo en la Isla, no importa que el ideólogo de cada bando afirme que los suyos son los más puros inteligentes y trabajadores, mientras que los otros serían los corruptos vagos, ignorantes fanáticos o alienados, a cada lado encuentras el mismo nivel de virtud o degradación. Es lo que notamos a simple vista, si no nos dejamos guiar por la ideología o la falta de estudios comparativos, serios y convincentes sobre el estado moral de la emigración cubana y la población de la Isla.

Ante semejante cuadro resulta un craso error el de los que abogan por pretender resolver “el problema cubano” convirtiendo a la Isla en una segunda Miami. Que es el posicionamiento más recurrente en los medios del exilio cubano.

Quienes deseen hacer de Miami el paradigma de la Cuba futura, tendrán que comenzar la caridad por casa, “revolucionando” la ciudad floridana. Así de paradójica suena la fórmula para dejar atrás la actual pesadilla revolucionaria.

No tiene que ser la del exilio una revolución de balas y paredones, pero sí una auténtica transformación ciudadana donde la creciente migración cubana, con su experiencia inédita se convierta en la avanzada del rescate de esos valores que tanto admira, sembrados en su mayoría por el proceso que independizó las trece colonias, unos principios negados día a día en la tierra que les vio nacer, aunque las películas de Hollywood con sus finales felices intenten convencernos de lo contrario.

Se trata de que el cubano americano dejar de ser objeto para convertirse en sujetos del medio que le rodea, que sea capaz de transformar el sistema político que la ha recibido sobre la base de una inteligencia, creatividad y experiencia únicas, buscando, por ejemplo, recetas para que sea el voto del ciudadano y no el dinero del lobby quien determine en la gestión del Gobierno.

Quienes desde el exilio deseen darle lecciones a los cubanos de la Isla, no pueden repetir el error de aquellos comunistas que creían en una URSS que solo existía en sus cabezas. Tienen que demostrar en la práctica que son capaces de establecer un modelo social en el que no solo se respeten los derechos y libertades naturales del individuo, como intentaron los patriotas norteamericanos de finales del siglo XVIII, sino que, afrontando los retos actuales, sea capaz de rescatar el sentido tradicional de la familia —puesta en crisis por la sociedad moderna—, salvaguardando al ciudadano de la ignorancia premeditada por los sistemas de enseñanza, la desinformación y la manipulación mediática que le coloca a expensas de los bancos, las farmacéuticas, las industrias de comidas basuras, la droga, la delincuencia, los abusos de la policía y por si fuera poco de un sistema de salud que cada vez mata más y cura menos.

Ese exiliado que tanto se enorgullece por la participación de nuestros criollos en la toma de Pensacola durante la guerra independentista norteamericana, bien podría hacer hoy lo suyo; ayudando, a su manera, a culminar el proceso iniciado el 4 de julio de 1776, un proyecto cuyo nuevo resto es dar al traste con algo más poderoso y terrible que la monarquía inglesa de entonces: la imposición a nivel mundial de una antropología maltusiana. Quien dude de lo impregnada que está dicha filosofía en los funcionarios públicos miamenses solo tiene que observar el pánico desatado entre los políticos locales y sus llamados de auxilio al Gobierno federal, ante la probabilidad de que se levanten las barreras que impiden a los migrantes cubanos varados en Centroamérica llegar a Miami. Y eso que son unos pocos miles de compatriotas, nada en comparación con otros éxodos, como el del Mariel por ejemplo.

En resumen, solamente podremos derrotar a los legitimadores del régimen ya sea en Cuba o en el exterior cuando podamos contraponerles a su propaganda plagada de medias verdades, algo más que un discurso similar pero inverso: un resultado práctico en el que se refleje un proyecto de país viable, sin fobia por motivos de clase o etnia, que materialice la promesa incumplida de los comunistas de todos los tiempos, la de una sociedad de realización personal, donde cada cual pueda recibir de acuerdo a su capacidad de producir y sus auténticas necesidades -determinadas por él mismo, no por los ingenieros sociales ni la publicidad engañosa- sin verse frenado en la realización de sus potencialidades humanas por las trabas del Estado, del monopolio privado o la parte más brutal del mercado y donde nadie se sienta abandonado por motivos de enfermedad edad o ser un recién llegado que busca su nicho en un mercado laboral extraño.

Sólo entonces, cuando Miami se nos confirme como espejo de “gozadera” democrática, de bienestar para todos y solidaridad humana, podremos recetar su fórmula como solución a los males que aquejan a la Cuba a la de ahora. Y será en tales condiciones que las idas y venidas de cubanos: “avioneros”, “balseros” y hasta los temidos “camineros” que ya vienen llegando, harán el papel del vector natural que inocule en la isla el “virus de libertad”. Lo harán de manera natural, sin agitación y hasta con la inocencia de los que hoy declaran que se van de Cuba por “razones económicas y no políticas”, llevando y difundiendo en la mayor parte de su pueblo ese germen tan peligroso que no han podido inyectar, ni los actos de beligerancia, ni los embargos, ni los dólares de la USAID a los opositores de oficio, ni los viajes de turistas, y ni siquiera los estrechones de manos entre mandatarios “democráticos”, desde Palme a Obama, y los hermanos Castro.


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