Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Redes Sociales, Miami, Exilio

Miami y la segunda oportunidad perdida

En las redes sociales, plataformas y sitios y programas originados en Miami, muchas veces —demasiadas— lo que rige es el brete, la chusmería y el insulto

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Todo emigrante que sale de su país, con la esperanza de lograr fuera lo que no ha conseguido en su patria, debe descubrir que siempre queda algo más allá del placer del triunfar —por pequeño y transitorio que este sea— y es intentar que se haga justicia. No como recompensa al justo, sino como castigo frente a lo mal hecho.

Abandonarlo todo y empezar de nuevo es un acto de reafirmación. Para muchos cubanos —y quiero creer que este principio se ha mantenido a través de varias generaciones—, el exilio o la diáspora es tanto un viaje más allá de las fronteras de la patria como un regreso a los principios fundamentales. En ese recorrido doble debería quedar fuera —y si no ocurre uno debe luchar para lograrlo— todo lo que quedó atrás y no servía. A partir del momento de la salida, hay que intentar que cualquier triunfo futuro no sea obra del engaño. En Miami esto no resulta fácil. No niego que iguales dificultades se presenten en cualquier otra ciudad, pero me limito a las que existen aquí, no solo porque son las que mejor conozco, sino por la vinculación única que tienen con la política: un vínculo que acerca a Cuba y Miami. Es la política —o mejor decir: la conveniencia política— lo que determina el éxito. De nuevo tengo que aclarar que es una visión personal, no por ello deja de ser compartida.

En muchos casos actuar “de forma correcta” en Miami no es regirse por principios. Es acomodarse a la situación. Conocer las reglas del juego. No con el fin de cumplirlas. Lo importante es saber cuándo resulta el momento adecuado para violarlas impunemente. No se trata de jugar bien. Lo único que se deben conocer son las trampas. Cuáles son permitidas y cuáles no. En qué momento poner una zancadilla a otro jugador y en qué momento esquivar el que se la pongan a uno. Saber además cuándo permitirla. El instante adecuado para caerse antes del golpe.

Siempre queda el dedicarse a la protesta. Pero protestar es una trampa más. Que algunos saben muy bien como esquivarla. Los que son torpes se limitan a no protestar. Cuando se cuenta con un mínimo de habilidad se entra en el juego de la protesta: hacerlo en el momento adecuado en que se ve bien a los que protestan o escoger los temas sobre los cuales la protesta es saludada con entusiasmo.

Desde el punto de vista político, todo este juego y rejuego es fácil y conveniente. Hasta cierto punto, la ciudad continúa en manos de los que llegaron primero —algunos, pocos, con dinero— e iniciaron los primeros negocios y establecieron los vínculos políticos necesarios para que esos negocios salieran adelante. Por supuesto que en este primer grupo estaban los “batistianos”. Después vinieron otros que no eran batistianos, pero que estaban dispuestos a olvidarse de que sus nuevos vecinos eran los responsables de que todos estuvieran allí. Se creó el mito de que Fidel Castro los había engañado.

Durante décadas los batistianos —o al menos buena parte de los batistianos y de los hijos de los batistianos— fueron considerados “dueños de la ciudad”. Aunque en el fondo no se trataba de una conquista, sino de una apariencia. Se levantaban todos los días con el firme propósito de continuar aparentando que eran los “dueños”. Porque la ciudad nunca ha dejado de ser estadounidense.

Durante esas décadas también cada día llegaban más exiliados. Primero los que tras irse Batista habían luchado contra los ganadores; después los que ganaron para al poco tiempo perder; y luego los que volvieron a ganar y acabaron perdiendo. No llegaron como perdedores. Traían unas ganas inmensas de intentar ganar de nuevo. Más motivos para que los batistianos pudieran repetir una y otra vez su papel de víctimas. Solo que ahora otros reclamaban que en realidad las víctimas eran ellos. Todos querían ser víctimas. Pero nadie quería ser un perdedor.

El diferenciar a diario entre ganadores y perdedores en Cuba alimenta los odios del exilio. También carece de sentido. Al poco tiempo de vivir en Miami, algunos exiliados comienzan a darse cuenta de que algo no anda bien. Lo que al llegar creían que era una reafirmación comienza a agrietarse. Puede que al principio no se den cuenta.

Si el paso al exilio es un viaje a las antípodas, resulta lógico que los que allá estaban arriba aquí estén abajo. Que los triunfadores en el otro extremo fueran los fracasados en este. Que quienes alimentaron el error ahora sufran las consecuencias.

Equivocado. Acabar con el castrismo parecer ser la razón de existir de Miami. Al menos, eso es lo que escucha y lee por todas partes. Pero también había otra realidad, que no se dice a diario, pero tampoco se ocultaba.

Por una época esta realidad fue incluso más evidente. Por entonces se veía a diario en los noticieros. Luego ocuparon la mayor parte del tiempo en los programas de televisión nocturnos, que contaban con la participación de invitados. Se había pasado de la noticia al sainete.

Fue la época en que era noticia si desertaba un funcionario del régimen. Su figura aparecía en los noticieros y las páginas de los diarios. Si llegaba un preso político más, solo se enteraban los familiares. Si el inmigrante era alguien que se había negado a militar en las filas del Partido Comunista —y a desempeñar funciones de responsabilidad en favor del régimen—, las posibilidades de encontrar empleo dependían de su suerte. Si se trataba de un funcionario más o menos importante, lo más probable era que al poco tiempo contara con las relaciones suficientes para procurarse un buen salario.

Pero la importancia no radicaba en reconocer si el que llegaba había sido o no funcionario, escritor, general o recadero. Aceptar y celebrar la llegada de los desertores fue un paso de avance en el exilio, logrado tras el éxodo del Mariel. Alimentar el resentimiento resulta una actitud malsana

Este sainete ha perdido categoría en la época actual. Es una incongruencia llamarlo así, otorgarle dicha categoría. En las redes sociales, plataformas y sitios y programas originados en Miami —que en buena medida han pasado a dominar el tema cubano en la ciudad— muchas veces, demasiadas, lo que rige es el brete, la chusmería y el insulto.

Quienes se dedican a recriminarse —y a inventar dichos y hechos— siempre despiertan la sospecha de estar buscando tanto integrarse con rapidez a una sociedad que desconocen, pero que desgraciadamente y en buena medida por razones demográficas, ha ido transformándose cada vez más para admitir su fácil acomodo, al tiempo que demuestran una habilidad adquirida en Cuba —y no hay que olvidar los años del llamado “período especial” en la isla— para sobrevivir a toda costa: y en algunos casos sobrevivir muy bien económicamente.

Lástima que todo ello lleve a olvidar una razón fundamental. De lo que se trata —lo realmente importante— es renunciar a una vida de engaño. Tratar de avanzar por méritos propios. No repetir la antigua fórmula de apelar a las palabras convenientes y el ocultar sentimientos y motivos para escalar posiciones. El problema es que, en Miami, muchos no han aprendido el difícil arte de hacerlo mejor, cuando tienen una segunda oportunidad.


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