Actualizado: 28/03/2024 20:07
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| Opinión

Cinco espías, Hermanos al Rescate

Ni todo el dinero del Departamento de Justicia

Sería muy útil para las partes involucradas en un hecho tan trágico y doloroso, como el sucedido aquel 24 de febrero de 1996, recapacitar y aprender de la amarga lección

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Por estos días René González, uno de los integrantes de la Red Avispa, extinguirá su condena de quince años de privación de libertad. Debe salir el próximo 7 de octubre de una cárcel de Marianna, Florida, tras lo cual tendrá tres años de libertad supervisada por haber nacido en Estados Unidos. El problema con esta decisión de la jueza Joan Lenard, del Distrito Sur de la Florida, es que González desea regresar a Cuba. Para lograrlo, está dispuesto incluso a renunciar a su ciudadanía norteamericana.

La lógica dice que con la imposición de este procedimiento se está reabriendo la herida de un hecho tan trágico y doloroso como el sucedido aquel 24 de febrero de 1996. Además de que, por una parte e indirectamente, se está provocando la posible comisión de otros delitos movidos por el rencor o la venganza, y por la otra se está incentivando la posibilidad de que el señor González, al ver cerradas todas las puertas, opte por regresar a Cuba de forma ilegal, lo que podría generar complicados problemas relacionados con esta situación.

Sería muy útil para las partes involucradas en este episodio poder recapacitar y aprender de la amarga lección que tanta desgracia y sufrimiento ha causado.

La misión humanitaria con que comenzó y se mantuvo por algunos años la organización “Hermanos al Rescate” cesó desde el momento en que cambiaron su objetivo primordial de salvar vidas para incursionar dentro del territorio de Cuba y sobrevolar la capital y otras regiones del país dejando caer octavillas contra el Gobierno cubano.

A éste semejante situación le creaba un gran problema político. Además de retar a unas fuerzas armadas, que siempre se vanagloriaban de su organización y fortaleza para rechazar una invasión de Estados Unidos, un grupo de pilotos civiles sin armamento alguno, con avionetas de poca velocidad, los comenzaban a poner en ridículo. Asimismo se ignoraba hasta qué punto las misiones de esos vuelos podrían escalarse e ir más allá del lanzamiento de octavillas.

El primer gran error del Gobierno cubano radicó en abstenerse de asumir una postura abierta y transparente con la comunidad internacional y en especial con Estados Unidos, país desde el cual los pilotos mencionados estaban efectuando los vuelos contra la Isla.

Una denuncia firme del Gobierno cubano en la sede de Naciones Unidas explicando lo que estaba sucediendo, la decisión de terminar con esas violaciones y su preparación para, a partir de determinada fecha, obligar a aterrizar a toda costa al que violara el territorio cubano, hubiera puesto en un aprieto a la diplomacia norteamericana, especialmente si en la misma nota se le agregaba que estos serían responsables de lo que sucediera, si no le ponían un freno a las incursiones desde su territorio.

En su lugar, acostumbrados a esa maldita poca o ninguna transparencia, a las conversaciones por debajo de la mesa, a los lleva y trae de diversas nacionalidades y a los mensajes subliminales, el Gobierno cubano prefirió enviar señales a la Administración norteamericana por las vías menos prometedoras para que supieran que ya se estaba considerando la posibilidad de actuar contra estos vuelos.

En una visita que por esos días realizó a la Isla un grupo de generales norteamericanos en retiro, encabezados por el General Charles Wilhelm y otros que también habían sido jefes del Comando Sur de Estados Unidos, se efectuó una reunión con el entonces General de División Ulises Rosales del Toro que fungía como Jefe del Estado Mayor de las FAR. En las conversaciones que sostuvieron, el General Ulises Rosales les preguntó cuál creían ellos que sería la reacción del Gobierno norteamericano si Cuba decidía derribar esos aviones. Estos le respondieron que la reacción seria por supuesto muy negativa.

Al parecer los planes para acabar las incursiones de “Hermanos al Rescate” continuaban a todo tren en los salones de operaciones del MINFAR. Puede apreciarse, por la forma en que el Gobierno cubano decidió actuar, que en la aprobación de los planes se impuso la soberbia machista y la prepotencia que lo ha caracterizado en estos conflictos, en lugar de la inteligencia, la transparencia y el arte de la negociación.

Esta afirmación la hago objetivamente por experiencia propia de misiones anteriores que me fueron asignadas por el Alto Mando destinadas a intimidar, provocar y disuadir por la fuerza en lugar de por la negociación. La primera el 12 de mayo de 1970 en que 11 pescadores de Caibarién fueron secuestrados en aguas de las Bahamas mientras ejercían sus labores de pesca.

Yo dirigí las escuadrillas de MIG-21 encargadas de la búsqueda de los rehenes. Como los vuelos los estaríamos realizando sobre el territorio de las Bahamas llegando incluso a solo tres millas de Miami, le pregunté al Comandante en Jefe qué orden debía cumplir en caso de encuentro con la aviación de caza de Estados Unidos.

— “¿Que vas a hacer? Pues combatir”, me respondió.

Lo que me puso a pensar, al poco tiempo de aquel episodio sobre Bahamas, fue la extraña coincidencia de que toda esta crisis coincidía con el fracaso de la famosa Zafra de los 10 millones y que, al producirse el regreso de los pescadores secuestrados, se aprovechó el acto de masas que se llevó a cabo para recibirlos para anunciar también el estruendoso fracaso de dicha zafra.

He hecho mención a este episodio para que se tenga una idea de los métodos y estilos de trabajo de los cubanos especialmente durante la administración de Fidel Castro.

Y confiarle a un general inepto e incapaz la dirección de una operación tan sensible y compleja, uno no sabe ahora si fue para añadirle, con toda conciencia, un acto de burla al crimen. El entonces ministro de las FAR, general Raúl Castro, usó a su fiel “Plantero” —como le decían a Martínez, por ser el encargado de mantener la planta eléctrica de la vivienda donde residían Raúl y Vilma en el Segundo Frente— para dirigir una operación militar aérea tan delicada. El “Plantero” siempre fue un buen administrador, cumplidor de los reglamentos y disposiciones que regulaban la vida militar, pero incapaz de pensar ni de tomar decisiones certeras en los momentos realmente críticos. Además, para dirigir la aviación hay que volar; hay que saber qué sienten en cada segundo los hombres que se encuentran surcando el cielo a enormes velocidades; hay que entender qué pasa por sus mentes antes de que actúen, para poder dirigirlos y evitar una catástrofe; hay que ser, en fin, un verdadero piloto, y Martínez dejó de volar desde muy temprano, décadas antes del fatídico 24 de febrero. No tenía, ni nunca tuvo, la menor idea de lo que es un verdadero piloto de caza. No en balde escogió a unos infames carniceros para efectuar la ejecución de aquellos infelices pilotos que fueron pulverizados.

Ahora, quince años después de aquella tragedia sigo con interrogantes. La primera, para la que nunca he tenido respuesta lógica, es: si el objetivo del Gobierno cubano era terminar con estas incursiones de “Hermanos al Rescate” sobre el territorio nacional y tenían a Pablo Roque y René González infiltrados en dicha organización, ¿por qué no planificaron el secuestro a punta de pistola en pleno vuelo del jefe de “Hermanos al Rescate”? Ellos gozaban de la entera confianza de Basulto, volaban juntos a menudo, eran amigos, incluso este último fue testigo en la boda de Pablo Roque. ¿No resultaba más lógico arriesgar a dos hombres con muchas posibilidades de éxito que causar la tragedia del 24 de Febrero? ¿No se hubieran evitado esas innecesarias muertes y esas largas condenas a los agentes cubanos? ¿Qué necesidad había de dejar marcados para siempre, convertidos en fugitivos de la justicia norteamericana al inacapaz general que dirigio la operación y a los pilotos que participaron en el asesinato? ¿Se merecía realmente el General Martínez ser defenestrado, degradándolo de jefe de la DAAFAR para ponerlo al frente de la cría de puercos del MINFAR? ¿O debía haber respondido el que lo puso al frente de un arma tan compleja y además le confió la misión? ¿No se hubiera evitado la aprobación de la Ley Helms-Burton que tantas dificultades ha creado al pueblo cubano? Y lo que es peor, ¿no se estuvo a un tilín de que, en represalia por este hecho, Estados Unidos hubiera barrido con toda la fuerza aérea cubana o de que se llevara a cabo una acción semejante a la realizada por Reagan contra Gadafi en Libia?

Cualesquiera que hayan sido las causas que movieron a los “Hermanos al Rescate” a cambiar sus misiones de humanitarias a subversivas, o las que motivaron la pasividad de Estados Unidos ante ese hecho, o lo que indujo al Gobierno cubano a ejecutar esta operación de la forma que lo hicieron, se sabrán algún día con lujo de detalles.

Imponer ahora a González la decisión de la jueza Joan Lenard es contraproducente: mantiene abiertas las heridas de una terrible tragedia, pasa por alto importantes lecciones que debemos aprender de ellas y extravía el verdadero sentido de la justicia.

Quizas la fiscalía o el Departamento de Justicia tenga el suficiente presupuesto para mantener una vigilancia constante e ininterrumpida sobre González a fin de evitar su regreso a Cuba. De lo contrario, no tengan la menor duda de que lo verán en el malecón de la Habana el día que menos lo esperen.

Las terquedades se pagan con el ridículo.


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