No todo está atado y bien atado en la negociación Cuba-EEUU
Aunque las apariencias dibujan el espejismo de que en esta nueva realidad política solo cuentan los intereses de EEUU y la dictadura cubana, por suerte para el pueblo cubano no es así
El modelo impuesto en Cuba por los Castro no es otra cosa que una trasnochada, rígida e improductiva dictadura castrense de corte familiar. Similar a la también arruinada y arcaica dinastía familiar de los Kim en Corea del Norte. Se basa en un control absoluto del poder montado sobre un concepto medieval de producción de riqueza, que consiste en someter como siervo a todo el que esté o les caiga bajo sus botas.
A esta camarilla explotadora e insensible lo único que les importa son sus privilegios de clase, ni el país ni el pueblo son su prioridad. Han podido persistir por más de medio siglo tras las alambradas del aislamiento, justificados con el manido argumento de la plaza sitiada o la lucha contra el enemigo externo.
Además, contando con el cheque externo que ha pagado sus facturas, primero salido del bolsillo de la desaparecida URSS y en los últimos años con el sello made in Venezuela. El resultado para la nación es una estela de destrucción que está tocando fondo.
El descalabro imparable de los benefactores chavistas, cuya incapacidad los ha llevado a la miseria nacional y los actuales precios del petróleo no les dejan posibilidad de sobrevivencia, llevó a los mafiosos cubanos a saltar del barco ideológico como las ratas cuando huelen el peligro y consiguieron caer en brazos del “imperio malvado”.
En ese nuevo escenario, se sabe que harán hasta lo imposible por resistirse a cualquier cambio que ponga en peligro su existencia, y tratarán de capitalizar la normalización de relaciones con EEUU en función del vital acceso a sus dólares y créditos, sin soltar un ápice en el espectro político.
Sus macabras intenciones, que se entienden por la naturaleza de tal pandilla, se sostendrán en el tiempo lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio. No tienen la más mínima oportunidad de salirse con la suya. Como dice el refrán: “…una cosa quiere el tigre y otra bien distinta el cazador”.
Lo peor para ellos es que la normalización de las relaciones entre ambos gobiernos no se limita a lo único que deseaban, o sea, devolución de sus espías y, sobre todo, levantamiento de las sanciones económicas y libre flujo hacia la Isla de la moneda capitalista. Las nuevas dinámicas van más allá e incluyen el desmoronamiento del argumento ideológico con el que justificaban todos sus fracasos y atropellos contra el pueblo.
Aunque las apariencias dibujan el espejismo de que en esta nueva realidad política solo cuentan los intereses de EEUU por un lado y la dictadura cubana por el otro, por suerte para el pueblo cubano no es así.
Se conoce las intenciones de los Castro, y se intuye que las de Obama están relacionadas con una prioridad que no puede ignorarse en el juego geoestratégico; la seguridad nacional. Y esta variable se concatena de la siguiente manera: las circunstancias indican que muy pronto se viene abajo el quebrado régimen chavista y con él desaparece el subsidio del que se sirve la dictadura para pagar sus viles. Esta situación irreversible trae consigo la turbulencia de provocar un estallido social en la Isla.
El desplome de los Castro daría paso a un vacío de poder con la consecuente inestabilidad en el país. Sobra entonces dilucidar las consecuencias directas de esa deriva, entre ellas el éxodo masivo hacia EEUU, y el peligro de que en Cuba se establezca el narcotráfico y el terrorismo internacional por su atractiva cercanía a los vecinos del Norte.
En fin, la inestabilidad en la islita con forma de caimán se convierte automáticamente en una amenaza para la seguridad nacional de EEUU y obliga a ese país a asumir una respuesta militar mediante una invasión con sus marines en busca de imponer el innegociable control.
Nada más aterrador para el Pentágono y la Casa Blanca en el actual contexto por el enorme costo político a nivel internacional de encontrarse obligados a una acción de esa envergadura.
Hay otro factor del que no se está hablando y menos tomando en cuenta, y son los intereses y aspiraciones del vilipendiado pueblo cubano.
El régimen de La Habana intenta dirigir el júbilo popular despertado por la implementación de las radicales medidas de acercamiento al regreso de los espías, calificados por ellos de héroes.
Sin embargo, la reacción en los cubanos de a pie responde a otras motivaciones, está conectada a un despertar de sus esperanzas. Después de medio siglo de inmovilismo y de andar sin rumbo ni solución a sus problemas, asocian que algo debe empezar a salir en su beneficio cuando el principal obstáculo que les esgrimían de pronto ya no está y pasa a ser el amigo del que, nada más y nada menos, Raúl Castro pretende vivir en lo adelante.
La llegada en algún momento de mayores posibilidades de conexión a Internet y la información ilimitada y sin censura que esta distribuye, la interrelación con el mundo que está fuera de las murallas del calabozo nacional, las facilidades de viajes al exterior, el contacto directo con los “yumas” cargados de billetes, las oportunidades de negocios legales o no, el resquicio que permita de alguna manera una menor dependencia del régimen, en resumen, la sensación de por primer vez poder andar y hasta comparar en la concreta lo que se tiene como vida y lo negado por el grupito en el poder, inexorablemente se convertirá en un boomerang que siempre va a tender al caos que sobreviene cuando se estimula el apetito de la codicia y de las aspiraciones personales.
En todo momento hay que recordar que a pesar del medio siglo de descalabro por la ruta de la incivilidad, el pueblo cubano está arraigado a la cultura Occidental y muy apegado a los conceptos y valores de la modernidad.
A estos efectos sociológicos se suma el hecho de que para la dictadura las buenas relaciones con su antiguo enemigo significan tener que moverse a partir de ahora en un marco internacional donde será calificado por sus acciones y tendrá la responsabilidad de responder a los cuestionamientos de las distintas instituciones y gobiernos.
Por lo menos, no podrá justificarse en el hecho de estar fuera y sin obligaciones de las estructuras políticas donde confluye el concierto de naciones normales y existen mecanismos que regulan el comportamiento civilizado, acorde a los estándares de la época que vive la Humanidad, y en donde exhibirse como una mera dictadura tendría cualquier cosa menos legitimidad y aprobación.
Una dosis de lección de la historia reciente muestra la abrumadora ansiedad, el descontrol o salida de las manos y las transformaciones impensables que provoca en las sociedades cerradas o sometidas cualquier atisbo de libertad devenido de cambios inesperados por mínimos que estos sean.
Un ejemplo válido lo constituye el Acuerdo de Helsinski. Este se adoptó en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, en el año 1975, para mejorar las relaciones entre los gobiernos comunistas y los países occidentales, y así rebajar los peligros y tensiones de la guerra fría.
Entre otras cosas, el Pacto sirvió para legitimar las fronteras como estaban trazadas después del reparto de la Segunda Guerra Mundial, pero también incluía el compromiso de promover la defensa de los derechos humanos, además del respeto a la ley internacional y la coexistencia pacífica.
Los regímenes totalitarios firmaron ese documento histórico convencidos de estar en capacidad de burlar sus compromisos, sin embargo, bajo la sombrilla de esos acuerdos se cobijó el movimiento opositor que fue determinante en el derrumbe del imperio soviético y sus satélites. Y estas fueron unas consecuencias jamás percibidas ni esperadas por los malhechores que contaban con todo el poder para creerse inamovibles.
El caso de Polonia también resulta ilustrativo. La situación de empeoramiento de la crisis económica, en 1988, condujo a la huelga de los trabajadores en varios astilleros y minas del país.
El presidente de aquel entonces, el comunista Wojciech Jaruzelski, se vio sin el apoyo represivo de los tanques soviéticos y decidió entrar en una negociación con los líderes de la oposición, encabezada por el Sindicato Solidaridad, en la cual supuestamente tenía todo controlado y era cosa de conceder algunas limosnas para desarticular la amenaza del malestar y reclamo popular.
De la mesa de negociación se fue a unas elecciones donde los opositores solo podían disputar algunos escaños previamente acordados, y los sin poder terminaron barriendo del poder a los que supuestamente no había manera de desplazar.
La experiencia de la Unión Soviética fue algo parecida. Cuando el batón de la presidencia cayó en manos de Mijaíl Gorbachov, la situación económica que atravesaba ese país era desastrosa.
El líder del Kremlin de Moscú optó por introducir determinadas reformas estructurales, con el propósito de hacer viable el sistema y contando con todo el andamiaje represivo de la KGB que por más de 70 años había mantenido sometida a la población.
Comenzó con la Perestroika, que consistía en la implementación de aperturas económicas, y al llegar a la Glasnost, permitiendo cierta libertad de expresión, el resultado fue catastrófico para sus intenciones. Una vez que se abrió la hendidura los soviéticos se empeñaron de modo decidido y no pararon hasta derribar los muros de la opresión.
Unos pequeños cambios despertaron de golpe las ansias de libertad del pueblo sometido y apático, y en ese momento se invirtió la ecuación y quien tenía el control término siendo removido.
Se puede concluir que Raúl Castro no está dotado con cualidades especiales que lo hagan diferente a otros dictadores que las circunstancias los han obligado a salir del atrincheramiento para tener que lidiar con nuevas dinámicas políticas, en un escenario movedizo donde no tienen todas las de ganar.
Al menos es signo de debilidad y desesperación caer en brazos de quien por diseño debería ser el perenne enemigo. Más, si ese acercamiento con el “Coco” se materializa sacrificando y dejando abandonado al principal aliado, por demás quien hasta hoy lo mantiene con sus petrodólares.
A la oposición cubana le ha ciado el reto por carambola de unirse en un gran bloque por primera vez y salir a reclamar el ser tomado en cuenta, o quedará de simple espectadora reaccionando con quejas pero fuera de la mesa en la que se planifica el destino de la nación.
El pueblo de la Isla tiene ahora la oportunidad de identificar todo lo que constituya una hendidura, para por ahí empujar con todas sus fuerzas y tratar de echar abajo las barrederas. Se ha abierto una etapa definitoria, por mucho que lo quieran ocultar hay destellos de luz al final del túnel.
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