Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Represión

¿Nuevas señales de una nueva década?

El 2010 cubano comenzó con la 'Carta en rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas culturales y sociales'.

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Posiblemente el 2010 cubano no comenzó el primer día de enero, sino ese otro día de diciembre en que un grupo de jóvenes activistas sociales y culturales decidieron dar a conocer un documento público bajo el nada carismático título de “Carta en rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas culturales y sociales”.

En la carta, publicada en un blog y circulada a diferentes instituciones académicas y culturales cubanas, los firmantes denuncian lo que perciben como un “incremento del control burocrático-autoritario” que ha generado situaciones represivas de diversa naturaleza —sanciones políticas y laborales contra activistas y prohibición de actividades públicas—, que son definidas en el documento como “acciones desde la institucionalidad oficial contra iniciativas culturales caracterizadas por el compromiso activista en pro de una autonomía solidaria”. Para sus autores, no hay dudas acerca del contenido de su propuesta cultural: “Revolución y cultura, afirman, sólo tienen sentido si son sinónimos de crítica y creación”.

Curiosamente, la carta aparecía respaldada por cinco organizaciones emergentes, algunas vinculadas a la Asociación Hermanos Saíz (que agrupa a jóvenes escritores y artistas), como es el caso de la Cátedra Haydee Santamaría. Todas, ciertamente, comprometidas de modo explícito con un futuro socialista y democrático para la sociedad cubana, pero imaginado desde ángulos muy diversos (consejismo, ambientalismo, republicanismo), lo cual agrega una variedad de tonos poco usual en los magros espacios públicos insulares.

Para citar un ejemplo ilustrativo, uno de estos tonos fue la participación que tuvieron en la manifestación de decenas de jóvenes contra la violencia que ocurrió en la céntrica confluencia de las calles G y 23. Fue a esa manifestación a la que Yoani Sánchez pretendía asistir cuando fue detenida violentamente por un auto policíaco sin placas. Dos sucesos sensacionalistas que opacaron el significado político sin precedentes de una marcha realizada bajo la consigna de “Paz y Amor” en el centro de La Habana. Y fue justamente en esa esquina donde una semana después el gobierno cubano, probablemente más preocupado por sepultar el impacto simbólico de los jóvenes manifestantes, que contrarrestar el gesto teatral del esposo agraviado, arrojó sus turbas violentas contra Reinaldo Escobar.

¿Qué hay de nuevo en esta acción?

Por supuesto que esta carta no es un producto inédito en el escenario nacional. En realidad, es un saludable resurgir de una parcela específica de la siempre vapuleada sociedad civil, que ya existió a finales de los años ochenta y principios de los noventa, y que ha intentado la transformación cultural e intelectual desde el debate de las ideas y de la acción comunitaria, aprovechando los magros espacios de tolerancia existentes. Salvando las diferencias de rigor, recuerdo, por ejemplo, los grupos culturales que emergieron a fines de los ochenta (exquisitamente estudiados por Bobes en su libro Los Laberintos de la Imaginación); o el aún más dinámico proceso que tuvo lugar hasta 1996 (animado por la miríada de asociaciones comunitarias, ONG y centros académicos que alzaron voces críticas propias), al calor del saludable aturdimiento de la clase política ante la magnitud de su propio desastre económico, y el retraimiento momentáneo de su vocación totalitaria.

Que lo haga desde posiciones de izquierda tampoco es novedoso. El posicionamiento socialista (alternativo) ha sido un lugar frecuente y bien argumentado en la intelectualidad y el activismo social cubano desde los tiempos lejanos de Pensamiento Crítico. Y en este caso, el posicionamiento es explícito: se trata de un debate dentro de lo que los autores aún perciben como una revolución.

Desde mi punto de vista, lo novedoso de esta carta estriba en la idea de que la autonomía es un derecho, de que es vital para ejercer la interacción social y de que ello implica la comunicación horizontal entre los sujetos y las organizaciones. En el propio documento el reclamo de la autonomía es esencial para entender qué se dice. La carta, por otra parte, fue circulada a numerosas instituciones culturales y académicas, y aunque hasta el 31 de diciembre sólo han conseguido 41 firmas, estoy seguro de que los susurros de aprobación fueron mucho más numerosos. Y para quienes conocen la realidad cubana, no es difícil entender que reclamar la autonomía y la comunicación horizontal es reclamar un cambio social y político muy progresista en una sociedad verticalizada y en la que sólo existen derechos delegados y, por tanto, revocables.

Visto desde la óptica de los autores, no se equivocan cuando piensan que nada es más revolucionario y socialista en Cuba que la maduración de la autonomía social, y que si existe alguna oportunidad de renovación socialista, ella pasa por la autonomía de los individuos y las organizaciones en el propio control de sus vidas cotidianas y en la producción de la política. Personalmente, aunque coincido con los autores de la carta en cuanto a cómo imaginar un mundo mejor, discrepo sobre la posibilidad de que ese mundo mejor pueda emerger del sistema existente en Cuba. Creo que se trata de un proyecto de poder burocrático militar que prepara la restauración capitalista por la vía autoritaria, y que aún cuando, hipotéticamente, hubiera alguna voluntad de cambio socialista y democrático, el sistema es tan rígido y corrupto que colapsaría. Pero me gustaría estar equivocado. Y, sobre todo, confieso que siento un gran respeto ante quienes son capaces de hacer (y pensar) las cosas de una manera superior a como mi generación pudo hacerlo.

Las interpretaciones

Desde el momento en que la carta recibió la atención de la prensa internacional, también se benefició con todas las interpretaciones posibles, algunas de ellas rebosantes de los yerros típicos de quienes imaginan a la sociedad cubana contemporánea como un corral de borregos, interpretación en la que ciertamente los paladines del exilio intransigente coinciden plenamente (aunque varíe la retórica formal) con los dirigentes cubanos y sus tristes voceros intelectuales. En particular, digo de paso, me llamó la atención uno de esos paladines que comentaba entusiasmado la necesidad de recibir con los brazos abiertos a estos nuevos “arrepentidos”.

Pero nada de ello podría ser importante si no fuera porque entró al ruedo la indudable figura estrella de la oposición política: Yoani Sánchez. En esta ocasión, la distinguida bloguera confesaba que el documento había puesto a prueba su “predisposición a respetar las diferencias” (ver ¿Qué hiciste cuándo vinieron buscando al inconforme?), una afirmación ciertamente muy dura e incompatible con una persona que ha ganado su espacio defendiendo la tolerancia. Y, además, una afirmación que no se explica de manera explícita y parece contradecirse con el hecho de que la carta desaprueba actos represivos que fueron cometidos contra la propia Yoani.

Al parecer, Sánchez fundamenta su rechazo en consideraciones basadas en la posición política de los autores. Así, los descalifica porque en algún momento creyeron en "el mito de las reformas raulistas", porque "apuntalaron la hipótesis de que el proceso podía reinventarse", y porque apoyan de alguna manera un sistema cuyo "guión" se basa en "la rígida pauta que sale de una sola oficina". Por lo cual, concluye Yoani Sánchez, no son otra cosa que una máscara del conformismo. No hay espacio para ellos en el Olimpo.

Es lamentable que una persona del talento y la valentía de Sánchez no haya podido superar en esta ocasión el mesianismo y el sentido de la predestinación que tanto daño hacen a nuestros políticos relevantes, lo que es, finalmente, Yoani. Da la impresión de que quisiera sustituir la rígida pauta de “una sola oficina” por la que emana de un solo blog (o al menos de un blog-en-jefe), y hacer de su exitosa apelación a la inmanencia cotidiana un soporte del trascendentalismo de su propio discurso, propietario del lado positivo de la historia. Creo absolutamente legítimo que Yoani critique las debilidades de la carta, pero nunca al costo de obviar las propias debilidades de sus análisis, que omiten aspectos cruciales de la realidad cubana. Como si agradar a los interlocutores externos fuera más importante que intentar dialogar con las grandes masas del país, justamente lo que han intentado hacer los firmantes de la carta y que, con suerte, seguirán haciendo.

Y todo ello es lamentable, porque esta hubiera sido una excelente oportunidad para que Yoani mostrara solidaridad hacia quienes organizaron la marcha-performance contra la violencia en la que ella se disponía a participar cuando fue raptada, hecho implícitamente condenado por los firmantes de la carta cuando denuncian que aquel 6 de noviembre de 2009 se produjeron "obstrucciones, detenciones e impedimentos". No estoy seguro, pero es posible que los jóvenes de la carta hayan entendido lo que decía siempre una amiga dominicana: en las democracias hay barro para todas las estatuas, sólo se necesitan manos hábiles para modelarlo. Evidentemente, Yoani no.

La democracia es un ejercicio pedagógico permanente. La tolerancia y el pluralismo se aprenden, no son intrínsecos. Como también se aprende ese principio de la ética democrática que nos obliga a cuidar los derechos del otro si queremos conservar los nuestros. Al final, el propio Martín Niemöller, cuyo famoso pensamiento encabezó la carta y animó a Yoani Sánchez, demoró bastante en entender que era necesario cuidar los derechos de los comunistas. Antes manejó un submarino imperial y apoyó con entusiasmo a los nazis. Hasta que el totalitarismo fascista irrumpió en los jardines de la iglesia luterana. Un asunto que hubiera sido calificado, desde la prepotencia mesiánica, como menor, gremial y conformista. Simplemente, intrascendente.


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