Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Visita, Cuba, Obama

Obama a Cuba: la “guerra” terminó

¿Con qué opositores se reunirá Obama? ¿Quedarán fuera aquellos que han criticado severamente la aproximación entre los dos países o estarán todos?

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El viaje en marzo de Barack Obama a Cuba es de ese tipo de gesto político que todo presidente anhela en cualquier momento de su mandato. Richard Nixon lo tuvo en 1969, cuando fue a Beijing, y en 1973, cuando desembarcó en Moscú. Después de todo, el viaje —y la normalización de relaciones— quedará para siempre como un legado del primer presidente afroamericano, y no tiene ya marcha atrás.

Pero en este caso adquiere una dimensión particular porque Obama parece que ha querido dejar bien puntualizado que su visita debe ser el inicio de una profundización de los lazos bilaterales, y para Estados Unidos es la evolución natural de una política de buena vecindad, que el mandatario ha implantado muy discretamente, desde que llegó a la Casa Blanca en 2009. Primero México, después Centroamérica, El Caribe, Venezuela y el Cono Sur. Cuba era la última asignatura regional pendiente.

¿Qué busca Obama en La Habana? Varias cosas. En primer lugar, tranquilidad. Las relaciones modernas entre los dos países se han caracterizado siempre por una enemistad y retórica política, aunque no necesariamente por parte del pueblo. En estos casi 60 años de comunismo en la Isla, el vecino del norte nunca han dejado de ser popular entre los cubanos, y esta visita —han dicho varios asesores de su entorno en los últimos días— es una forma de asegurar al Gobierno cubano de que Estados Unidos confía en su palabra para asumir los acuerdos alcanzados. Es también un modo de afianzar que Washington está dispuesto a facilitar la reconstrucción de la mayor isla del Caribe y quiere ser un protagonista de esa evolución.

Pero es también una forma de garantizar una relación pacífica con el resto del continente, la mayoría de cuyos gobiernos, en los últimos 15 años, tuvieron la tendencia de alinearse con la Isla en contra de las políticas de Washington. Y, por carambola, al desembarcar en el aeropuerto José Martí Obama estará mostrando de que la animosidad es cosa del pasado, pero las críticas no han desaparecido.

Obama sabe bien que Cuba tiene un historial de irrespeto por los derechos humanos y por ello ha solicitado reunirse con la “sociedad civil”. Entiéndase que en este caso no se refiere a las llamadas organizaciones de masas, que se mueven en la órbita del Gobierno, sino a los opositores. Fue, de hecho, una de sus condiciones cuando en diciembre dio claramente a entender que quería viajar a Cuba. La duda es: ¿con qué opositores se reunirá? ¿Quedarán fuera aquellos que han criticado severamente la aproximación entre los dos países o estarán todos?

La reanudación de relaciones es —y quizá este es un punto importante que el mandatario quiere dejar claro— un cambio radical en el relacionamiento común. Ahora las cosas son de Estado a Estado y, de cierta forma, la oposición ha quedado en la cuerda floja. No es que el tema de los derechos humanos y políticos haya quedado apartado, sino que para Estados Unidos es más importante su influencia en la Isla y su futuro.

Al contrario de otros tipos de aproximaciones como esta, el viaje de Obama no es la antesala del desembarco de los empresarios e inversionistas —estos hace meses que están volando y iniciando contactos de negocios—, sino la confirmación a las autoridades y pueblo cubano de que la administración estadounidense no va a ocasionarle problemas. Hay cosas que aunque sean evidentes necesitan de un gesto público.

Pero el viaje de Obama también encierra otra valoración, que el Presidente como experimentado activista social sabe que es capital. El viaje es, y no subliminalmente, la confirmación oficial de que la política de aislamiento de cinco décadas no ha dado resultado y quiere que el pueblo cubano entienda que esa es la percepción en Washington. Los cubanos y estadounidenses se conocen bien, de hecho nunca dejaron de conversar en público o privado, pero un viaje presidencial es la forma de sellar ese pacto. De reforzar esa percepción.

Un detalle interesante. Todavía no se conoce el programa de la visita. Pero se sabe que el mandatario quiere viajar a Santiago de Cuba y de ahí al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, una peregrinación que le entra directo al corazón de los cubanos. Las conversaciones con el mandatario Raúl Castro y el Gobierno serán importantes pero esta visita no es para eso, sino para decirles a los cubanos que la “guerra” se ha acabado y no volverá a existir.

A su vez, tampoco resolverá los mayores escollos, que son el embargo comercial a la Isla, la existencia de la Ley de Ajuste Cubano o la devolución de la Base de Guantánamo. Los dos primeros dependen del Congreso donde, al parecer, Obama todavía no cuenta con el apoyo necesario. Pero el tercero se resuelve apenas con conversaciones técnicas, porque la marina estadounidense se encuentra en esa región del sudeste cubano en virtud de un acuerdo bilateral que hasta ahora no ha sido repudiado. Criticado, pero no anulado.

“Sabemos que los cambios no serán de un día para el otro, pero hay que comenzar”, dicen los asesores de Obama. Y a eso va el Presidente a la isla, a influenciar para lograr algunos cambios y jamás lo haría si no creyera en que no solo son posibles sino inevitables.


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