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Exilio, Diáspora

Otro concepto: invasión demográfica

Desde el primer ademán conciliatorio de la Administración Carter, Castro emprendió su plan de colonización de EEUU, afirma el autor de este artículo

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El rejuego conceptual de diáspora y exilio, emigración y destierro, ayuda a orientarse en el “problema cubano” y parece acreditar que el fenómeno migratorio desde la Isla de Cuba pintoresca ya no puede aprehenderse de un solo golpe definitorio, como pretendieron el Diamat y otras filosofías abarcadoras. Tal y como aclaró Federico Nietzsche, los conceptos con que intentamos atrapar el ser son ficciones más o menos convencionales, que se agotan en la designación antes de llegar a la aclaración (Más allá del bien y del mal, Madrid: Alianza, 1975, página 43). Así quedan abiertos a la discusión sempiterna.

Es cierto que la diáspora se presenta a la vez ajena y propia, según las condiciones de no haber sido expulsado y sentirse culpable, respectivamente, pero nada tendría que ver con quien considera la patria apenas terruño natal por accidente y busca donde sentirse mejor sin importar el patriotismo secuestrado por el Estado nacional. A su vez el destierro tiene tanta connotación penal que no se ajusta bien a quienes regresan a Cuba siempre que les viene en ganas, conservan casa y otras propiedades allá, o simplemente regresan luego de haberse quedado, como el inefable Eloy Gutiérrez Menoyo o el poeta surrealista Juan Carlos Zamora. Y la migración dice tanto que no dice nada, sobre todo porque el caso cubano esconde otra noción bien ceñida a la matraca castrista: la invasión demográfica.

Al anunciar (septiembre 28, 1965) que “cualquier cubano puede emigrar a los EEUU”, Castro emprendió su primera invasión demográfica por mar desde Camarioca (1965) y por aire con los Vuelos de la Libertad (1965-73). Así entraron más de 260 mil cubanos a EEUU. Luego Castro aprovechó las negociaciones secretas con Washington —que cuajaron hacia agosto de 1978 en Cuernavaca (México)— para encubrir con los conceptos de diálogo, comunidad cubana en el exterior y reunificación familiar la jugada magistral de salir primero de 3.600 presos “políticos” y sus familias, de los cuales —según el jefe de la oficina de intereses de EEUU, Wayne Smith, en The Closest of Enemies (1988)— solo un tercio guardaba todavía prisión y de estos últimos, la mitad eran boat people, por entonces encausados como autores de delito contra la Seguridad del Estado.

Desde el primer ademán conciliatorio de la Administración Carter, Castro emprendió su plan de colonización de EEUU, en particular del sur de la Florida. La primera etapa consistió en montar quioscos para vender pasajes a los exiliados y cobrarles, también a precios de monopolio, por mandar paquetes y remesas a Cuba. Llegaron los adelantados Fernando Fuentes Cobas, quien registró el 15 de febrero de 1977 American Airways Charters (AAC) en Hialeah, y Max “El Guatón” Marambio (disfrazado de Carlos Alfonso) para gerenciar Havanatur. Entretanto los oficiales de la Dirección de Operaciones Especiales (DOE) del Ministerio del Interior (MININT) Tony la Guardia-José Luis Padrón se acercaron en Ciudad Panamá, el 23 de agosto de 1977, al banquero cubanoamericano Bernardo Benes para tornar el negocio más redondo aún. Y todavía le dicen por ahí el Schindler cubano.

La coyuntura de la embajada del Perú (abril de 1980) daría paso a la tercera invasión demográfica y segunda etapa de la colonización castrista: el asentamiento poblacional. Casi 125 mil cubanos vinieron por vía marítima (hubo un solo vuelo) desde el Mariel y obligaron a la administración Carter a inventar otro concepto: “entrantes”, para paliar los efectos de la invasión.

En 1994 Castro volvería a sacar partido de otra coyuntura: el Maleconazo (5 de agosto) para desatar la tercera invasión demográfica con la autorización a todos los cubanos, el 8 de agosto, para emigrar ¡con medios propios! Más de 35 mil respondieron al llamado del Comandante en Jefe. Al cabo el presidente Clinton tendría que celebrar su cumpleaños 48, el 19 de agosto, con la decisión de no admitir más “refugiados ilegales”. Nótese que así coló otro concepto. Y la noción de refugiado perdería definitivamente la vergüenza al acordarse entre Punto Cero y la Casa Blanca la absurda obligación de conceder 20 mil visas anuales y la regla de que los “emigrantes” en alta mar serían devueltos a la Isla.

Solo el régimen de Castro necesita paliar su desgobierno con flujo sostenido de emigrantes, en doble función de válvula de escape al salir y fuente de divisas al entrar en EEUU, donde sus vínculos familiares son el rehén de “la industria” quiosquera de viajes, remesas y paquetes. Y los invasores cubanos se delatan por la flagrante contradicción de posar primero como refugiados para entrar y al año como residentes permanentes para salir de visita a Cuba en virtud de la libertad americana. Así aflora un caso ejemplar de contradicción práctica, que Giovanni Sartori describió en La politica: logica e metodo in scienze sociali (1979): no es lícito obtener al mismo tiempo más de dos cosas que exigen acciones contrarias, sino conseguir más de una cosa a condición de pedir menos de otra.

Sin embargo, a la mayoría de los cubanos no les importa ni Sartori ni las contradicciones. Ni siquiera les importa arrepentirse de haberse arrepentido. Incluso el concepto de exilio histórico, al parecer ya mortecino, no resultó englobante. Orlando Bosch refería que “no es un exilio político, sino (de gentes) que responden a sus intereses” (Réplica, julio 3 de 1974, página 11). Y Felipe Rivero Díaz advirtió que con el exilio anticastrista “ignorante y desinformado” Castro ni siquiera necesitaba aliados aquí (The Miami Herald, septiembre 29 de 1966). Hoy en día tiene tantos que el orden de batalla parece desplazarse de la cacareada transición a la democracia en Cuba —todavía buscada con flujo más ágil de invasores y visitantes, así como con inversiones de los colonos floridanos en la Isla— a la contención del colonialismo castrista en el sur de la Florida.


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