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¿Otro 'New Deal' para Cuba?

El castrismo nunca ha estado interesado en entablar una negociación responsable con las administraciones norteamericanas.

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El embargo, otro conflicto

El embargo es otra historia. Recientemente, en este periódico (02-01-2009) el historiador y ensayista Rafael Rojas reveló un pasaje muy importante de este contencioso, el cual destaca el esfuerzo diplomático desplegado por el propio presidente Eisenhower desde enero de 1960 con el fin de llegar a un acuerdo con el gobierno cubano sobre el tema de las confiscaciones de bienes norteamericanos en la Isla.

Washington estaba dispuesto incluso a adelantar el dinero necesario —unos 300 millones de dólares de la época— a fin de preservar el principio de la indemnización. Empero, Castro prefirió echarse en brazos de los soviéticos, firmando un acuerdo comercial por el cual Moscú compraría 10 millones de toneladas de azúcar anuales, concediendo a la Isla un crédito de cien millones de dólares para la construcción de plantas industriales. La dirigencia cubana rechazaba la opción de entenderse con los norteamericanos y pactar con la clase media cubana, fidelista a rabiar desde la Sierra, ya que de haber actuado así no habría podido estatalizar toda la economía y la sociedad, así como establecer un poder omnímodo, amparado por un régimen totalitario de partido único, a imagen y semejanza de los adversarios de Washington en la Guerra Fría.

Frente al giro a la izquierda que tomaba la política del gobierno revolucionario, las autoridades norteamericanas comprendieron definitivamente que la dirigencia cubana optaba por la confrontación, así que el 19 de octubre de 1960 iniciaron el embargo de las exportaciones cubanas, que en marzo de 1961 se amplió a todas las mercancías destinadas a Cuba.

Tal y como expresa Rojas, "la confrontación con Estados Unidos no fue un efecto inesperado o el resultado de una reacción desproporcionada por parte de Washington, sino un elemento constitutivo del nuevo proyecto político cubano en el contexto de la guerra fría. La revolución nacionalista democrática de 1959 buscaba sólo un reajuste soberano de las relaciones con Estados Unidos. La revolución socialista estatalizadora de 1960 contemplaba, deliberadamente, la ruptura con Washington y la alianza con Moscú".

Desde entonces, el poder cubano ha manipulado al pueblo y la opinión pública internacional al distorsionar deliberadamente los orígenes de este conflicto, apelando al recurso de la oposición binaria entre David —la Cuba pequeña, pobre y víctima del imperio— y Goliat —el gigante prepotente que atropella y castiga—, treta que le ha funcionado muy bien desde hace casi medio siglo.

El embargo, o el denominado "bloqueo económico, comercial y financiero", le ha servido al poder cubano como coartada para intentar justificar el profundo descalabro económico en que se halla el país, librándose así moralmente de su responsabilidad con el bienestar del pueblo, pues la culpa de todo el desastre se le atribuye al "criminal bloqueo imperialista".

Mientras, a espaldas de la población, el régimen comercia con el enemigo desde 2001. Las compras de Cuba a Estados Unidos desde ese año ascienden a más de 3.000 millones de dólares, incluyendo fletes. De acuerdo con cálculos preliminares, las compras de alimentos a Estados Unidos en 2008 ascendieron como mínimo a unos 300 millones de dólares. Pedro Álvarez, presidente de Alimport, ha afirmado que desde que iniciaron las compras, "la Isla ha adquirido un volumen total de más de 10 millones de toneladas de productos a 35 estados y se ha discutido con más de 4.400 compañías".

Esto indica que el Estado cubano le compra cada vez más alimentos a Estados Unidos —siendo Cuba un país de base agrícola, con tierras extremadamente feraces, resulta paradójico que dependa de su enemigo jurado para proveerse de alimentos—, aunque tales ventas se realizan al contado, o sea, Washington simplemente prohíbe la financiación de esas compras por bancos y agencias de su país, teniendo en cuenta la posición fuertemente deudora de la economía cubana en el comercio internacional.

Por otra parte, cada vez que el poder eventualmente ha introducido medidas liberalizadoras en la economía, manteniéndose inalterables las condiciones del embargo, se ha producido un repunte de la actividad económica en general, lo cual indica que muchísimo más nocivo para el crecimiento del producto interior bruto cubano y para la soberanía del país, resultan las severas y permanentes restricciones que le impone el gobierno de La Habana a la libertad creadora e iniciativa de sus propios ciudadanos, o si se prefiere, "al desarrollo de las fuerzas productivas", para expresarnos en una terminología rigurosamente marxista.

La confrontación

En resumen, la Enmienda Platt concitó espontáneamente un sentimiento de rechazo compartido por diversos sectores de la población que veían en ese tratado un instrumento que limitaba la independencia política del país, hasta que la fuerte presión popular y el advenimiento de una nueva era en las relaciones interamericanas liquidó aquel acuerdo antinacional.

El embargo, por el contrario, le ha servido a Castro como coartada perfecta para movilizar y mantener como rehén a su propio pueblo, al cual engaña sistemáticamente haciéndole creer que la responsabilidad absoluta por las carencias y la penuria permanente la tiene un gobierno extranjero y no el que rige sus destinos desde hace medio siglo. Asimismo, ha utilizado el espantajo del "bloqueo" como arma arrojadiza contra nueve administraciones norteamericanas, algunas de las cuales, como las de Ford, Carter y Clinton, hicieron serios esfuerzos para recomponer las relaciones entre ambos Estados, pero en todos los casos Castro optó por dar un paso en el sentido contrario, ejemplo más reciente: el del derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en 1996.

El enfrentamiento con Estados Unidos se ha convertido para la Isla en una nueva forma de dependencia. La dirigencia cubana ha conseguido extraer un permanente rédito político de tal confrontación, sea al poner a Estados Unidos contra la espada y la pared y/o al manipular determinados conflictos como argumentos para la movilización y la preservación del consenso —bastante erosionado en la actualidad—, tras exacerbar el sentimiento nacionalista; el caso del niño Elián González en 2000 es un notorio exponente y el año pasado la rotunda negativa a aceptar la donación total de $5.000.000 por parte de Estados Unidos para los damnificados del huracán Ike.

La política exterior cubana nunca ha estado interesada en entablar una negociación responsable con las administraciones norteamericanas para la normalización de los vínculos multilaterales entre ambos países. Raúl Castro no hace más que repetir la grotesca letanía del palo y la zanahoria. De este modo, el gobierno de La Habana no se propone el logro de ventajas comparativas con Estados Unidos a partir de un ajuste de sus exigencias, contemplando un pacto entre ambas partes, sino conseguir la reanudación de las relaciones sin condicionamientos previos, o sea, sin ningún coste político.

Es obvio que el verdadero paradigma del poder cubano reside en la confrontación, en el enfrentamiento, en la manipulación y en el engaño; en la desvergonzada desconexión entre el discurso y la realidad.


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