Actualizado: 23/04/2024 20:43
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¿Otro 'New Deal' para Cuba?

El castrismo nunca ha estado interesado en entablar una negociación responsable con las administraciones norteamericanas.

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Estados Unidos afronta un desafío económico sin precedentes y para vencerlo el presidente Barack Obama propone actuar por tres frentes simultáneamente. Teniendo en cuenta tales retos, así como que el pensamiento keynesiano del gasto deficitario estatal está detrás de los planes de Obama, una buena parte de los medios comienzan a compararlo con Franklyn D. Roosevelt, el presidente que le tocó lidiar en los años treinta con la Gran Depresión y que sólo al final de aquella década y auxiliado por la Segunda Guerra Mundial consiguió superar.

Por su parte, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, declaró recientemente que su país abrirá una nueva era en política exterior guiada por la diplomacia y el pragmatismo y en la que se recurrirá a la fuerza como "último recurso". La ex senadora por el Estado de Nueva York hizo hincapié en la necesidad de construir un mundo con "más socios y menos adversarios", así como colaborar con Rusia y China y tender la mano a viejos aliados como Europa.

Tales declaraciones pretenden tomar distancia del unilateralismo ejercido en política exterior por el presidente saliente, George W. Bush, considerando asimismo la emergencia de nuevas potencias en el escenario internacional. En pocas palabras: no resulta gratuito que los medios comparen la futura administración Obama con la de Roosevelt a partir de 1933.

En el ámbito de la diplomacia norteamericana, quizás el escenario histórico más parecido al actual data de marzo de 1933, cuando Cordell Hull, secretario de Estado del presidente Roosevelt, se pronunció en términos semejantes con respecto a la necesidad de modificar la política de las cañoneras desplegada por Estados Unidos desde principios del siglo XX en la región del Caribe y América Latina.

Hull fue el aventajado ejecutor de la denominada política de "Buena Vecindad" con Latinoamérica y tenía muy en cuenta la oposición latinoamericana al intervencionismo que Washington había practicado en el hemisferio. Era propósito de la política exterior dirigida por Hull construir una nueva imagen en sus relaciones continentales mediante la fórmula diplomática del "Nuevo trato". Por otra parte, perseguía contrarrestar una más que posible influencia italiana, y sobre todo alemana, en las repúblicas vecinas del sur, por lo cual debía esforzarse por encontrar vías de colaboración económica y política con estos países. A tal efecto, EE UU asumió un relevante protagonismo en las conferencias panamericanas de Montevideo, en 1933, de Buenos Aires, en 1936, y, por último, de Lima, en 1938.

La lectura principal que se le daba en Cuba al New Deal rooseveltiano pasaba por la derogación de la Enmienda Platt, apéndice impuesto por Estados Unidos a la Constitución cubana de 1901. Mediante aquella coletilla, este país se reservaba el derecho de obtener, mediante venta o arriendo, bases para carboneras o estaciones navales en Cuba, así como intervenir militarmente en caso de que la paz y la estabilidad política se vieran amenazadas en la Isla.

Desde los años veinte, la supresión de aquella afrenta a la plena soberanía del país adquirió inusitado impulso, convirtiéndose en una demanda con fuerte predicamento nacional. Tras la caída de la dictadura de Machado en 1933 y bajo la presión de un poderoso movimiento popular, el negociador cubano Manuel Márquez Sterling firmó en Washington el 29 de mayo de 1934 un nuevo tratado de relaciones cubano-norteamericano que dispuso la supresión del derecho de intervención de Estados Unidos en Cuba, desapareciendo la Enmienda Platt, aunque permaneció la concesión a perpetuidad de la Base Naval de Guantánamo.

Diferencias de concepto

Sin embargo, la próxima secretaria de Estado, pese a su declaración de que un nuevo "New Deal" presidirá la diplomacia norteamericana, difiere de su homólogo de los años treinta en cuanto a Cuba, pues expresó que espera que La Habana vea al futuro gobierno de Barack Obama como una "oportunidad" para liberar presos políticos y terminar con prácticas opresivas. "Liberen a esos presos políticos, accedan a abrir la economía y a levantar algunas de las estructuras opresivas sobre el pueblo cubano y podrán ver que (con la era de Obama) se les abre una buena oportunidad para ser explotada", afirmó, dirigiéndose a los gobernantes cubanos.

Por su parte, la nueva izquierda latinoamericana, liderada por los presidentes Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, entre otros, interpretando erróneamente las verdaderas razones del embargo y equiparándolo con un instrumento de dominación política como representó en su época la Enmienda Platt, tal y como se encarga de difundir el poder cubano, presionan públicamente a Obama por el levantamiento de esa sanción. Vale la pena poner en claro las diferencias entre aquél agregado impuesto a la primera Constitución republicana y el embargo de 1960.

La Enmienda Platt constituyó para la política exterior norteamericana un importante instrumento de dominación con respecto a Cuba y para el resto de América Latina. Con el derecho de ocupar la Isla, con el despliegue de bases militares, así como asegurándose el control del futuro Canal de Panamá, EE UU se adueñó de toda la cuenca del Caribe y del tráfico marítimo interoceánico, premisa estratégica que les permitió la expansión por el resto del continente americano; antecedente a la ulterior conquista de la hegemonía mundial.

Aquel añadido a la Constitución cubana fue impuesto por las autoridades norteamericanas a los delegados a la Asamblea Constituyente en 1901, los cuales fueron presionados para que aprobaran la adición de tal enmienda a la carta magna, a pesar de que lesionaba gravemente la soberanía de la Isla. Podrá comprenderse que desde entonces un genuino sentimiento popular en favor de la abolición de tal enmienda arraigó en la conciencia nacional, hasta que la situación revolucionaria desencadenada por la lucha contra Machado, se llevó por delante a la primera generación de políticos tradicionales que habían contemporizado con la enmienda.

Por su parte, la administración Roosevelt comprendió la inconveniencia e inutilidad de aquel instrumento de dominio en un nuevo contexto que exigía un reacomodo de las relaciones comerciales y políticas cubano-norteamericanas, por lo cual accedió a reunirse con la diplomacia cubana para derogar finalmente la repudiada Enmienda Platt.


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