¿Plattismo y antiplattismo?
En Cuba la élite política postrevolucionaria siempre ha hecho lo posible por mantener vivo el conflicto con Estados Unidos, como un recurso interno de gobernabilidad
El nacionalismo ha sido siempre un componente duro de la cultura política cubana. Y es lógico que haya sido así, como una típica reacción de una sociedad pequeña frente a inmensos retos externos. Desde el colonialismo español (que desplegó en la Isla el ejército colonial más poderoso de toda su historia) hasta Estados Unidos con cuya vocación imperialista la Isla siempre ha mantenido una relación de amor y odio. Y la revolución que llegó al poder en 1959 llevó el asunto a un nivel sin precedentes, y se vio a sí misma como la depositaria de una reivindicación patriótica secular.
En los años siguientes, cuando ya no había revolución, el nacionalismo fue institucionalizado y usado como un recurso ideológico inherente a la propia gobernabilidad del sistema. Y como todo se hizo con la inestimable ayuda de la hostilidad de Estados Unidos, toda la complejidad del asunto fue reducida a un apotegma contra la injerencia americana: el antiplattismo.
Si algo me han enseñado mis recorridos por los mundos de las ideas es a huir de los lugares engañosos de los “ismos”. Ocultan más de lo que dicen. Son refugios de inseguridades y amparos para mediocres. Y esto pasa con el asunto del plattismo y el antiplattismo, dos términos arcaicos que se remiten a los inicios del siglo pasado, pero que siguen pesando en nuestro debate como si se tratara de dos verdades absolutas e irreconciliables.
Por lo general se asume que plattismo es aquella posición política que acepta que Estados Unidos sea un actor interno legítimo de la política cubana. Y antiplattismo sería justamente la no aceptación en lo fundamental de la premisa mencionada. Estos posicionamientos han existido y siguen existiendo, con mayor o menor intensidad, dentro y fuera de la Isla. Y si hay en nuestra sociedad transnacional personas que creen efectivamente en ello, tienen derecho a presentar sus puntos de vista, con lo mismo que sus antagonistas.
Me temo, sin embargo, que la distinción tiene una utilidad limitada por varias razones.
La primera habla de intensidades. Aunque pueden existir posiciones extremas en torno al tema, en la vida real predominan las gradualidades. Veamos por ejemplo, el caso del embargo/bloqueo. En términos lógico formales, y atenidos a la definición anterior, quien legitima el bloqueo adopta una posición plattista, pues asume que a través de él EEUU realiza una injerencia legítima. Pero en la práctica, las razones por la que muchas personas apoyan el embargo son muy diversas, y se remiten a la validez de sus orígenes, o al hecho de que ante la prepotencia inapelable del estado autoritario cubano, es legítimo usar apoyos externos como éste. Pero también ocurre lo opuesto: hay personas que aunque se oponen al bloqueo, han realizado enjundiosos estudios que muestran los beneficios que han tenido históricamente para Cuba los contactos con EEUU. Y en esa historia de relaciones desiguales, han existido muchas desavenencias e injerencias. ¿Qué son estas personas?, ¿son medio plattistas o medio antiplattistas?, ¿qué porcentaje de una u otra cosa?. Y cuando Carlos Manuel de Céspedes abogaba por una invasión americana que le quitara de arriba la pesadilla de Valmaseda, ¿era el Padre de la Patria un plattista precoz?
Y es que el problema principal no está en esa discusión, que los colaboradores —conscientes o no— del Gobierno cubano levantan como parteaguas definitorio del pecado y la virtud. No es posible continuar reduciendo la calidad del nacionalismo cubano al enfrentamiento de su Gobierno y su élite política al Gobierno de Estados Unidos. No importa cuán encendidos sean los discursos antiimperialistas, es muy difícil invocar la legitimidad nacionalista de una élite cuya representación nacional no está verificada; de un Gobierno que ha secuestrado el principio clave de la nación: la soberanía popular. El nacionalismo que invoca el Gobierno cubano en la actualidad es un nacionalismo autoritario y conservador. Recurriendo a un perfecto oxímoron, se trata de un nacionalismo antinacional.
La oposición “pura y simple” a la injerencia americana no es per se una solución para el problema nacional. Y ha ocurrido, y sigue ocurriendo, que desde importantes parcelas del nacionalismo antiamericano radical se han generado históricamente expedientes antinacionales tan lesivos como el llamado plattismo. Si pretendemos una proyección política para el futuro, no podemos criticar solamente una parte del asunto obviando la condena del otro.
Francamente hablando, la élite política postrevolucionaria siempre ha hecho lo posible por mantener vivo el conflicto con Estados Unidos como un recurso interno de gobernabilidad, lo cual, entendiendo la disparidad de fuerzas, ha sido también una tremenda irresponsabilidad antinacional. Y al calor de este conflicto colocó varias veces a la comunidad nacional al borde del holocausto, como sucedió cuando inconsultamente Fidel Castro pidió a los soviéticos el primer golpe nuclear. O cuando solicitó, también de manera inconsulta, el emplazamiento de bases y de tropas extranjeras en el territorio nacional. No olvidemos que en aras de una supuesta “construcción del socialismo” llenaron al Estado de asesores rusos en diversionismo ideológico que conspiraron y atentaron contra los mejores valores de la cultura nacional. Luego, se ha producido una alianza íntima con Venezuela, la nueva proveedora de subsidios, y en su momento llegaron a hablar, también inconsultamente, de federaciones supranacionales y del liderazgo nacional de Chávez.
Y en todo momento, el país ha sido llevado a un nivel de vulnerabilidad sin precedentes debido al aventurerismo político y a la incompetencia económica de una élite que no sabe hacer y de paso, no deja hacer. Hace 20 años se vivió la amargura del llamado Período Especial. Hoy se sacan cuentas acerca de otra posible caída como consecuencia de la desaparición de los subsidios venezolanos. Creo que a la nación cubana le falta pagar otras cuotas de sufrimiento en función del nacionalismo autoritario y conservador: ¿es esto revalidar y elevar la nación?
También el nacionalismo autoritario conduce a una suerte de plattismo al revés, que puedo ejemplificar en un hecho que aún pide las disculpas de los culpables: en 2003 fueron fusilados, sin garantías legales mínimas, tres jóvenes que secuestraron una lancha para enfrentar una supuesta conspiración imperialista. Poco tiempo después el Gobierno cubano solamente encarceló a otros cubanos que habían cometido el mismo delito con mayores agravantes, porque así se había acordado con el Gobierno de Estados Unidos para garantizar la repatriación. Es decir, que Washington había decidido sobre la vida o la muerte de los cubanos usando como intermediario al propio Fidel Castro. De nuevo me pregunto: ¿es esto revalidar y elevar la nación? ¿Eran estos muchachos parte de la nación?.
Si el nacionalismo —en el sentido positivo del término— es revalidar la sociedad nacional, entonces hablamos de garantizar ante todo una comunidad próspera y socialmente justa, en que ciudadanos y ciudadanas tengan acceso irrestricto a sus derechos sociales, civiles y políticos sobre bases pluralistas. Y por supuesto, la no admisión de injerencias externas, excepto aquellas que sean parte de las cesiones de soberanía a que obliga la interacción planetaria, más aún cuando consideramos que la sociedad cubana es hoy transnacional, y un 20 % de la población vive fuera de la Isla, la mayor parte en el denominado “enemigo histórico” de la nación cubana.
Mi eterno amigo Lichi Diego escribía una vez, no recuerdo dónde, que los cubanos arrastraban consigo el drama de no dejar que el pasado pasara. Seguir pedaleando en el mismo lugar cansado del dilema plattista/antiplattista es matar la patria. Dejemos que el pasado pase, y miremos a un futuro en que Patria, como decía Martí, es humanidad.
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